El escritor Juan Diego Incardona presentó el viernes su séptimo libro, la novela Las estrellas federales (Interzona), en el Espacio Cultural Nuestros Hijos (Ecunhi), que funciona en el predio del Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos (ex ESMA). En la presentación estuvo acompañado por los escritores y críticos Félix Bruzzone y Rodolfo Edwards. Joven escritor que ganó reconocimiento en el último decenio, Incardona (nacido en 1971, 45 años) logró imponer una voz propia y una narrativa vinculada a un territorio –su pago chico, Villa Celina, localidad del municipio de La Matanza, que de hecho es el nombre de su primer libro de relatos- pero con la prevención de evitar la repetición en el modo de tratar el mismo universo.

  Si en Villa Celina optaba por un tratamiento ligado al costumbrismo y a la memoria emotiva, Incardona decidió transitar la ciencia ficción en Las estrellas federales, la mitología a lo Tolkien pero trasladada al conurbano y a la historia del peronismo en El Campito, y la observación con lupa y cierta distancia del rock más popular, el que había sido estigmatizado con el concepto “rock chabón” por los críticos de los suplementos juveniles de los años ’90: el mejor testimonio es su libro Rock Barrial. Para los críticos literarios, y también para el propio Incardona,  este séptimo libro implica una despedida de “la saga matancera”, compuesta junto a Villa Celina, El Campito y Rock Barrial.

En diálogo con Tiempo, minutos después de la charla sobre Las estrellas federales en el microcine del ECUNHi,  Incardona festejó esta presentación como el inicio de un ciclo nuevo y la despedida de un período que lo llevó a convertirse en un autor emblemático de la camada de nuevos narradores.

  “Mi universo transcurre en los años ’80 y ’90. Era un país en el que cerraban fábricas y muchos se quedaban sin trabajo. Un mundo apocalíptico. Este último libro, Las estrellas federales, tiene mucho de todo aquel período, y coincide con lo que empezamos a vivir en los últimos meses. A mí, por ejemplo, a fin de año me echaron de un par de laburos. Y tuve que regenerarme, tuve que inventarme nuevas changas para vivir. En Las estrellas federales hay un personaje que se llama ‘el hombre regenerativo’. Es una metáfora de la clase trabajadora que enfrenta a las crisis: le cortás un dedo y le vuelve a crecer”, señaló.

  -¿Alguna vez te cuestionaron por tu obsesión con el territorio en el que viviste tantos años, Villa Celina, La Matanza?

-Nadie me criticó que me repetía, quizá al principio hubo algunas críticas, sobre todo cuando se publicó Villa Celina, como que el mundo barrial estaba tratado de modo costumbrista y folclórico. Pero a lo largo de mis otros libros fui demostrando distintas entradas a ese universo, variando los géneros. Porque mis libros no son todos libros escritos desde el realismo.

  En sus últimos reportajes, Incardona encontró puntos de contacto entre el período en el que se recibió de técnico mecánico –los cierres de fábricas de los años ’90- con los ocho meses de gestión de Cambiemos. “La paradoja de Las estrellas federales es que fue escrito durante el kirchnerismo aunque se publique ahora. Pero la paradoja es que el tema del libro sí se toca con lo que pasa ahora. En Las estrellas federales se cierran las fábricas, hay muchos desocupados y ahí aparecen los mutantes. Es un poco como el trabajador argentino, El hombre regenerativo: se corta un dedo y le vuelve a crecer. Pierde el trabajo, hay inflación, hiperinflación, viene el tarifazo… Pero de algún modo se regenera. La clase trabajadora argentina se regenera, se las rebusca, se adapta, improvisa, va a la changa. Los 90 fueron una época de mucha mutación: el tornero se convierte en remisero, el tipo que tenía un tallercito lo cierra y se pone un kiosco. Son todos X-Men. En ese tiempo yo me recibí de técnico mecánico mientras cerraban todas las fábricas. Y ahora está pasando algo parecido, de hecho sale el libro cuando a mí me despiden de dos trabajos. Cambió el gobierno, cerró el programa (de la Jefatura de Gabinete) en el que yo trabjaba: Memoria en movimiento. Yo también laburaba en el ECUNHi, en un proyecto educativo, pero todos tuvimos que salir a buscar trabajo. Hoy por hoy ya nadie cobra sueldo de nada dentro de ese espacio cultural. Como los mutantes, yo también tuve que regenerarme. Los escritores somos changarines culturales, así que tenemos un poco esa capacidad de adaptación, del rebusque. Sabemos que no se vive de lo que escribimos. Y yo siempre laburé de cualquier cosa”, confió Incardona en una reciente entrevista publicada por el blog de la librería Eterna Cadencia.