La obra y la figura de Macedonio Fernández (1984-1952) siguen generando admiración y sorpresa. Y esto se debe a las múltiples lecturas que se pueden hacer tanto de su literatura como de los rasgos de su atrapante personalidad. Además, pasadas casi siete décadas de su fallecimiento, siguen apareciendo textos y frases que los especialistas tratan de descifrar a qué obra pertenecen, debiendo hacer un delicado ejercicio de arqueología literaria macedoniana.

La escritora y periodista Silvia Hopenhayn (relatos), el músico y compositor Guillo Espel (guitarras y percusión) y el percusionista Oscar Albrieu Roca (percusión y placas) idearon a fines de 2019 El sol y un fósforo, un espectáculo en el que palabras y sonidos interactúan con textos de Fernández y momentos musicales creados por Espel. Lamentablemente, apenas días antes del que debía ser su estreno, la pandemia de Covid-19 y el aislamiento que decretó el Gobierno nacional frustraron la posibilidad de ver en vivo este correlato musical o intromisión sonora (tal como lo definen sus creadores) en la obra del escritor.

Pero, con algunas adaptaciones necesarias para la ocasión, el espectáculo se registró hace un par de semanas y se puede ver en el ciclo Vivamos cultura en la página web del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Silvia Hopenhayn y Guillo Espel dialogaron con Tiempo Argentino acerca de esta recreación del universo artístico de Fernández, que invita a seguir adentrándose en la obra de uno de los escritores más admirados, indefinibles e influyentes de muestro país.

– ¿Cómo surgió la idea de este espectáculo?

Guillo Espel: -El contenido del libro Cuadernos de todo y nada es un cúmulo de pequeñas partes que, de alguna manera, van conformando un todo. Por este motivo es que nos propusimos aprovechar la estructura que propone el libro para trabajar tanto en los textos como en lo musical. Elaboramos las ideas y les fuimos dando una maceración que termina siendo el espectáculo que presentamos.

Silvia Hopenhayn: -Una maceración «macedoniana»… Macedonio nunca planteó algo de manera acabada o estricta.

G.E.: -Yo soy una persona que, por el estilo de obras que compongo, no toco una sola nota que no esté escrita. Envidio de los músicos de jazz la capacidad de improvisar que tienen, que es algo que yo no poseo no por falta de capacidad, sino por la formación y por mi metodología de trabajo. Y la mayor fascinación que me produce este trabajo es que posibilita jugar con lo que proponemos desde lo musical con Oscar.

– Mencionaste la palabra improvisación y, precisamente, Macedonio decía en Papeles de todo y nada que “nunca estuvo tan preparado para improvisar”.

S.H.: -Eso forma parte de las paradojas cómicas que él solía utilizar. Es un personaje inasible pero con una presencia muy fuerte. Nos afecta a los que somos sensibles no solo a la palabra dicha sino también a la pasión a través del arte, que él denominaba como «Belarte». Esa no concreción que en sus obras él busca constantemente propagar hace que cualquiera pueda permitirse continuar. En el Museo de la novela de la eterna pone un prólogo al final de la novela que es el prólogo para que el lector termine la novela. Es decir que lo que él pide o sugiere en la que es su única novela con características más o menos formales, es que sea otro el que le dé el final.

G.E.: -En el espectáculo Silvia también utiliza algo que resulta interesante y que permite una cercanía con la figura de Fernández, y es que hay ciertos personajes a los que llamamos por su nombre de pila, como el caso de Macedonio, Felisberto…

S.H.: -…Silvina, Alejandra… Esa cercanía que da mencionarlo por su nombre ya es una pista sobre la complicidad que genera su obra con el lector.

G.E.: -Es una cercanía que tal vez no se da en otros casos, ya que nadie menciona a Cortázar como Julio o a Borges como Jorge Luis.

– Por las características de su obra, ¿se puede decir que la de Macedonio tiene ciertos aspectos empáticos con las de otros creadores como Xul Solar, por ejemplo?

S.H.: -La panlingua de Solar tiene un cierto parentesco con los métodos de escritura de Macedonio. Además ambos tenían la misma pasión por todo lo que fuera el arte, la ciencia o la metafísica.

G.E.: -Tampoco es casual que, como en el caso de Xul Solar, el redescubrimiento de su obra se lleva a cabo en la década de los sesenta, con la explosión de la literatura latinoamericana, los nuevos lenguajes en el cine y la aparición de figuras como Piazzolla o Jobim en la música.

S.H.: -Algo que siempre me encantó es el hecho de que su novela primordial, El museo de la novela de la Eterna, tiene como subtítulo «Primera novela buena». Lo llamativo es que esa novela buena de Macedonio se publicó de manera póstuma en 1962. Es como si su proyecto hubiera alcanzado el fin de ser reconocido no estando vivo. Adriana Buenos Aires (Última novela mala), que así se titula la anterior, fue publicada estando él vivo.

– ¿Y qué es lo que su obra la hace atrayente para los jóvenes?

S.H.: -Creo que lo que atrae de su obra es la melancolía. Aún así, esa melancolía se sostiene mediante el humor y la ironía.

G.E.: -Pero creo que su actitud outsider se puede encontrar en otras ramas del arte. En la música con el mejicano Silvestre Revueltas, que murió a los 40 años y era conocido por ser un gran alcohólico, que es uno de los más grandes compositores del siglo XX. En la pintura podría entrar Salvador Dalí, Piet Mondrian, los dadaístas o, en la música,  Erik Satie. Eran personas que no jugaban a conseguir el mármol. Y Macedonio tenía esas características.

– Los textos de Macedonio tienen ciertos elementos que recuerdan a los escritos y las posturas irónicas de Erik Satie. ¿Coinciden con esto?

G.E.: -Cuando Satie compone Vejaciones, que es una obra en la que una pieza de 52 compases se repite 840 veces, lo hace como juego irónico y como una manera de transgredir las normas estrictas que tenía la música a fines del siglo XIX y principios del XX. Pero cuando se la interpreta se respeta exactamente el formato de la composición, lo cual permite entender que lo que él compuso como respuesta irónica es tomado muy en serio por los intérpretes.

S.H.: -Me gusta el concepto de seriedad, porque Macedonio utiliza la ironía pero lo hace tomando muy en serio el uso de las palabras. Nosotros trabajamos con los Cuadernos de todo y nada, y lo que se percibe es la sensación de placer o de goce, que puede estar presente tanto en lo trágico como en lo feliz desde el punto de vista del arte. Ese goce no está dado en el aspecto argumentativo de parte del escritor sino que es un estado artístico que involucra al receptor. Macedonio siempre escribe pensando en la construcción de la obra en su recepción. Por eso es un desafío convertirlo en una pieza literaria y musical.

– ¿Consideran que este correlato musical o intromisión sonora, como definen el espectáculo, propone un juego tanto con las palabras como con la música?

S.H.: -Macedonio tenía una tremenda precisión en el uso de la palabra. Pero también permitía deslizarse por lo que esa palabra deseaba. Disfrutaba del goce de la lengua y del texto. Y en su caso también es conceptual, porque él era una especie de lírico metafísico. En él hay un goce conceptual pero no analítico. Ese es el gran equívoco macedoniano. Uno cree que entra en una obra compleja, de análisis, metadiscursiva, y es todo lo contrario. Si bien Piglia lo tomó por ese lado, a mí me interesa más su aspecto conceptual gozante. Por este motivo es que lo presentamos como “melancolúdico”.

G.E.: -Siempre aparece su imagen de viejo, nadie recuerda a Macedonio con una imagen de juventud. Es conocida su foto con la guitarra y, obviamente, las que tiene con su infaltable sobretodo. En el espectáculo que elaboramos para ser presentado en vivo y que por la pandemia no pudimos presentar jugamos con el sobretodo como objeto de identificación. En esta versión que adaptamos para subir a la plataforma decidimos omitir este objeto.

– El antecedente inmediato en el que trabajaron juntos fue la ópera Elecciones primarias. ¿Qué diferencia a esa puesta y esta nueva obra?

G.E.: –Elecciones primarias, la ópera que hicimos con Silvia, la recuerdo como uno de los trabajos más hermosos que compuse. Yo trabajaba el libreto de la obra sobre el texto de ella y juntos hacíamos esa tarea de maceración del que hablábamos al principio. Esa modalidad de trabajo la aplicamos a El sol y un fósforo. Pero en esta oportunidad se sumó Oscar Albrieu Roca, que es un músico práctico e inventivo. Y un día, tomando un café y hablando sobre la ópera, él sugirió la idea de hacer algo más íntimo y con otro tipo de características. Oscar es una persona que tiene claro tanto los conceptos performáticos como las interacciones entre ejes visuales, literarios y sonoros. Por eso es que el espectáculo lo definimos como un correlato musical o una intromisión sonora.

S.H.: -En Elecciones primarias la relación novela-partitura no era una mera trasposición o traslado, sino que la palabra se trasladaba porque había una voz narrativa presente, que era la mía. Esta idea del traslado de la palabra dicha con lo musical y lo musical con la palabra dicha me parece que producía un efecto muy interesante. Y esto lo relaciono con otro al que se lo llama con el nombre, que es Felisberto. Felisberto Hernández era pianista de las películas mudas. Para mí siempre fue genial que alguien que le daba voz a las películas a través del piano, tuviera una escritura profundamente musical en sus cuentos y novelas. Y ese tipo de traslado nos resulta propicio para este encuentro que generamos entre la palabra y la música.

El sol y un fósforo

Correlato musical o una intromisión sonora.

Silvia Hopenhayn, (relatos), Guillo Espel (guitarras y percusión) y Oscar Albrieu Roca (percusión y placas)

Enlaces para  ver El sol y un fósforo: https://vivamoscultura.buenosaires.gob.ar/public/content_creators/7vmakdcra9?fbclid=IwAR3ySHmLdkyftEJB_ZIc9cHMOW9cJ2E17qsHXJEZKLZUyydxAKpk_OK_sH0