En uno de los días más fríos del año, Luis Felipe Noé llega a las puertas del Museo Nacional de Bellas Artes bien emponchado junto con Cecilia Ivanchevich, curadora de Mirada Prospectiva, la gran exposición montada en una de las salas. Las puertas están cerradas como todos los lunes, pero como excepción se abrieron para que Yuyo recorriera con Tiempo la exhibición de una selección de sus obras realizadas a lo largo de 60 años de trabajo.

Noé rápidamente desbarata la idea de un reportaje tradicional. A lo largo de la charla va de una punta a la otra de la sala, deteniéndose en alguna de sus obras o en algún pensamiento para precisar mejor sus palabras. El grabador, en esas idas y vueltas, apresura el tranco en el esfuerzo por no perderse nada en el camino.

Ya en la primera pregunta, Yuyo, de buen humor y con una energía contagiosa, ofrece el primer pero: «Te aclaro que no es una retrospectiva, es una prospectiva, que es una idea de Cecilia (Ivanchevich) que me gusta mucho. Porque es facilón clasificar a la gente, y algunos me quieren plantar en los años ’60, pero tengo 84 años y sigo trabajando. Esta exposición me ayuda mucho a apartar esa imagen, y un poco me hace nacer de vuelta, que no es poca cosa a mi edad. Además, sin compararme, admiro mucho a los artistas cuya mejor obra la hicieron de viejos, como Monet, Tiziano, Matisse. Me gusta mucho esta forma de organizar la muestra porque rompe el esquema habitual y pone el acento en la coherencia de la búsqueda, más allá de si hice un trabajo ayer o hace 50 años».

Noé se refiere a que la exposición no está planteada cronológicamente, como la que se realizó en 2013 en el mismo museo, sino que se estructura en torno a la propuesta de tres ejes de lectura, siempre regidos por la estética del caos que impulsa su trabajo desde los sesenta: «La conciencia histórica», que presenta al artista como testigo de su época, en que están presentes la denuncia y la ironía, así como las permanentes citas al arte universal; «La visión fragmentada», idea que se origina en los ’60 con el grupo de la Nueva Figuración, y que implicó el quiebre de la idea de unidad, concentrándose más en la tensión entre los fragmentos; y «La línea vital» en el que línea y color se funden y emerge el imaginario de América Latina ligado a la naturaleza. Esta manera de exhibir permite contrastar algunas preocupaciones siempre presentes en su obra pero trabajadas formalmente de maneras muy diferentes.

Luego, al preguntarle sobre cómo proyecta una obra, realiza una segunda salvedad: «Yo no proyecto, yo convoco. Tampoco creo en la inspiración, más bien en un estado de trabajo, pero no soy como un empleado que ficha. A veces me guía el material, que es como el idioma, algunos te permiten decir una cosa que otros no pueden. Cada uno es un lenguaje que me permite expresarme. Pero la verdad es que sé lo que estoy haciendo en la medida en que voy produciendo, no antes. Y a la mitad de la obra me nace el título. En general son vagos, poéticos, no puntuales. Y es ahí que se me endereza la línea para terminar la obra. La única que puedo decir que proyecté es esa –y señala Hoy el ser humano (2016) en la otra punta de la exposición, a la que inmediatamente quiere dirigirse–. Esa la pensé acá», dice, y se toca la cabeza.

Pero antes de encaminarse hacia esa obra, Yuyo hace una pausa y cuenta que estuvo varios años sin pintar. En parte fue la expresión de una postura política y estética, pero también el emergente de un proceso interior. Por eso, hacia 1971, comenzó un análisis en el que motu proprio dibujaba mientras hablaba con el terapeuta y, de a poco, para 1975, volvió al dibujo y la pintura. Varios de esos dibujos están expuestos, «ahí ya estaba influenciado por mí mismo», dice, y explica que «en la creación artística uno se vuelve otro. Uno tiene una circunstancia especial en el acto de hacer una obra. Yo no creo que el arte sea expresión, sino expresión del otro que uno tiene adentro. La prueba está en que la mayor parte de los artistas se sorprenden de lo que han hecho. Al menos los que no se repiten».

El caos o la vida que bulle

Finalmente, arribamos a aquella pieza que Noé había señalado un rato antes: Hoy, el ser humano, la única que concibió antes de hacerla. Una figura central crucificada realizada con fragmentos de espejo y rodeada de referencias a obras clásicas, y de fotos emblemáticas actuales, dos prácticas frecuentes en su trabajo. Yuyo explica que «esa figura no es Cristo, es el ser humano el que está crucificado. Y utilicé imágenes de todo orden, de periódicos actuales y citas al arte universal, como los fusilamientos de Goya, el infierno de Miguel Ángel, y La balsa de la Medusa de Géricault, pero esa es también la inundación que sufren hoy día cientos de personas. Se trata de actualizar el pasado. No es un cuadro religioso sino de conciencia cultural, es decir, todos esos datos juntos se funden en un presente».

Para Ivanchevich, este cuadro es central para pensar la obra de Noé, ya que el caos se puede relacionar con crisis pero también con la repetición de las catástrofes de la humanidad: «El caos tiene una temporalidad que rompe la temporalidad. Más allá de las variables que van dando los distintos aconteceres, hay determinadas lógicas que se van repitiendo. Su concepción del caos desde los años ’60 hace eco en el presente y se proyecta en el futuro, por ejemplo, a través de los espejos que forman la figura y miran hacia el futuro».

Noé es el artista del caos, pero no porque su obra sea caótica sino porque ese es su motor y su modo de entender el mundo. Es lo que lo moviliza a plantear las cosas de una manera o de otra: «No hay que pensarlo como un fantasma que asusta, el caos somos nosotros incluso antes de haber nacido. Es el ser humano desde siempre. Estamos condenados a sufrir y gozar, a hacer sufrir y hacer gozar en este juego del caos. Ahora está en boga cuando se habla de ciencia mencionar lo impredecible. ¡Pero nosotros vivimos en lo impredecible! Y quiero aclarar que caos no es lo opuesto al orden, sino que este es apenas una anécdota del caos. Se pueden establecer sistemas de orden, pero en definitiva sólo anuncian caos, porque todo está en permanente movimiento».

A través de la idea de caos, Noé entiende tanto la historia como el arte de todos los tiempos, y para ejemplificar su punto se remonta a obras universales en las que también aparece ese otro que uno lleva dentro del que habló un rato antes. «Si bien la creatividad no es solamente de los artistas, hay una creatividad particular de la creación artística que es justamente entenderse con el caos. Así es con los verdaderos artistas, pero no hablo sólo de la actualidad, pongamos de ejemplo La sagrada familia, también de Miguel Ángel, están la Virgen, el niño, san José y detrás cuatro hombres desnudos. ¿Qué hacen ahí?, si el tema era la sagrada familia. Pero pintando le salió otra parte de sí mismo, eso es parte del caos que nos integra».

Yo es otro

En ese momento de la charla, en una pantalla que proyecta parte de un documental, Noé se ve a sí mismo en una manifestación durante los años sesenta, se detiene, se reconoce y dice «ahí estoy yo a los 30 años. Yo crecí con las manifestaciones peronistas. Aunque vengo de una familia muy antiperonista, a mí siempre me atrajo como elemento estético, o antiestético si querés. Es una atracción política pero no en el sentido chiquito de la palabra. En todo caso, esas manifestaciones eran extraordinarias, gente que venía del interior y se pasaba la noche tocando, cantando, bailando. Es la vida que bulle. No hay frase más estúpida que esa que les encanta a los militares cada vez que dan un golpe de Estado: ‘Hay que poner orden’, es como querer tapar una cacerola con una tapa más chica, ¡no vas a poder! Porque no hay orden, hay trajín de la vida».

¿Y qué piensa de ese joven de 30 años que aparece en el video? «¡Guau, cómo envejecí! Pero yo me reconozco, uno es el mismo y es diferente. Siempre se está cambiando», y resuena aquel Borges que afirmaba «somos el río de Heráclito», siempre cambiando, siempre buscando un lenguaje nuevo que permita expresar ese discurrir. Como ejemplo de sus palabras, dos cuadros creados con más de 40 años de distancia pero que se enfocan en una misma preocupación, el pueblo, aunque trabajados con estéticas diferentes– se exhiben uno al lado del otro: Introducción a la esperanza (1963) y La pueblada (2006).

Y si damos vuelta la pregunta, ¿qué pensaría ese joven de 30 si pudiera verlo a usted hoy? «Yo creo que se alegraría. Me agradecería las ganas de seguir trabajando porque a él lo mataron al reducirlo sistemáticamente a los años ’60, me quisieron convertir en una viuda de él. Pero ahora, que empiezan a entender mi obra actual y mi obra total, él me lo está agradeciendo, porque no está muerto sino que sigue vivo».

El arte coctelero

Noé no quiere hablar de los jóvenes, porque, dice, los viejos siempre se equivocan cuando hablan de ellos. Sin embargo está en contacto con el arte que se hace hoy día. «No lo llamo contemporáneo, sino coctelero, pero con respeto. Es un momento en que las vanguardias rupturistas ya se terminaron, ya no hay nada que romper, está todo roto. No creo en que haya que pegar lo roto, la etapa de romper prejuicios pasó, ahora hay una gran libertad. El problema es que también desconcierta, pero ahora se aprende de todas las etapas del arte, de todas las otras disciplinas artísticas, por eso lo llamo arte coctelero». «