“No se puede besar un árbol en la boca /hay que tomarlo entre los brazos/pegar el pecho a su corteza (…) va a devolverte el beso con quietud/con leve indiferencia/él sabe que te vas/que es imposible/ la vida con un árbol”, así escribe Laura Yasan, con palabras que convocan, que son fogatas, que son incendios.

De esa mujer, atravesada por polifonías, por la búsqueda de la palabra justa, por la pregunta a favor de la materia poética, hay en el ciberespacio innumerable información disponible: que en 2008 obtuvo el Premio Casa de las Américas, en Cuba, que una década antes fue reconocida por el Fondo Nacional de las Artes, que algunos de sus versos se tradujeron al inglés, al alemán, al francés y al italiano.

De esa mujer, insistente, detallista, creadora y mentora de muchos escritores,  se sabe que llegó al mundo en 1960 y que mudó de forma hace menos de un mes, el 20 de junio de este año, pero ¿quién fue Laura, artífice de “Pequeñas criaturas de lo incesante” o “Safari”, maestra y poeta con una sensibilidad superlativa que traspasaba las páginas?  Para ensayar respuestas, y sobre todo para celebrar su vida y su legado, Tiempo Argentino convocó a algunas personas que la conocieron de cerca, con el convencimiento de que su respiración persiste en sus estrofas.

 En primer término, el reconocido poeta Jorge Boccanera, expresó:En cada uno de sus libros, Laura servía un plato de verdades crudas. Nos conocimos en 1996, tras un recital que di junto a Gelman en el San Martín; me paró a la salida para darme su primer libro ‘Doble de alma’, que me conmovió. Allí estaban formas que iban a  marcar a su poesía posterior: sus imágenes, su voz descarnada y un cruce de lenguajes que mechaba locuciones populares. Siempre me atrajo su modo de amalgamar la metáfora con la crónica, la prosa rapera con el fraseo de tango, todo con un costado de parodia y de ironía”, recalcó.

El hacedor de Sordomuda, continuó: “A partir de allí se armó una amistad. Fue alumna de mis talleres y cursos, y seguí de cerca el armado de su obra, realmente valiosa. Ahí están sus libros: ‘Loba negra’, ‘Ripio’, ‘Tracción a sangre’, ‘La llave Marilyn´ y entre otros, ‘Cotillón para desesperados’. Sobre el último editado a fines de 2020, ‘Madre Siberia’, estábamos conversando unos días atrás; me había gustado y le dije que iba a  reseñarlo. Lamento muchísimo su determinación, pero la respeto. No tengo duda que, lo dije en prólogos y presentaciones de sus libros, Yasan es una de las voces más singulares e intensas de las últimas promociones”.

La poeta Susana de Iraola, quien fue alumna de Yasan por diez años, consideró:Hablar de ella es reencontrarme con el núcleo cálido e íntimo que el fino hilo de sus talleres virtuales con los que supo zurcir en mi desgastada tela. En la década que estuvimos en contacto, aprendí a leerla y a esperar de la boca azul del buzón de la computadora la magia semanal de sus consignas. Imágenes, sonidos, danzas, marionetas, mapas, poemas en idiomas orientales para traducir y poetas de todos los lugares del mundo. Laura, Laura, cuando la vi por primera vez, no podía creer que en esa mujer tan frágil, tan pequeña se escondiera ese volcán de militancia, compromiso y denuncia vital. En un momento por correo le hice una broma no me acuerdo porqué  ‘¡Podrías bajar del pedestal de hielo!’ se rió mucho, pero no se olvidó, en febrero me sugirió  terminar el taller con una hermosa devolución, pero me viene otra devolución a la cabeza, un saludo suyo que cerraba así…”el pedestal todo derretido te escribo desde el llano. Laura”, concluyó.

Su discípula y amiga Miriam Berkowsky explicó que, con foco en su rol de maestra “El living de Laura, que se transformaba en taller todos los jueves, estaba a dos cuadras de mi casa, en Caballito. Pero mis compañerxs se venían de todos los barrios de Buenos Aires, y de Zárate, de Mar del Plata, de Santa Fe, cada semana. Porque La Ticher, como le decíamos, era una experta en generar climas mágicos para la escritura. Generosa en la escucha, ofrecía su experiencia, su inteligencia y su sensibilidad para orientar a cada quien a encontrar su voz propia, a ordenar las pasiones en versos, a darle sentido al juego, a trabajar hasta encontrar, a leer hasta encontrar. Fueron muchos años de esos jueves. En algún momento, empezó a delegarme trabajo, amadrinó mis primeros talleres. Nos hicimos amigas”, describió. Reveló que, como amiga,  Yasan “Hablaba lo secreto con crudeza, con el detalle al que convida la confianza, se dejaba decir, nos quedábamos en las preguntas. Y nos reíamos, como se ríen quienes se acompañan”.

Berkowsky relata que, como  compartían el vecindario, andaban “el barrio, nunca de mañana. Le gustaban los árboles, las flores, las calles sin salida. Mirábamos adentro de las casas, inventábamos la vida ajena. Cosa de vecinas”, apuntó. 

Luego, sobre las rutinas creativas,  comentó que Laura “Escribía en cuadernos con birome. Corregía. Hasta que la palabra se encendía para mostrar la llaga. ‘Soy la mujer en la ruta del cuerpo/ quiero testimoniar/ palabra/ esta es mi lengua/ y este número largo es mi estrella amarilla’. No precisaba comas ni mayúsculas. Fui capaz de sentir como un ejército de lauras. El poema la buscaba. Ella elegía”, subrayó.

Un rayo misterioso

La pregunta sobre el arte que la supo convocar circula en YouTube, en una entrevista de  Silvia Docampo. Allí, Yasan afirma: “La poesía me llevó puesta, me vino en el ADN. Es algo misterioso,  porque no es que mi casa se leyera poesía. Yo aprendí a unir las letras y escribir un poema,  fue algo natural y siguió siendo natural siempre. Me tiraba todo lo que fuera el arte. Probé danza,  música,  escultura,  artes plásticas,  pero la poesía se instaló y ningún otro lenguaje fue necesario. El lugar donde yo me siento cómoda para expresarme es en un poema”, destacó.  Ahí en la materia de cada uno de sus libros Yasan se instaló ahora, en sus páginas, en su herencia, como la artista que es, esa que con su puño marca el mapa de las letras y traza una huella indeleble y sin caducidad posible.