Alejandro Genes Radawski es de Rosario y de Polonia. A finales de 2016 visitó Tiempo Argentino para acercarnos sus obras impresas en cuatro ejemplares titulados Teatro I, II, III y IV, publicados por Corregidor y realizadas gracias a ayudas culturales. En esa oportunidad, conversamos con el dramaturgo y director acerca de los talleres de dramaturgia, los viajes y su identidad y, sobre todo, acerca de su Ferdydurke. Se trata de una “torcedura literaria” que ha sido puesta en escena en el teatro Tadrón -sobre la obra del intelectual polaco Witold Gombrowicz- dinámica, rara y embellecida, donde se destaca el trabajo con la luz y la versatilidad de sus actuaciones.

En esta oportunidad, el intercambio se da de forma escrita, en dosis de correos que arman un perfil de autor en escenas virtuales. Sus piezas tienen mucho de extraño y promueven subrayados de humor sutil a los que se les suma una inteligente tensión del clásico.

Genes es un autor prolífico perteneciente a un grupo de artistas multidisciplinares, en movimiento constante, becados, viajeros y conscientes de los elementos formales que dinamitan los contenidos de sus piezas.

Es que este autor polaco argentino o viceversa es un conversador confiado en sus historias por un pacto manifiesto de lectura en términos de “complot”. Le interesan las crisis sociales como contexto y siempre la formulación de identidad, sus complejos y sus fuera de cuadros.

Lee mucha literatura y entre sus preferidos están Macedonio Fernández, Cesar Aira, Rodolfo Fogwill, Roberto Arlt, y los polacos Gombrowicz, Joseph Conrad y Wisława Szymborska. “Lo que me interesa de cada uno de ellos es su mirada, su pluma, su forma”, cuenta Genes y confiesa: “La primera vez que leí Ferdydurke de Gombrowicz me fue inevitable imaginar esa novela de 316 páginas llevadas al teatro. Luego la Embajada de Polonia me comisionó el proyecto y así fue que me embarqué en la adaptación y la puesta en escena.”

-Por tu puesta de Ferdydurke, de Witold Gombrowicz, entiendo que te interesa la narrativa fragmentaria o no lineal.

-Lo fragmentario me interesa más que lo lineal, básicamente porque me deja espacios en blanco. Como lector me permite imaginar y como director me hace pensar qué hacer escénicamente con ellos. Generalmente cuando craneo una puesta pienso en una estética y en un concepto a trabajar. En mi Ferdydurke trabajé con el concepto de Site-specific. Este requiere que sea imposible que la obra se haga en otro teatro más que el Tadrón. Además, el dispositivo escénico estaba a cargo del vestuario ya que los cambios generaban las variaciones del espacio narrativo.

-(Ciertos críticos que te han leído) Roberto Perinelli y Ana Seoane dicen que tu escritura es muy particular porque no incorporás didascalias en tus piezas (aclaraciones). ¿Es intencional? ¿Qué provoca esto para la puesta en escena?

-Me es imposible pensar la escritura teatral con didascalias. Si nos remontamos al inicio del teatro, desde el teatro griego hasta el isabelino, las indicaciones escénicas eran dichas por los personajes y gracias a ellos se podía entender dónde se desarrollaba la acción. Esto cambió, y por algunos siglos los autores se creyeron los dioses del teatro, y como si quisieran tener un control absoluto escribían todas las indicaciones que pertenecían a otras áreas, persuadiendo a que sus obras se realicen de esa manera. Por suerte hoy algunos directores hacen caso omiso a dichas acotaciones, si no cada obra tendría una única forma de ser representada. Yo prefiero que me dejen imaginar al estilo shakesperiano. Escribir sin didascalias obliga a una gran creación por parte del director a la hora de pensar una puesta en escena.

-Sos escritor y director de tus piezas. ¿Cómo te caracterizás en cada rol?

-Son mundos aparte. Como autor escribo sin pensar en la puesta. Escribo libremente una obra teatral que tiene como único fin ser leída. Si algún director la quiere montar se va a encontrar con un texto permeable, abierto y que exige la articulación de todas las áreas para la creación de un hecho espectacular, de un show. El texto es un elemento más y en un montaje teatral para mí tiene el mismo valor que una silla. La silla fue creada por un carpintero, cortada, lijada, pulida, encolada, barnizada, es perfecta, es su obra. Como director amo coquetear con el absurdo. Soy de experimentar con la estética, por eso mis obras son tan disímiles unas de otras, me gusta yuxtaponer lenguajes que nunca he fusionado antes. Los directores son los nuevos autores de las obras, siempre digo que son como artistas plásticos que usan elementos ya fabricados para sus creaciones, que conjugan todos los territorios para crear una obra de teatro.

-¿Qué hay de los cambios de identidad en tus personajes?

-Justamente es parte de mi forma, fisurar lo establecido por el autor para provocar una disrupción desde la dirección, y así devenir en un hecho espectacular que se aleje de lo preestablecido por el texto. Mucha gente leyó Ferdydurke y saben que es una novela de hombres. Para mí representar un texto fielmente en el teatro no tiene sentido, para eso sería conveniente hacer una lectura dramatizada, si no hay creación que no haya nada. Por eso es actuado por mujeres, entre otras cosas.

-Leí que no repetís tus temas en las obras. Sin embargo, encuentro a tus personajes en constante movimiento surtidos por las crisis o los exterminios. ¿Es así?

-Trato de hablar de diversos temas y hacerlo siempre de manera diferente, jugando con las estructuras y las formas narrativas. Vivimos en un mundo de continuo exterminio, de una ferocidad inenarrable. Hasta hace unas semanas el foco era Alepo, pero en muchas ciudades la gente amanece sabiendo que en cualquier momento va a volar por los aires. Me interesa narrar estados críticos en los que viven las personas, ya sean crisis internas o externas: un hombre con Alzheimer que siente que se le han descosido las ataduras del cerebro; personajes que comen gatos a la parrilla en 2001

-Tus personajes en Ir y volver e ir son «críticos» del teatro y de la literatura. ¿Cuál es tu balance?

-El teatro no ha cambiado nada en los últimos años, veo un teatro que está rozando la prostitución, donde muchos artistas están jugando de manera obscena a hacer política sucia (amiguismo, obsecuencia, especulación y pago de favores) para acceder a ciertos espacios “oficiales” que otorgan un dudoso “prestigio”. Pero así consiguen que ustedes, la prensa, vayan a cubrir lo que hacen y de esta manera lograr cierta legitimación. Los jurados premian a sus amigos, los programadores programan a los mismos directores, que siempre son invitados los mismos directores a los Festivales Internacionales. Y por todo esto no hay recambio, nos obligan a ver siempre lo mismo. Ese es el juego del teatro hoy. Sale muy caro no pertenecer a ningún clan, no ser parte de esos guetos, pero es un precio que estoy dispuesto a pagar.

-Sos un artista prolífico. ¿Qué programás para este 2017?

En febrero haré algunas presentaciones de una instalación audiovisual sobre Tadeusz Kantor “La clase viva” en La casa de la lectura; en marzo vuelve la obra “La primera vez” al El Estepario Teatro los viernes a las 23 hs; en el mismo mes estreno “Los ineludibles escombros de Szymborska” donde fusiono jazz y poesía de W. Szymborska, se presentará en el Jardín Botánico y en el Museo Fernández Blanco; en abril vuelve “Ferdydurke” al Tadrón los jueves a las 21:30. Y actualmente estoy trabajando en la adaptación de la novela “La línea de sombra” de Joseph Conrad, que se estrenará en junio.

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