“A la literatura argentina hay que buscarla en ciertos lugares –dice Ricardo Piglia-. Por ejemplo, en una pieza de pensión del Once, donde un escritor se pasa los años escribiendo una novela que dura toda su vida. Ese escritor es Macedonio Fernández. A veces pienso que la literatura argentina “es”  Macedonio Fernández. Yo mismo escribí una novela pensando en Macedonio.

Un 1 de junio de 1874  nacía en Buenos Aires Macedonio Fernández, a quien Wikipedia define, con la verdad insuficiente de cualquier enciclopedia, como escritor, abogado y filósofo. Porque es cierto que fue todo eso. Pero no es menos cierto que fue mucho más que eso. Fue, según el propio Piglia, el escritor sin el que no hubieran existido Borges, Marechal, ni él mismo. Fue también un hombre devorado por su propio mito. Como sucede con algunos “raros”, con algunos  “únicos”, al igual que sucede con Erik Satie en el campo de la música, su figura proyecta una sombra espesa sobre su obra.

Amigo del padre de Jorge Luis Borges, este se encargó de aportar mucho a su mito. Sostuvo que el verdadero Macedonio no estaba en sus libros, sino en sus conversaciones y que su obra fue inferior a su vida.  Lo llamaba reverencialmente “maestro”, pero este respeto no contribuyó al conocimiento de su escritura.

Por su parte, es cierto que son muchos los que aseguran que  a Macedonio le interesaba más escribir que publicar. Suerte de grafómano solitario, pasó su vida escribiendo en piezas de pensión y en casas prestadas a donde se trasladaba –también lo dice Piglia- con una valija vieja donde guardaba sus escritos.

En Historia Crítica de la Literatura Argentina (Emecé Editores), la colección impulsada por Noé Jitrik, hay un tomo dirigido por Roberto Ferro dedicado íntegramente  a Macedonio. Allí dice Álvaro Abos en el artículo titulado “Macedonio Fernández: una vida de escritor”: “La aprofesionalidad de Macedonio, como tantos otros aspectos del mito, tiene fuerte sustento en las reiteradas alusiones que en su obra escrita realiza Jorge Luis Borges desde 1921, cuando por primera vez se refiere a él, antiguo condiscípulo e íntimo amigo de su padre, al presentarlo en una antología de poesía argentina que ve su luz en España.”

Y agrega: “El `macedonismo` de Borges culmina en el prólogo a la antolología de Macedonio Fernández que publica EUDEBA en 1961. Afirma allí que su maestro y amigo, a quien confiesa haber imitado `hasta el devoto plagio, eludió en vida la publicación de sus libros y lo describe como `un pensador argentino que no se propuso legar una producción escrita, sino otras sucedáneas reflexiones, a la manera de un Sócrates del siglo XX`.”

Y concluye Abós: “Macedonio Fernández, contra lo que sostiene el mito, deseó ver publicada su obra e intentó –por momentos ardientemente- consumar ese deseo. Su apartamiento, su largo silencio, el carácter sigiloso de su producción, lejos de ser un diseño querido, fue el catastrófico resultado de la incomprensión del entorno y, solo en forma secundaria, de las indecisiones o falta de astucia del propio autor.”

Algunas circunstancias personales tendieron a confirmarlo como un “raro” que había hecho de su propia vida su mayor obra literaria. En un momento  decidió candidatearse para presidente en una de esas bromas que formaban parte de su inigualable sentido del humor, pero debajo de las cuales mostraba un finísimos espíritu irreverente  frente a la falta de creatividad y de ideas de los políticos. Citaba a sus seguidores en un bar donde les hablaba de la falta de proyectos políticos en la Argentina. “Hay 300.000 sufragios sin compromiso ni orientación que esperan una idea” –dicen que le dijo a Borges. “Esos serán mis adherentes… Mirá, che, muchas personas se proponen abrir una cigarrería y casi nadie ser presidente”. De esta observación dedujo que era más fácil llegar a presidente que a dueño de una cafetería.

Junto con Gillermo Borges y Julio Molina de Vedia tuvo la idea de fundar una colonia anarquista  en una isla cercana a Paraguay. Cuánto había de humorada macedoniana y cuánto de fe genuina en su proyecto es imposible decirlo hoy, pero el hecho engrosó su anecdotario de excéntrico y contribuyó en gran medida a imponer su personalidad sobre sobre su obra.

En 1920 pierde a su esposa, Elena de Obieta, el gran amor de su vida, con quien tuvo cuatro hijos. Derruido por su muerte dejó a sus cuatro hijos pequeños al cuidado de tías y abuelas. Uno de ellos, Adolfo, fue el único que se mantuvo cerca de él, a pesar del alejamiento de padre. Él nos venía a ver todas las semanas, dice Adolfo, pero no fue el padre que yo y mis hermanos deseábamos. Crecimos sintiéndolo una figura distante”.

Lo cierto es que hoy es considerado el mayor exponente de la vanguardia literaria argentina de los años 20.  Si acaso alguna inquietud lo dominaba más que el hecho de publicar de inmediato, era su pasión experimental.  Así lo evidencia  Museo de la novela de la eterna (primera novela buena) a la que los críticos postulan como su obra fundamental. Esta novela fue publicada de manera póstuma en 1967 gracias a la intervención de su hijo Adolfo, que se encargó de ordenarla.

“El Museo –dice Isabel Stratta.en un artículo comprendido en  el tomo dedicado a Macedonio de Historia Crítica de la literatura argentina– alude de distintos modos a un estado en el que la novela se ha convertido en género dominante (y hasta en producto seriado de la industria de relatos que se extiende también al cine); la prosa a personajes inventada por Macedonio promete prescindir  ´de que padre e hijo se enamoren de la misma “, de `el parentesco, o la aberración sexual o la ceguera , o la locura haciendo de Tragedia`y también del `casamiento del millonario con la obrera`.

 En suma, va contra “el asunto”, contra “el paradigma de conflictos humanos que alimentó la gramática básica del relato realista desde el siglo XIX”.

Dice el propio Macedonio: “Mi novela no es novelón. La tentativa estética presente es una provocación a la escuela realista.”

Macedonio Fernández nació hace 147 años. Sin embargo, sus textos pertenecen a una suerte de vanguardia permanente que se actualiza cada vez que un lector recorre sus páginas. Su escritura pone en evidencia no solo su capacidad de escritor, sino también su lucidez para pensar la literatura más allá de las convenciones impuestas por su época. Si fuera posible recortar el mito que lo rodea, poner entre paréntesis su amistad con el padre de Borges y la valoración de sus aptitudes de artista de la conversación, quedaría al desnudo lo que Macedonio fue en esencia: un escritor que produjo una obra singular y renovadora manteniéndose totalmente alejado de la burocracia literaria. Generó así un lugar donde “ir a buscar” la literatura argentina.