Las bombas atómicas solo fueron utilizadas dos veces durante un conflicto bélico en curso, ambas lanzadas por los Estados Unidos sobre las ciudades japonesas de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, y Nagasaki, de cuyo bestial impacto se cumplen hoy 75 años. Su poder de destrucción fue tan monstruoso que nadie más se atrevió a usarlas de nuevo. Las explosiones dejaron cicatrices permanentes en la cultura del Japón, pero también repercutieron en la humanidad completa y sus marcas pueden rastrearse  a través de la producción de todas las disciplinas artísticas. Libros, películas y obras musicales de todo el mundo se convirtieron en testigos y mensajeros de lo ocurrido.

Nacido en 1935 en un pueblo ubicado a cien kilómetros de Hiroshima, Kenzaburo Oé recibió el Nobel de Literatura en 1994. Tenía 10 años cuando las bombas cayeron sobre su país, causando una profunda conmoción en su propia sensibilidad. Se trata del autor más importante de la literatura japonesa de posguerra y su obra debe ser leída a la sombra de los efectos provocados por la guerra en la cultura de su país. Oé también es conocido por ser un pacifista militante. Dicha faceta se manifiesta en su libro Cuadernos de Hiroshima, ensayo escrito a partir de su participación en 1963 en la 9° Conferencia Mundial contra las Armas Nucleares, en el que consigna los testimonios de muchos sobrevivientes de la bomba arrojada sobre ellos. El escritor es además un defensor del artículo 9° de la Constitución de su país, modificada en 1947, a través del cual “el pueblo japonés renuncia a la guerra como derecho soberano de la Nación y al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales”. En su discurso de aceptación del Nobel, Oé afirmó que eliminar de la Constitución ese “Principio de la Paz Eterna” representaría “un acto de traición contra los pueblos de Asia y las víctimas de Hiroshima y Nagasaki”.

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El terror atómico se convirtió en un tema recurrente en la ciencia ficción de posguerra, tanto en la literatura como en el cine. Y a partir de los ’60, también en muchas canciones de distintas bandas de rock, género cuya aparición también tuvo el impacto de una bomba cultural. En los primeros casos es imposible no mencionar a Richard Matheson (1926-2013), en particular su novela El hombre menguante (1956). Llevada al cine por Jack Arnold un año más tarde, el libro cuenta la historia de un joven que navegando por el Pacífico (escenario de numerosos ensayos nucleares durante esa década) atraviesa una misteriosa nube radioactiva. Los efectos no tardarán en aparecer, haciendo que el protagonista se vaya reduciendo en tamaño hasta desaparecer. Una metáfora fantástica que representa la forma en que la radioactividad consume a quienes se ven expuestos a ella, como ocurrió con las víctimas en Japón.

Los propios japoneses ya habían corporizado todos sus miedos en la figura de Godzilla (1954), un lagarto al que la radiación convierte en una bestia mutante de 100 metros de altura, que amenaza con destruir Tokio lanzando rayos por la boca. Como en la canción de León Gieco, Godzilla “es un monstruo grande y pisa fuerte”, símbolo que remite a los horrores que la guerra nuclear había desatado sobre Japón. Imposible no mencionar aquí a Horoshima mon amour (1959), película fundamental en la filmografía del francés de Alain Resnais. El guión de Marguerite Duras registra el romance entre una actriz francesa y un arquitecto japonés, durante el rodaje de una película pacifista realizado en la devastada ciudad del título.

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Muy distinto es el abordaje de Cuando sopla el viento (1986), película animada en la que el cineasta estadounidense de ascendencia japonesa Jimmy Murakami adaptó un libro ilustrado del británico Raymond Briggs: sus protagonistas son una pareja de ancianos granjeros que sobreviven al cataclismo nuclear. Con una banda sonora que incluye canciones de Roger Waters, David Bowie y Genesis, se trata de un triste alegato contra las armas nucleares que fue muy popular durante los últimos años de la Guerra Fría. Un ejemplo curioso en el terreno de la música es Doctor Atómico, una ópera de John Adams estrenada en 2005. Su libreto aborda con tono trágico la figura del físico Robert Oppenheimer –responsable científico del Proyecto Manhattan— durante los momentos previos y posteriores a la Prueba Trinity, en la que se detonó la primera bomba atómica de la historia, tres semanas antes de las que se arrojaron sobre Japón. Ahí está el origen del horror.  «