A Roberto Arlt le bastaron sólo 42 años de vida –nació el 26 de julio de 1900 en el barrio de Flores y murió el 26 de julio de 1942- para dejar una obra que es parte fundamental de la literatura argentina. Novelista, dramaturgo, escritor de aguafuertes en el ámbito del periodismo, fue también un cuentista excelente. Así lo atestigua el tomo de sus Cuentos completos que acaba de publicar Seix Barral que incluye El jorobadito (1933), El criador de Gorilas (1941) y otros cuentos. La mayor parte de sus relatos apareció primero en revistas y diarios.

 La edición de Seix Barral tiene un bonus track que es el prólogo de Martín Kohan. “El “cross a la mandíbula” y la “prepotencia de trabajo”-dice Kohan- son las dos frases emblemáticas que mejor podrían servir, por así decir, de estandarte, para una definición de la literatura de Roberto Arlt. Un cross a la mandíbula y la prepotencia de trabajo, vale decir: un golpe y una atropellada, dos formas de irse encima del otro. No era la primera vez, ni sería tampoco la última, que un reflejo defensivo (el reflejo defensivo es el principio constructivo del famoso prólogo a Los Lanzallamas) se resuelve en un impulso de ataque. Dentro de esta caracterización general, los cuentos de Arlt ocupan un lugar de relevancia. En parte por la tan citada fórmula que, combinando teorías de géneros narrativos con teoría del boxeo, propone que, mientras las novelas han de ganar por puntos, los cuentos han de hacerlo por nocaut. Y en parte, porque estos cuentos se inscriben en muchos casos en ese ámbito específico en el que la escritura se instrumenta, ella misma, como trabajo: publicación por encargo en diarios, intercambio neto de textos por dinero (porque queda claro que, en la proclamada prepotencia de trabajo, el trabajo es la prepotencia, contra el letargo insoportable del escritor diletante). «

Según lo señala con razón Kohan, el sello de la literatura de Arlt “es la retórica de la infelicidad y la desesperación”. Pero la desesperación, según apunta, no es sólo una condición existencial, sino una relación con el lenguaje. Y su lenguaje es siempre hiperbólico, exacerbado, ríspido. El jorobadito del cuento homónimo es quizá un resumen del “sedimento de la bajeza humana” que, según se encarga de expresar el narrador, se encuentra en el fondo de los actos aparentemente más nobles. Su resentimiento y su odio por el mundo se expresan en su violencia para castigar con un látigo a una chancha indefensa. Pero no menos nociva es la familia bien formada donde el narrador, que acaba estrangulando al jorabadito, “hace el novio” de una de las niñas. “Sabía –dice- que en la casa, lo poco bueno que persistía en mí iba a naufragar si yo aceptaba la situación que traía aparejada el compromiso. Ellas, la madre y la hija, me atraían a sus preocupaciones mezquinas, a su vida sórdida, sin ideales, una existencia gris, la verdadera noria de nuestro lenguaje popular, en el que la personalidad a medida que pasan los días se va desintegrando por el peso de las obligaciones económicas, que tienen la virtud de convertirlo a un hombre en uno de esos autómatas con cuello postizo, a quienes la mujer y la suegra retan a cada instante porque no trajo más dinero o no llegó a la hora establecida.”

Desde la vida y sus rutinas, hasta el trabajo el casamiento y el sexo son para él una trampa perversa de la que es necesario escapar a cualquier precio, pero  de la que resulta imposible hacerlo aunque se pague el precio más elevado. Alguna vez se preguntó “por qué la felicidad humana ocupa tan poco espacio”. Y en la dedicatoria a su mujer, Carmen Antinucci de El jorabadito expresa cabalmente su concepción del mundo y también de la literatura capaz de dar cuenta de él: “A mi esposa Carmen Antinucci. Me hubiera agradado ofrecerte una novela amable como una nube sonrosada, pero quizá nunca escribiré obra semejante. De allí que te dedique este libro trabajado por calles oscuras y parajes taciturnos, en contacto con gente terrestre, triste y somnolienta. Te ruego lo recibas como una prueba del grande amor que te tengo. No repares en sus palabras duras. Los seres humanos son más parecidos a monstruos chapoteando en las tinieblas que a los luminosos ángeles de las historias antiguas. Por eso no encontrarás aquí doradas palabras mentirosas, ni verás asomar el pie de plata de la felicidad, pero tú, que eres comprensiva y tan amiga mía, recíbelo como recibiste mis otros libros, escritos bajo tu mirada pensativa. Tu agrado será mi mejor premio.”

 Sus cuentos pueden definirse como una verdadera galería de personajes desdichados, deformes, perversos, que arrastran su resentimiento y también su dolor por un mundo que es tan sórdido como ellos aunque la “moral burguesa” trate de disimular su naturaleza monstruosa y, a la vez, engendradora de monstruos. Precisamente la segunda parte de la novela Los siete locos, llamada Los lanzallamas, en un principio iba a llamarse Los monstruos

Según lo señala Kohan Arlt es uno de esos escritores que tienen un mundo propio. Ese mundo, sin duda, tiene que ver con la monstruosidad en todas sus formas. Hace exactamente 17 años, cuando se cumplían cien del nacimiento del escritor que vino al mundo junto con el siglo XX, Guillermo Saccomanno escribió de él en Página 12: “Para todos los escritores de mi generación y los de la anterior, él es una referencia obligada. Para mí, leer El juguete rabioso a los 15 años fue no sólo el descubrimiento de la literatura, sino además el descubrimiento de la ciudad y del conflicto del tipo solo en la ciudad. Pienso que es El Gran Escritor Argentino, ni más ni menos, junto a Sarmiento, Mansilla, Cortázar, Walsh. Es nuestro Dostoievski”. 

Arlt tiene, sin duda, lo que según Ítalo Calvino es una cualidad de los clásicos: no importa en qué momento se lo lea, siempre tiene algo nuevo para decirnos. El autor de El jorobadito siempre logrará interpelar al lector y sacudirlo de cualquier amago de complacencia con el mundo.