Aunque la poesía y los números parecen pertenecer a órdenes distintos, a veces la aproximación resulta elocuente. Louise Glück, la flamante Premio Nobel de Literatura, ha publicado 12 poemarios, seis de los cuales se han editado en español a través de la editorial Pre-textos y –aquí es más difícil ser precisos– es difícil conseguirlos en Argentina. También es autora de una colección de ensayos. Manuel Borrás, editor del sello, le dijo a Télam que, de pronto, de vender 200 ejemplares de sus libros, pasaron a agotar las tiradas en un instante. Las ediciones en castellano contaron con siete traductores de lujo como Abraham Gragera, Ruth Miguel Franco, Mirta Rosenberg, Eduardo Chirinos, Andrés Catalán y Mariano Peyrou. En diez años, es la cuarta mujer en ser galardonada por la Academia Sueca. Quienes la precedieron fueron Olga Tokarczuk, Svetlana Alexiévich y Alice Munro. También es la cuarta premiada en lengua inglesa en una década junto con Bob Dylan, Kazuo Ishiguro y Munro. En la historia del premio la precedieron 15 mujeres, ella es la decimosexta en recibir el máximo galardón de la literatura.

Como es fácil comprobar, los números trazan un hilo narrativo: Glück es una poeta prolífica. Por otra parte, las ventas que se dispararon indican que ni siquiera los escándalos sexuales y de filtración de información que envolvieron a la Academia Sueca fueron capaces de minar la fe en su capacidad de elección que divide la vida de los premiados en un antes y un después. Suele repetirse con frecuencia que el Nobel es un premio en el que lo político juega un rol fundamental, pero eso no le impide ser la gran vidriera del mundo y la máxima instancia de consagración, en este caso, literaria. Por eso, una suerte de cholulismo vip hace que muchos lectores se lancen a las calles a comprar los libros de un autor o autora que ha recibido la gracia de la Academia Sueca.

El hilo narrativo termina con una observación: las mujeres siguen estando en desventaja respecto de los hombres a la hora de ser galardonadas, pero algo comienza a cambiar, porque si bien no fueron premiadas las escritoras que parecían un número puesto, como Jamaica Kincaid, ganó una mujer.

Más allá de los méritos literarios de Glück, la elección fue un ejemplo de corrección política no solo en materia de género. La poeta elegida no tiene el perfil controvertido de Peter Handke, ganador del Nobel en 2019, cuya premiación fue cuestionada desde diversos sectores por apoyar a los serbios en las guerras balcánicas.

En cuanto a la premiada, poco conocida en nuestro medio, ocupa sin duda un lugar muy relevante en la poesía estadounidense. Antes de ganar el Nobel obtuvo premios importantes entre los que se destaca el Pulitzer de poesía que ganó por su poemario El iris salvaje.

Firstbom fue su primer libro. al que le siguen, entre otros, El triunfo de Aquiles, Ararat, Praderas, Vita Nova, Una vida de pueblo y Faithful and Virtuous Night.

La escritora argentina María Negroni se refiere a ella en uno de los ensayos sobre poesía que próximamente editará la Dirección de Literatura y Fomento de la Lectura de la Universidad Nacional de México: “Sus poemas –dice– eligen un equilibrio extraño entre la confesión y lo intelectual. Ya en los poemas iniciales de Firstborn (1968) que versan sobre la niñez, la vida familiar, el amor y la maternidad, la reflexión y cierto apego formal desarticulan lo biográfico, lo desarman como si quisieran evitar el desamparo engañoso del yo”. Y, en efecto, la propia Glück afirma preferir el mito a la autobiografía, por lo cual se refiere a hechos quizá autobiográficos, pero se encarga muy bien de difuminar las huellas que puedan identificarla.

Cuando la ubica en contexto, Negroni afirma que pertenece a “esa generación de mujeres poetas que la crítica ha agrupado con la curiosa, pero no impropia, denominación de ‘poetas líricas’”, al lado de autoras como Jorie Graham, Tess Gallagher, Linda Gregg o Susan Mitchell”.

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En su infancia hubo padecimientos que le dejaron marca. Como todos, también ella lleva su niñez encima. Es más, afirma en uno de sus poemas que “Miramos el mundo una vez, durante la infancia / El resto es memoria”.

Sufrió acoso escolar, ocupó el difícil lugar de su hermana muerta al nacer y estuvo sometida a una madre  asfixiante. Su respuesta fue en principio la anorexia, una manera de minimizar su cuerpo hasta hacerlo desaparecer, una forma muy riesgosa de la huida.

La poesía significó para ella contención y refugio. Un dato curioso de su biografía es que junto a su segundo marido, del que terminaría divorciándose, fundó una escuela de cocina.

Su vida parece corroborar que, como suele decirse, no hay creación –poesía en este caso– sin sufrimiento. Pero no todos los sufrientes se convierten en poetas. Hace falta mucho más para que el dolor se transforme en palabra poética. Dice Glück: “Al final del sufrimiento / me esperaba una puerta. / Escúchame: a eso que tú llamas muerte / yo lo recuerdo”. No es un poema premonitorio. La puerta que encuentra al final del sufrimiento no es el Nobel, sino la palabra trabajosamente extraída del oscuro pozo del silencio.   «