A los chicos les gustan las cosas consideradas socialmente “asquerosas”. Existe un pequeño repertorio escatológico infantil que va desde las microesculturas de moco a la mención de la caca como una forma de subvertir el orden impuesto por los adultos. No por casualidad existieron en algún momento unas pastillas para chicos que se llamaban ¡Puaj! y que tenían sabores realmente asquerosos. Tampoco es por casualidad Luis Pescetti habla de “asquerosidades” varias para regocijo de “los locos bajitos”. Y también lo hace el escritor catalán de literatura infantil Jaume Copons que vino a la Feria del Libro como integrante de la delegación de Barcelona, que en esta edición es la ciudad invitada de honor.

El libro que viene a presentar se llama, precisamente, Mocos. Una semana o siete días (Duomo Ediciones) y tiene magníficas ilustraciones de Beatriz Castro. 

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La historia que cuenta incluye un superhéroe, Mucus, o más bien un tío que se disfraza de tal. Por fuera de la historia hay un contenido referido a la forma de manejar un resfrío. El autor está acostumbrado a este tipo de combinación de ficción e información porque trabajó como guionista de Plaza Sésamo, un programa infantil de gran difusión que tenía esa estructura.

El libro no sólo habla de mocos, sino también de las cosas inconfesables que los humanos de todas las edades hacemos con ellos cuando creemos que nadie nos ve.  Incluye, además, una receta infalible para preparar moco casero con unos pocos ingredientes inocuos y espantar a las visitas. Es decir que los chicos podrán prepararlo artesanalmente sin tener que ir a la juguetería ni recurrir a Mercado Libre para adquirir el que está en venta por lo menos desde fines de la década del 80 y que sigue teniendo el mismo nombre comercial.

Como no podía ser de otro modo, Copons dialogó con Tiempo Argentino acerca de mocos, un tema asquerosamente intresante y capaz de producir también literatura y dibujos.

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(Foto: Diego Martínez)

-¿Por qué crees que a los chicos les gustan lo que los grandes llamamos “asquerosidades”?

-Pues porque es una forma de transgresión frente a los mayores y eso resulta muy atractivo para ellos.

-O sea que no tuviste dudas al elegir el título.

-No. Olga Portella, la editora de Duomo, me hizo el encargo: “me gustaría hacer un libro informativo de contenido sobre mocos…” Yo pensé de qué modo lo iba a enfocar. Transformé un libro informativo, de divulgación sobre qué hacer cuando uno se resfría, en un libro de ficción. Para hacer esa historia pensé en los resfríos que tuve de pequeño, en los resfríos de mis hijos y en un libro que acababa de traducir, Mi tío Pachunga del chileno José Ignacio Valenzuela. Esos tres elementos me sirvieron para pensar la ficción: un niño resfriado se va a la casa de su tío y este le inventa especie de juego para mantenerlo entretenido. Se disfraza de superhéroe, Mucus, y luego el chaval descubre que ese superhéroe es su tío. Se disgusta, pero luego se da cuenta de que su tío lo hizo por su bien, para divertirlo y que finalmente él ha aprendido mucho sobre el resfrío. El subtitulo, una semana o siete días es porque de niño me pasaba mucho tiempo resfriado. Y esto no sé si es un recuerdo o si me lo contó alguien pero creo que alguna vez le pregunté al médico cuánto me iba a durar el resfrío y él me contestó “una semana”. Como me pareció mucho, el dijo: “bueno, una semana o siete días” (risas). Le podría haber puesto Una semana resfriado o cualquier otro título, pero elegí Mocos porque me gusta jugar precisamente con ese elemento de transgresión. Hace poco hice otro libro “asqueroso” que se llamó Todo lo que sé de la caca (risas).

-¿Cómo surgió la idea de que ficción e información, con apoyo del dibujo, corrieran por carriles separados?

-Cuando llegué a casa después del encargo pensé: “yo le dije que sí a Olga, pero yo le digo que sí a todo pero a veces es sí y otras veces no”. Pero yo quería que fuera sí porque con Olga ya había trabajado, tengo una amistad y me gustan sus propuestas. Comencé a averiguar qué había sobre mocos, estos me llevaron a los virus y, a su vez, los virus me llevaron a los resfriados. Comencé también a ver qué pasaba con los animales y sus virus. Tenía material para hacer un libro informativo, pero no sabía si me apetecía hacerlo. Claro que podía hacerlo con humor porque tengo el oficio. Pero me faltaba algo que era el elemento de ficción. Me di cuenta de que en todos mis libros combino las dos cosas. Incluso lo hice en un recetario infantil que me encargaron. Al recetario le agregué la historia de un niño que iba a cocinar para festejar la jubilación de su abuela. Recordé los platos que me gustaban cuando era chico y que había cocinado con mi abuela y con mi madre.

-¿Cómo aprendiste a trabajar de ese modo?

– Creo que hay algo que me marcó mucho y es que lo primero que escribí como profesional no fue un libro, sino un guión televisivo para Plaza Sésamo. Mitad del programa venia de los Estados Unidos y la otra mitad se hacía en España. Lo que hacíamos era poner ficción en un marco de contenidos. Ellos te daban un objetivo educativo que podía ser desde el sentimiento de empatía a la letra A o a la importancia de lavarse las manos. Creo que eso fue una gran escuela para mí. Cuando se terminó el contrato me ofrecieron hacer guiones para las galas en que participan personajes como Julio Iglesias o Chayane. Como decimos en España, eso era un “rollo patatero”.  La segunda vez que lo hice ya no me resultó divertido y me dediqué a escribir para chicos.  En el caso de Mocos trabajé como si lo estuviera haciendo para Plaza Sésamo, con la diferencia de no tenía el curriculum informativo ni un equipo psicopedagógico detrás. ¿Qué hice? Pues inventármelo. Gracias a Dios vivo rodeado de familiares y amigos médicos a los que no paré de molestar hasta que no tuve todo claro. Porque si hay una cosa que odio son los libros “desinformativos”, que dicen cosas que no son exactas. Y sobre todo cuando se habla de enfermedades y medicamentos hay ser muy cuidadoso. Por eso en el libro me encargo de subrayar que la medicación debe estar en mano de los médicos. En eso estaba hecho un neurótico perdido. No quise dar ninguna información que no estuviera absolutamente contrastada.

-Pero no te privaste de hacer cosas muy divertidas, como enseñarles a los chicos a fabricar mocos caseros (risas).

-No, por supuesto que no. Los mocos son algo muy importante cuando uno es chico. Y probé mucho la receta porque no podía ser una receta peligrosa y tampoco imposible. Odio los libros que te tan recetas que no están probadas, porque te frustran. No se le puede indicar a un chico “compra pilas de tal marca que solo se venden en una pequeña tienda de Frankfurt”. Las recetas deben se sencillas, algo que todo chico pueda hacer.

-Y también contás qué cosas hace la gente de todas las edades con los mocos, aunque la hipocresía social no les permita confesarlo.

-Sí, claro, hay quien los pega debajo de la silla, quien hace un ruido repugnante….Sacarse mocos cuando debes parar el auto porque se puso en rojo el semáforo es un clásico. Yo me convertí casi en especialista en esas cosas, en un médico. Los dioses me castigaron mientras hacía el libro y me resfrié. Un médico me dijo que cuando estás resfriado lo mejor es el vapor y yo lo probé conmigo mismo. El médico tenía razón. También me dediqué a desterrar esas ideas medio esotéricas de que te resfrías si tomas frío o si te mojas la cabeza. Nada de eso es cierto. Un resfriado proviene de un virus y se pueden sufrir incluso en verano, y en esa estación son horribles. Me gusta escribir de cosas que le gustan a todo el mundo. Tengo un libro que se llama Todo lo que sé de la gente.

-¿Y qué sabés de la gente?

-Pues absolutamente nada. Lo que digo allí es que me sorprende que digan que todos somos iguales, porque todos somos muy diferentes. La conclusión es que todos somos diferentes de todos y lo que nos hace iguales es eso, que todos somos diferentes.

-¿Cómo te manejaste con la ilustración que en los libros infantiles es algo tan fundamental?

-Sí, es fundamental. La ilustradora de Mocos, Beatriz Castro, vive a unos 500 kilómetros de mi casa, lo que en términos europeos es muchísimo, pero por supuesto con la tecnología eso no representa un problema. Me gusta que los ilustradores sean libres. Soy obsesivo, neurótico y escribo como si se tratara de una obra de teatro. Digo, tal personaje es así y lleva calcetines con una raya blanca y otra roja a un palmo del talón. El personaje mira hacia la izquierda en un plano medio. Luego, confío en que el ilustrador no me haga caso (risas). Nunca me he sentado con nadie a decirle “no era así como te dije”. Algunos me hacen caso y otros no, pero los resultados no dependen de eso.

-¿Eras buen alumno en la escuela?

-No, era muy malo. Solo fui buen alumno en la universidad. Fijate cómo sería de malo que de grande me encontré con un cura que había sido mi profesor y me dijo: “Mira qué coincidencia, hay una autor de libros para chicos que se llama como tú, Jaume Copons”. Le dije: “no es una coincidencia, soy yo”. Y él me contestó: “va, va,va”. No me creyó.