«Memorias de un alma irreverente»

Por: Mónica López Ocón

Esther Soto quien junto con Rubens “Donvi” Vitale marcó un camino en la producción musical independiente, cuenta su vida en un libro con el tono poético que la caracteriza.

Decir que es la madre de Lito y Liliana Vitale y compañera inseparable de “Donvi” Vitale, un hombre que es una leyenda entre los músicos, es una verdad que no agota la prolífica vida de Esther Soto. Licenciada en Ciencias Antropológicas, ejerció la docencia en la cátedra de Prehistoria de la UBA hasta 1986. Luego de la partida de su compañero de toda la vida, mitigó su ausencia poniéndose al frente de diversos proyectos. Extendió la marca de producción musical Ciclo 3 al área editorial y a través de ella lleva publicados cinco libros: Un linyera establecido, de Donvi; Adalay, las almas sin edad, Epifanías profanas y Memorias de una alma irreverente de Esther Soto y Recetario panorámico elemental fantástico y neumático, de Gabo Ferro. . Además, colabora como productora ejecutiva de la revista-libro de literatura geográfica Siwa.

 En Memorias de un alma irreverente propone un recorrido por su prolífica vida. Ese recorrido no es cronológico sino que obedece al orden que le imponen los recuerdos y en su tono es posible reconocer el acento poético de sus libros anteriores. En la portada dice que esos recuerdos “Fluyeron como las aguas de un manantial ancestral /desde el vientre de mi madre hasta el tiempo de acá.” El libro incluye una serie de fotografías que apoyan con la imagen lo que cuentan sus palabras.

 En el primer capítulo, “Nacida en diciembre”, Esther aparece en una foto muy típica de la época: con quizá poco más de un año de vida, aparece sentada en un almohadón con un perro de juguete. El ambiente de su hogar no hacía sospechar que Esther pudiera superarlo y convertirse en una mujer independiente, de gran carácter, militante, universitaria y con una gran capacidad de gestión cultural como lo demostró en sus años de vida con “Donvi” con quien creó MIA un sello que promovió a los músicos independientes y que les permitió desarrollar una carrera genuina liberada de las imposiciones musicales de las grandes productoras.

 Memorias de un alma irreverente está escrito por momentos en tercera persona, como si no hablara de ella misma o como si necesitara poner una distancia prudencial entre su presente y el recuerdo de su pasado. Otras, en cambio, recurre a la primera, cuando los recuerdos son más nítidos. “En ese mismo momento había nacido –dice rememorando seguramente los relatos familiares- con una imagen alargada, llena de pliegues sobrantes de piel y con el pelo lacio, negro, hirsuto, aportado por la coya que hubiera sido su abuela. A la salida del laburo en el puerto, el padre fue a conocer a la que era su primogénita, y tan fulera la vio que no supo más que decir ¿“Esto tuviste…? mientras tomaba la teta”.

 Su punto de partida fue difícil para esa chica cuyo destino superaría a fuerza de tenacidad, talento y rebeldía el ambiente en que nació: “Los años –dice refiriéndose a ella- se le agolparon con tres hermanos a cuestas, un padre bruto, honesto, trabajador, y una madre con la vida incompleta al no poder estudiar en la década siniestra.” El 5 de diciembre de 1940 en busca de mejores horizontes económicos, la familia se trasladó a La Plata. Esther recuerda el viaje hasta esa ciudad que le pareció eterno y luego el segundo tramo del viaje en el tren que llevaría a la familia al nuevo destino en el que viviría 15 años: Ensenada. Les tocó caminar tres cuadras bajo la lluvia y cruzar un arroyo a través de un puente de hierro que Esther recuerda como “hermosísimo”.

 Al llegar el momento de ir a la escuela  dio las primeras muestras concretas de su rebeldía, de su irreverencia. “Y llegó el tiempo de la escuela, que en la provincia comenzaba a los ocho años. Yo tenía siete y había pasado a segundo. Mi madre, que no podía con tres, me mandó a María Auxiliadora. Resistí todo lo que pude; peleaba con las monjas que querían que bordara con hilos tornasolados, como decían que debían saber todas las niñas, para hacerse cargo del hogar en el futuro, cuando encontraran marido y aparecieran los hijos. No quería estudiar el catecismo ni ir a misa los domingos, ni aprender a bordar Me escapé varias veces de esa escuela; caminaba hasta el barrio chino que lindaba con el río bordeado de ceibo y sauces llorones que regalaban sus ramas sobre las aguas café con leche.”

 Como para gran parte de los argentinos, la figura de Eva Perón tuvo gran importancia en su vida. Recuerda que el 11 de noviembre de 1951, con un sol a pleno, salió al mediodía del brazo de su padre hacia la escuela 40 donde debían votar. “En mi cabeza –dice- estaba clarísimo lo que debía elegir. Hacía meses que, por lo menos una vez por semana, recorría de rodillas los cien meros hasta llegar al altar mayor de la Catedral para comprobar si Dios era capaz de escuchar el pedido de tanta gente por la cura de una mujer. Esa mujer que tuvo mucho que ver con el derecho que estaba por ejercer en ese momento. 

“Donvi”, hermano de una compañera de escuela, no coincidía físicamente con las características del príncipe azul con que soñaba Esther, pero logró conquistarla a fuerza de inteligencia, persistencia y el préstamos de libros, que aunque no parecían los más adecuados para una conquista amorosa, terminaron por surtir el efecto deseado por Donvi. Una tarde, se apareció con La bancarrota del matrimonio y La mujer, de Bakunin.

 Por ese entonces, dice Esther: “La resistencia a la Revolución Libertadora nos ocupaba todo el tiempo.” La llegada del primer hijo, Liliana, la encontró militando y trabajando en una fábrica. Fueron tiempos duros, difíciles pero que no la hicieron renunciar a sus convicciones políticas.  

Luego de muchas peripecias, alegrías y sinsabores, a Esther y a Donvi les llegó la hora de comprar “la casa más linda de la cuadra” en la que aún vive y por la que desfilan a toda hora sus hijos y sus nietos. La gran casona de San Telmo sigue siendo un lugar convocante. Allí Liliana da clases de canto. Lito vive tan cerca que es como si las dos casas fueran una sola. El hall amplísimo tiene un piso calcáreo de hermosos dibujos que cautivó a Donvi la noche que vieron la casa por primera vez. Fue un amor a primera vista, por lo que poco le importó comprobar al día siguiente y con luz que la casa “era casi una tapera”. 

Pero Donvi era hábil para todo, desde construir un piano a arreglar o reemplazar los pisos de pinotea podridos por el agua y lograron un buen acuerdo con el dueño. Con mucho esfuerzo y trabajo, la “tapera” recobró el esplendor que seguramente había tenido en otro tiempo. Recuperar esa casa y transformarla en su hogar fue uno de los tantos proyectos que Donvi y Esther concretaron juntos. 

 En esa casa, Esther, insomne, dedica la noche a escribir en el silencio. Prefiere dormir por la mañana. De día la casa se llena de voces. De gente que va y viene. De músicos que pasan a visitarla y a contarle proyectos. De hijos, de nietos y de amigos de esos hijos y esos nietos Es una casa que bulle, que ampara y que es un espacio ideal para generar proyectos. Esther, afortunadamente, nunca ha dejado de ser un alma irreverente.

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