«Un día, como en las películas, sonó el teléfono y me comunicaron de Planeta que me iban a publicar el libro», dice Luz Gabás, quien luego de un año de enviar su primera novela, Palmeras en la nieve, a editoriales de todo tipo, no lograba encontrar editor. El éxito de ese primer libro de nada menos que 700 páginas también tuvo carácter cinematográfico, espectacular. De hecho, fue llevada al cine con gran suceso. Hace poco apareció en Argentina Como fuego en el hielo, novela que cierra la trilogía que comenzó con Palmeras… y que lleva vendidos más de un millón de ejemplares. «Yo venía de la nada –asegura- y conseguir un editor fue muy difícil.» Sus estudios le habían dado los elementos técnicos para la escritura, pero antes de sentarse a escribir su primera novela sólo tenía algunos relatos sueltos que hoy considera impublicables. El éxito no fue un largo proceso, sino que lo obtuvo con su primera publicación. 

Especialista en filología inglesa, fue profesora de inglés para ingenieros y alcaldesa de su pueblo, Benasque. Hoy, convertida en best seller, se dedica sólo a la literatura. Como fuego en el hielo es una historia romántica que se desarrolla en el siglo XIX. Tiene en común con sus novelas anteriores la investigación minuciosa no sólo de los grandes hechos históricos, sino de los detalles de la vida cotidiana. Por ejemplo, para saber  de qué modo se cargaba una pistola y cómo se desarrollaba un duelo, consultó desde antiguos manuales de duelo a todo tipo de materiales que pudieran darle una respuesta. «Los datos de la vida cotidiana –dice- son los más difíciles de conseguir.» 

Antes de ponerse a escribir, ya tiene el armazón de la novela, tanto de las peripecias como de los personajes. «Hago una ficha de cada uno –revela- y establezco de qué manera va a actuar con los otros.»  

-Como fuego en el hielo, igual que los libros anteriores, es un best seller en número de ventas. ¿Crees que también responde al modelo del best seller en la escritura?

-Lo cierto es que cuando me siento a escribir eso no lo tengo en cuenta, pero sí es verdad que he leído muchos best sellers y cuando pienso en cómo me gustaría que me contaran una historia, me vienen a la cabeza ciertos ingredientes que luego los pongo en mis escritos. No creo que haya una fórmula mágica por una razón porque hay algo que no puede responder a un esquema y es la capacidad de emocionar. Hay lectores que me dicen «me he emocionado», «me he sentido identificada con tus personajes». Entonces creo que hay algo más. Todos sabemos distinguir aquellos libros que son muy correctos pero que están vacíos de emoción. Yo no sigo pautas, cuando escribo sólo pienso en lo que quiero contar. 

-Como hielo en el fuego cierra una trilogía que está compuesta también por Palmeras en la nieve y Regreso a tu piel, ¿no es así?

-Sí, yo la llamo la trilogía emocional de los Pirineos porque de fondo están las altas montañas de la frontera natural que separa a Francia y a España. Palmeras en la nieve es una historia que quería contar desde hacía tiempo.  En esa novela me planteaba la vida de mis antepasados, qué hicieron ellos para que yo esté aquí hoy. Para entenderme a mí tenía que entenderlos a ellos. El contexto era un viaje del Pirineo a África, pero lo fundamental para mí era mi impulso inicial. Regreso a tu piel sucede en el siglo XVI, tiene cuestiones de brujería, se produce el asesinato de 24 mujeres en dos meses y no por la Inquisición. Era una especie de rebeldía romántica contra la muerte, un tema del que se habla mucho en la novela y se habla incluso del deseo de reencarnación. Al sentarme a escribir la última tenía el pálpito de que faltaba una novela sobre la vida. Pensé qué era para mí la vida. Pues la vida es una tensión continua entre el fuego y el hielo, entre la razón y la pasión, entre lo que nos vemos obligados a hacer y lo que querríamos hacer.  

-Tu libro combina una historia romántica que es ficcional y un contexto histórico real ¿Te documentás mucho antes de escribir?

-En las tres novelas me he tenido que documentar mucho porque se desarrollan en momentos históricos muy concretos. En Palmeras en la nieve el contexto era un pequeño país de África, Guinea Ecuatorial, del que hay muy poco escrito y siempre desde el punto de vista del colonizador. Creo que de las tres es la novela que más me costó comprender, porque además había personajes de otras culturas. En Regreso a tu piel el contexto, como dije, era el siglo XVI y lo más difícil era lograr información sobre lo cotidiano: qué comían, como se vestían. En el caso de Como fuego en el hielo yo quería que se desarrollara en el siglo XIX por dos razones. La primera es íntima y personal y es porque lo tenía muy olvidado. La segunda es que como iba a ser una novela-homenaje a lo romántico y no sólo al romanticismo, quería que el contexto fuera el más romántico, que en España se circunscribe a las décadas que van de 1830 a 1860. Justo, casualmente, ese momento coincide con unos cambios políticos muy interesantes. Por lo tanto yo aprendí, y a la vez los lectores me agradecen el haber refrescado ese momento porque todos estudiamos historia, pero las cosas se nos olvidan. Me gusta documentarme para crear novelas muy verosímiles. 

-Al final del libro ponés incluso una bibliografía. Eso marca una concepción de cómo entendés la literatura. ¿Cuál es esa concepción? 

-En las tres novelas rescato momentos reales que yo utilizo para escribir mis historias de ficción. La barrera entre verdad y ficción es compleja. Siempre digo que el que quiera leer historia debe ir a un libro de historia que, al fin y al cabo, también es una interpretación. Añadir la bibliografía es en mí, por una parte, el efecto de haber sido profesora. Me parece que si empleo algo de alguien tengo que ponerlo para que quede claro que no soy maga ni tengo una mente especial. Es una cuestión de honestidad. En segundo lugar, creo que una cosa son los grandes manuales de historia y otra la gran cantidad de libros de historia local que están escritos por gente a la que le gusta investigar cosas muy concretas y que parece que no son importantes, pero yo creo que en lo local está lo universal. Creo que para esa gente es bonito ver que sus trabajos han servido para inspirarme o facilitarme las cosas. En tercer lugar y respondiendo más concretamente a tu pregunta, para mí la literatura es una suma de tres funciones: la de enseñar, la de entretener o evadir y la de reflexionar. Como en mis novelas hay una parte de estas tres facetas, creo que, volviendo a lo de la honestidad, está bien reconocer que no todo se me ha ocurrido a mí, sino que también me han ayudado otras personas. 

-De todos modos te permitís inventar un pueblo, Albort, aunque con muchos parecidos con un pueblo real. 

-Suelen decirme que ese pueblo es como mi Macondo. He utilizado el lugar de donde soy y donde vivo, Benasque, para hacer ficción en mis tres novelas. Si no cambiaba el nombre, si no tenía mi propio Macondo, no lograba la perspectiva necesaria para analizar lo local con un significado universal. Mis vecinos me dicen por qué llamo a todos los pueblos de Francia con su nombre real y al nuestro, no. Les digo que yo soy muy consciente de que  es una novela, de que es ficción y como lo veo como ficción aunque esté inspirado en hechos reales, me gusta mantener esa distancia. 

-Las historias individuales están atravesadas por la historia política. Es posible que tu interés por la historia tenga que ver con tu condición de política. ¿Cómo fue ser alcaldesa? 

-La vida de los pueblos está marcada por la política, eso está clarísimo. Me preguntas cómo fue aquello y yo respondo de una manera humorística diciendo que desde que fui alcaldesa entiendo mejor a Shakespeare. Si hubiese sido primero alcaldesa y luego hubiese estudiado filología inglesa, no hubiese tenido problemas para comprenderla. Los temas que trata Shakespeare como la traición, los entresijos del poder, los he vivido aunque en una escala muy pequeña. Cuando me dices que soy política, me resulta curioso porque yo no me percibo como política. 

-Pero de hecho lo fuiste. 

-Pero fui alcaldesa y hay una gran diferencia entre ser alcaldesa de un pueblo pequeño, de 2000 habitantes, turístico y que puede albergar como máximo 10 mil personas en el verano porque tus inquietudes son muy diferentes a las de la alta política. Lo que le importa a un alcalde es que funcione el depósito del agua, que no haya problemas con la luz, que lleguen las fiestas y que haya dinero para pagar las orquestas, los actos culturales, la educación de tu municipio. Son cuestiones muy cotidianas, es como si administraras una casa. Todos los grandes entresijos políticos pertenecen a otro nivel en el que yo no he estado. Por eso creo que llegué a la política con una concepción demasiado romántica en el sentido de que quise volcar un poco de mi tiempo, de mi energía, de mis ideas a la comunidad. 

-Pero entonces podrías ser alcaldesa por cualquier partido, pero lo fuiste por el Partido Popular. ¿Hubieras sido alcaldesa en el gobierno del PSOE, por ejemplo?

-Es que en España debes presentarte por un partido. 

-Sí, también aquí. Quiero decir que para que te presentaras por un partido tuvo que haber un acuerdo con ese partido y por lo tanto es una decisión política. 

-Sí, claro, eso sí. En aquel momento el grupo con el que estaba trabajando y con el que teníamos ideas iguales sobre lo que había que hacer en mi pequeña comunidad era del PP. Eso lo tenía claro. Sin duda, eso es una opción política, pero yo me refería más al hecho de ser política en general, yo he vivido la política en pequeñito. Y, sí, nuestras vidas están condicionadas por nuestros contextos, sin duda.  Eso lo creo desde antes de ser política. No es lo mismo nacer en un país rico que pobre, haber nacido en una familia con medios o sin ellos. Tú puedes poner las ganas y el esfuerzo, pero las condiciones no son las mismas. 

-En general, los autores españoles que nos visitan, desde Muñoz Molina a Javier Cercas, están marcados por esa la Guerra Civil que sigue incidiendo en el presente. ¿Nunca te interesó o tenés una visión distinta?

-En primer lugar, soy más joven que los ejemplos que me has puesto. En mi casa nunca se habló de la Guerra Civil. En mi generación no se habló de la guerra porque sus integrantes creyeron que era algo cerrado y superado. En mi familia y en la de mi marido hubo muertos por ambos lados. Creo que la Guerra Civil la puedes analizar, estudiar, observar, pero no emplear y no recuperar como se está haciendo ahora con la intención de volver a dividir. En todos los siglos que he investigado hay un montón de guerras y veo esas guerras con perspectiva. Creo que para la Guerra Civil nos falta esa perspectiva porque hay gente que la sufrió, que participó de un modo u otro y que todavía vive. Y cuando se está vivo todavía hay resentimiento. Entonces hay que tener cuidado con las interpretaciones -lo voy a decir de una manera suave- que no se utilizan para aprender, sino con otros fines. Esa es mi opinión, pero también es verdad que, como soy más joven, no he heredado de mi familia ese resentimiento y no por ser del Partido Popular, porque en mi familia hay de todos los colores, bandos y opciones. Yo sí que me creí y me quise creer la transición que sirvió para poner fin a aquello y empezar de nuevo. Soy de las que miran para adelante. Para atrás solamente miro para aprender, pero no para reavivar. 

-¿Pero no creés que sería positivo averiguar, que la gente sepa qué pasó con sus muertos?

-Saber quiero siempre, pero insisto en que no para avivar resentimientos. 

-Averiguar es también una actitud política. ¿O no?

-El problema de politizarlo todo es que al final te preguntas qué es lo que no es política. Cuando yo era más joven, había otra frescura. Teníamos inocencia en el sentido de que cada uno decía lo que quería sin temor de que el otro interpretase que estabas tomando una postura. El problema de que todo esté tan politizado es tener que medir tus palabras. Esto es terrible porque acaba con la libertad de expresión. Comprendo que alguien quiera enterrar a sus muertos porque probablemente yo también lo querría. Pero una cosa es comprenderlo y favorecer que se haga y otra cosa es que si alguien opina diferente ya se monte un debate tremendo. Yo recuerdo las conversaciones políticas de cuando tenía 20 o 25 años y tomábamos cerveza. Uno pensaba una cosa, otro pensaba otra y no había crispación. Cada uno decía lo que le daba la real gana. Ahora empiezo a ver que la gente se modera a la hora de hablar y me parece triste. «