La acción transcurre en un futuro hostil en el que hay que pagar por el aire, el mundo vive en medio de convulsiones cada vez más profundas y parece inminente una guerra civil. Corre el año 2110. La detective Bruna Husky, vuelve a ser protagonista, esta vez de la Los tiempos del odio, tercera novela de la trilogía creada por la española Rosa Montero. Bruna ya había protagonizado Lágrimas en la lluvia y El peso del corazón. Los tres títulos constituyen una trilogía provisional, ya que la escritora ha anunciado que aparecerá por lo menos un cuarto libro.

Bruna es un clon, una androide que fue concebida para ser un soldado, una rep de combate. De esta forma la autora homenajea a Blade Runner, de Philip K. Dick.

Pese a haber sido creada para la lucha, Bruna tiene algunas debilidades. Como a toda rep, se le ha insertado una memoria. Este tipo de memoria, por lo general está constituida por unas cuantas inofensivas imágenes de infancia. Pero a ella su memorista, Pablo Nopal, le ha conferido su propia memoria, que es terrible y melancólica. Cuando Bruna se lo reprocha, él le contesta: “Conoces la melancolía y la nostalgia. Y la emoción de una música hermosa, de una palabra o un cuadro. Quiero decir que también te he dado la belleza, Bruna. Y la belleza es la única eternidad posible.”

Bruna tiene una relación amorosa con el inspector Paul Lizard. Su capacidad de amar también la vuelve frágil. Ella admite que, como ha escuchado decir “sin amor no vale la pena vivir”, pero no puede evitar pensar que “vivir sin amor es vivir sin miedo”.

Como toda rep, además, conoce la fecha exacta de su muerte, pero su capacidad de amor hace que ese conocimiento se convierta en una obsesión angustiante y que repita como un mantra el tiempo que le queda por vivir: “tres años, tres meses, catorce días…”

La desaparición repentina de Lizard arroja a Bruna a su búsqueda. Su desesperada carrera para encontrarlo la llevará a descubrir una antigua y oscura trama de poder.

Montero dice que de todos los personajes que ha creado, la androide de corazón sensible es su favorito. Quizá porque, como la autora misma lo reconoce, se le parezca en algún aspecto.

-¿La ciencia ficción es una forma de extrañamiento que te permite mirar el mundo como si lo hicieras desde afuera?

-Es una forma de extrañamiento y también de “entrañamiento”. Abordo estas novelas sobre el futuro con la misma ambición expresiva, con la misma ambición literaria y con la misma intimidad con que puedo abordar mis otras novelas. Los novelistas escribimos siempre sobre los mismos temas, las mismas obsesiones y siempre vamos buscando formas de contarlas que, de ser posible, sean más exactas, más profundas, más bellas. A mí la ciencia ficción me ha gustado muchísimo como lectora desde que era pequeña. Creo que te ofrece una herramienta metafórica muy poderosa para contar la realidad, para presentarla con una visión casi como de cuento pero que la hace más potente y más comprensible. Ya he publicado ciencia ficción antes. En el año 91 fue Temblor, una novela que no era tan hard fiction, no era tan científica, pero que pertenecía a ese género.

-¿Cómo se crea el imaginario de un novelista o de un artista en general?

-El año pasado, en la Feria del Libro de Lima me pidieron mis primeros cuentos. Yo, como la mayoría de los novelistas, comencé a escribir cuando era muy pequeña. Mis primeros cuentos los escribí a los cinco años y eran de ratitas que hablaban. Aunque mi madre los había fechado y guardado, no los encontré. Sí encontré, en cambio, una cuartilla escrita por ambas caras que no era más que la primera página de la narración. Debo de haberla escrito a los 8 años porque la protagonizan un niño y una niña y ella tiene esa edad. Se titula “José Antonio y Merceditas en Los marcianos» y tiene dibujos míos de marcianos que se parecen sospechosamente a pulpos (risas). Los dos resbalan como por un embudo y van a dar a una tierra muy rara en la que hay un cartel que dice “Marte”. Cuando empezaba lo más interesante, se acabó la página. El resto lo perdí. Me troncha de risa pensar que a los 8 años estaba escribiendo un cuento de ciencia ficción. ¿De dónde sale eso? Creo de un par de cosas. De los 5 a los 9 años tuve tuberculosis por lo que no fui al colegio. Los dos hermanos de mi madre eran pintores. Uno de ellos, que vivía en Madrid, me traía una colección de comics de clásicos: El príncipe valiente, Rip Kirby y Flash Gordon. Esto se une a otro recuerdo de cuando era muy pequeña, es un recuerdo fundacional. Me recuerdo colgada de las manos de mis padres mirando al cielo en una noche negra y fría de Madrid en la Avenida Reina Victoria que estaba llena de gente parada como nosotros mirando al cielo. De repente, vemos una estrellita que recorre todo el arco del cielo. 

-¿Y qué era?

-¡El Sputnik! Fue el primer artefacto con que el ser humano consiguió salir de ese útero amoroso y asfixiante de la gravedad terrestre. Sin duda, fue el paso más importante de la carrera espacial y yo lo vi. De pequeña quería ser astronauta, aunque no lo he conseguido. De modo que para mí todo este mundo es algo muy íntimo.

– Bruna tiene insertada una memoria muy dolorosa y eso la hacer ser como es. ¿La memoria, sobre todo la memoria infantil, es nuestra identidad?

-William Wordsworth tiene una frase que dice: “El niño es el padre del hombre” y estoy completamente de acuerdo con eso. Venimos de allí. Pero no es un destino sellado. Te puedes escapar, puedes salir, puedes construir otra cosa, pero la infancia es una carretera de salida muy clara. Durante toda la vida vas llevando al niño que fuiste sobre tus espaldas. La memoria siempre ha sido uno de mis temas preferidos. Y me refiero a la memoria como construcción imaginaria. Creemos que recordamos, pero es mentira. Lo que recordamos es un cuento que siempre está en construcción. Lo que hoy recuerdo de mi infancia no es lo que recordaba hace 20 años. La imaginación que teje nuestros recuerdos y que les da una apariencia de orden y de destino es lo que nos hace la vida habitable y vivible. De lo contrario, la vida sería insoportable, puro “ruido y furia” como decía Shakespeare.

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(Foto: Pedro Pérez)

-¿Y la identidad también es imaginaria?

-Sí, porque depende de la memoria, y a medida que vamos cambiando la memoria, cambiamos la identidad. Epicteto decía que lo importante para el ser humano no es lo que le ocurre, sino lo que se cuenta a sí mismo de lo le ocurre. Somos un relato.

-Es lo que decía García Márquez.

-Exacto. Si cambias el relato, cambias la vida. Por eso hay tantas terapias que se basan en la palabra.

-Los recuerdos son también supraindividuales. A veces hacemos propios recuerdos de otros.

-Sí, los recuerdos también se heredan. Heredas el relato familiar, el relato tribal, el relato cultural. Recuerdo una entrevista que le hice a Amoz Oz en la que decía precisamente eso, que los judíos llevan a todos sus muertos sobre las espaldas, llevan todos los relatos de esos muertos.  Hoy la ciencia está demostrando, además, a través de la epigenética, que no hay sólo hay un relato que se hereda, sino que heredamos genéticamente lo que les ha pasado a nuestros abuelos. Además, cada familia tiene un gran relato, un mito que repites siempre como un lorito y posiblemente a los 40 años te das cuenta de que es mentira.

Bruna tiene una obsesión con la muerte porque como androide conoce la fecha exacta en que sucederá. ¿La muerte constituye una obsesión para vos?

-Sí, la mayoría de los seres humanos, aunque saben que existe la muerte, viven como si fueran eternos, excepto un puñado de neuróticos como Woody Allen y como yo, que estamos obsesionados por la muerte, por el paso del tiempo, por lo que el paso del tiempo nos hace, por lo que el tiempo nos deshace. Tengo la teoría de que los novelistas tenemos más dificultad que el resto de la gente para olvidar que somos mortales. Quizá esa obsesión con la muerte es lo que nos hace novelistas. La tengo desde que era un niña de 10 años y eso es lo que creo que me sienta tan cerca de Bruna Husky que es de todos mis personajes el que más me gusta, el más poderoso y al que creo que más me parezco. Por supuesto, yo no soy una replicante y hay otras cosas en las que no me parezco nada, pero sí en lo referido a la obsesión con la muerte. Como me pasa a mí, no es tanto que ella le tenga miedo, sino que le tiene rabia, le parece una estafa.

-¿Vos te sentís estafada por la muerte?

-Bueno, venimos a este mundo con un yo que lo ocupa todo, somos tan importantes para nosotros mismos, tenemos tantas ganas de vivir esta vida bella y en un abrir y cerrar de ojos, si tenemos suerte, nos hemos hecho viejos. Se nos caen los dientes, perdemos la cabeza, vamos en silla de ruedas y luego nos morimos. Esto está compensado con unas ganas de vivir salvajes, con ser muy disfrutona, con comerse la vida a bocados. Ella tiene todo esto más exagerado, pero yo también soy una disfrutona, una vitalista. Y es muy lógico, porque si estás muy llena de la conciencia de la muerte, estás muy llena de la conciencia de la vida.

-¿Y en qué te diferenciás de ella?

-Ella es una guerrera, una valiente que va por sitos oscuros y si le sale alguien al paso le pega dos guantazos y lo tumba. Yo, en cambio, me muerto de miedo. Pero ella es una cobarde emocional. Es ese tipo de persona que todos conocemos que tiene miedo de las emociones porque piensa que los sentimientos la debilitan y por eso se amuralla. Yo creo, en cambio, que no hay otra manera de vivir que aceptando nuestra vulnerabilidad. Creo que siempre he sido una valiente emocional.