Pocas obras –si es que la palabra sirve para definir el quehacer de este artista singular– más provocadoras y revulsivas que la de León Ferrari. Baste recordar las sorprendentes reacciones que suscitó la retrospectiva que tuvo lugar en el Centro Cultural Recoleta en 2004-2005 y que Andrea Giunta recopiló en un libro de más de 500 páginas que se llama El caso Ferrari. 

Una de sus nietas, Paloma, propone utilizar para definirla el verbo obrar, porque la producción de Ferrari estuvo y está siempre en continua construcción. «Jaula con aves –dice Paloma– es una obra que genera obra porque son las instrucciones para hacer una obra. Él donó 30 obras al Macro, el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario y entre ellas donó también esas instrucciones. Incluso cuando la censura las rompía, él consideraba que eso era parte de la obra misma, que contribuía a mantenerla viva, lo mismo que sucede con el diario de ustedes. La obra se completa cuando es percibida por el otro. En el caso de mi abuelo, parte de su obra se completó cuando Bergoglio se transformó en Papa. Tanto que él, que ya estaba en silla de ruedas, nos hizo comprar champagne y brindamos.» 

Cabe recordar que uno de los objetivos de Ferrari era que la Iglesia Católica demoliera el infierno, donde se prodigaban torturas contrarias al respeto por los Derechos Humanos. Para lograrlo, creó el Club de Impíos, Herejes, Apóstatas, Blasfemos, Ateos, Paganos, Agnósticos e Infieles en Formación (CIHABAPAI) y le escribió cartas al Papa. 

«En la primera carta que le enviamos al Papa –dice el propio Ferrari en la revista Sudestada– le señalamos una contradicción, que no era posible que después de haber sufrido todos los castigos del Padre que terminan con la muerte ya que nos sacó la inmortalidad cuando Eva cometió el pecado, no era posible que nos resucitaran y volvieran a juzgar ¿no? Entonces pedimos la anulación del juicio final. Y después la segunda carta enviada al Papa, citamos los derechos humanos contra la tortura, después hay una declaración del catecismo contra la tortura.» 

Sus nietas Paloma y Julieta Zamorano explican que mucha gente cree que los cuestionamientos de León a la Iglesia son una reacción contra su padre, Augusto, que construyó en Córdoba seis iglesias y que, cuando ya no tuvo edad para hacerlo, se dedicó a dibujar los planos de las iglesias que nunca constuiría. Actualmente hay en Córdoba una muestra que se llama Filiciación, donde se muestran los trabajos de Augusto Ferrari, quien también fue pintor. Sus pinturas de grandes marcos dorados que sirven para evitarles el polvo, están el taller de León y formaron parte de su paisaje cotidiano. Lejos de la lectura de la mayoría, ambos mantenían una excelente relación. León no estaba contra las iglesias, sino contra sus burócratas. Tenía, además, un profundo conocimiento de la religión y una biblioteca tan completa sobre el tema que una vez un cura le dijo que él mismo no había leído tanto como en su carrera eclesiástica. Sus nietas dicen que era una suerte de «teólogo al revés». 

Respecto de su actitud provocativa, dice Paloma: «Nuestro abuelo León decía que no es que él buscara provocar, sino que hablar de ciertas temáticas, estar en determinados ámbitos e intentar transformar o crear otro tipo de realidad resultaba provocador.» 

En su último taller ubicado en el barrio de San Cristóbal también Julieta, la hermana de Paloma, recibe a Tiempo Argentino. 

Allí, en esa casona de dos plantas y un gran patio con una vegetación que conserva la profusión selvática que a él le gustaba, queda parte de la producción de Ferrari y funciona la Fundación que lleva el nombre de su padre. Sus descendientes quieren transformarlo en un espacio de acceso público. 

 »Mi abuelo –cuenta Paloma refiriéndose a los hábitos de León– se levantaba a la mañana, encendía un habano y se tomaba un whisky, por lo que si llegabas a esa hora tenías que tomarte un whisky vos también. Una de las particularidades que tenía mi abuelo y todo lo que él hacía es que se manifestaba en todas las escalas, la de la casa, la de Buenos Aires, la de Argentina, la de Latinoamérica. En esta casa pasaba de todo. Él trascendía el mundo del arte, no es que solo lo visitaban curadores o directores. El origen de su obra tiene que ver con lo que le pasó a él y lo que le pasó y le sigue pasando a nuestra sociedad y al mundo. Lo que sucedía acá tenía que ver con eso, por eso venían políticos, historiadores, curas, también su médico, que se tomaba el whisky.» 

Las dos nietas son renuentes a hablar de su condición de artista y prefieren hablar de su condición de abuelo. Sin embargo, Paloma dice: «Lo que yo veo de diferente en él es que no solo pensaba y decía, sino que hacía. Una cosa es conversar sobre determinados temas como los Derechos Humanos y otra cosa es hacer. Veo poca gente que lo haga y eso me parece lo interesante.» 

Por su parte, Julieta agrega: «Para mí, era un genio. Además, él y mi abuela nos cuidaron cuando estuvimos exiliados en Brasil y nuestros viejos iban a trabajar. Él no paraba de crear y mientras hacía planos y hombrecitos, jugábamos con él. Tanto a él como a su padre le encantaban los chicos y allí convivíamos cinco niñas. Nosotras somos tres hermanas y nuestro tío Pablo llevó dos hijas de su primer matrimonio. En Brasil vivíamos en la planta baja de un complejo habitacional de dos pisos y él desde arriba nos tiraba caramelos. Eso siempre fue así. Incluso de grandes, para nosotras no había mejor programa para un sábado a la noche que ir a comer con mis abuelos y quedarnos a dormir en su casa. Teníamos entonces 20, 25 años, una edad en que, por lo general, la gente no está tanto con su familia. Siempre fue así, nuestra vida transcurría en torno a ellos y en ese momento nos parecía que eso era lo corriente, lo normal. Recién a los 30 años yo entendí que mi abuelo era León Ferrari y era un artista. Paloma lo acompañaba más al museo, pero yo hacía otra cosa y tuve que entrenarme en el lenguaje de la sociedad, en el uso de la palabra arte.» 

«Al mismo tiempo –interviene Paloma– creo que hablar de León Ferrari sin usar la palabra arte es más interesante porque entonces el avión con el Cristo que él creó se convierte en un símbolo. En Cuba a León lo veían así, como un pensador, como un humanista. El tema de que él esté muerto es que sus obras se empiezan a cristalizar. Entonces el camino que las nietas tendríamos que hacer es el de las obras cuando el artista estaba vivo. Por eso nos acercamos a Tiempo Argentino, porque el diario se vuelve el medio de una obra en movimiento aunque él no esté vivo. Además, León ha trabajado mucho con periódicos.» 

El acercamiento al diario tiene que ver con el deseo de los descendientes de Ferrari de no inmovilizar su obra en un museo, de no quitarle la vitalidad que la atraviesa. Por eso, el próximo miércoles 26, cuando Tiempo festeje su primer año de vida como diario cooperativo, ellas estarán presentes y tendrán una intervención que formará parte de las sorpresas de la celebración. 

Siempre están buscando formas originales de que su obra se mantenga viva y por eso eluden los lugares tradicionales de exposición y buscan nexos poco convencionales para difundirla. «Nosotros tenemos toda esa obra incorporada –explica Paloma–, pero no es lo que le sucede a la mayoría. Pocas veces se han mostrado sus obras en un ámbito que no sea un museo. Una vez se mostró el avión en la biblioteca de la Universidad de San Martín sin decir nada, para que los estudiantes que fueran se encontraran con eso. Siempre estamos buscando nuevos lugares donde mostrarla. Lo más loco sería hacerlo en el Vaticano. Se lo ofrecimos también a Calle 13, a una sede europea de una organización de Derechos Humanos. También está en el Club Atlético Fernández Fierro (CAFF), donde hicimos una muestra de las últimas obras de León. Colgamos todas las esculturas y tocamos abajo. También se mostró en Tecnópolis. Es una obra difícil y hasta ahora los mayores ofrecimientos vienen de parte de los museos donde la ponen en un marco, como si fuera algo separado del resto de la realidad, que es precisamente lo que no queremos.» 

Ariel, uno de los tres hijos de León Ferrari desapareció junto con su novia durante la dictadura cívico-militar. La causa la lleva el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). La misma institución se ocupa de las autorizaciones de uso de obra. 

«En la travesía de armar la Fundación –cuenta Paloma– comenzaron a pedir autorizaciones de uso de la obra de León. La más pedida es la de Derechos Humanos. Nosotros no queremos controlar la difusión porque es muy bueno que la obra se difunda. Por eso hicimos un acuerdo con el CELS para que sean ellos los que autoricen el uso de la imagen. Ellos piden entonces una colaboración con sus causas que son las que dan origen a la obra de León.» 

Mientras su obra se difunda, el artista seguirá vivo. Tiempo Argentino se siente orgulloso de contribuir en algo a lograr ese fin y de contar con la participación de Paloma y Julieta Zamorano, sus nietas, en el festejo de su primer año de vida como diario cooperativo, luego del vaciamiento patronal. «

Vivir montado en la montaña rusa

El artista Juan José «Yaya» Firpo comenzó a trabajar con Ferrari en 2003. «Nos presentó un galerista –recuerda– y yo hice unos trabajos para una obra específica que me había pedido. Luego me llamó para que lo ayudara a armar un lugar nuevo que se había comprado como taller, en la calle Matheu, anterior a este.El momento coincidió con la obra en el Recoleta de 2004 y había mucho trabajo. Lo fui ayudando con esa obra paralelamente al armado del taller y desde entonces me quedé a su lado. Trabajar con él fue muy lindo, principalmente por la persona que era además de su grandeza como artista plástico. Toda la gente que estuvo cerca de él dice lo mismo y es verdad. Trabajar con él era como vivir en una montaña rusa, una locura. Era tener sensaciones muy fuertes todo el tiempo. Salíamos de una y nos metíamos en otra. Tenía el empuje de la persona que está empezando en el arte a la que todo lo alucina. León mantenía encendido el motor de las ganas cuando ya había pasado los ochenta.