A los 77 años y como consecuencia de complicaciones de una enfermedad neurodegenerativa, murió el pensador franco-búlgaro Tzvetan Todorov. Nacido en 1939, vivió en Francia desde 1963 y junto con Roland Barthes integró el grupo de los más destacados estructuralistas. Luego de estudiar en la Universidad de Sofía hizo su tesis de doctorado en París sobre Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos. En el análisis de esa obra es posible rastrear criterios lingüísticos que se aproximan a los de Barthes. Esa tesis fue publicada en 1967 con el título de Literatura y significación

Las frases anteriores tienen la frialdad distante que corresponde a la burocracia periodística de la necrológica. Sin embargo, para muchos estudiantes de Letras y de Filosofía Todorov fue alguien muy cercano. Su Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje, escrito junto con Oswald Ducrot se constituyó en  algo así como una guía permanente, un libro de consulta insoslayable que formó y aún forma parte de muchas bibliotecas. Su primera edición en español fue de 1974, editado por Siglo XXI y traducido nada menos que por Enrique Pezzoni. Aún conservo mi ejemplar lleno de heridas de guerra, pegado con cinta, pero entero, como el lugar en el que se iban a revisar conceptos que resultaban complejos y oscuros y que necesitaban de la explicación adecuada para ser comprendidos. Signo, Norma, Arbitrariedad, Sincronía y Diacronía, Lingüística Generativa…son algunos de los temas consultados hace años con una intensa sed de aprender. Sólo este diccionario que no sigue el orden alfabético tradicional, sino que está organizado conceptualmente, bastaría para recordarlo.

Pero además,Todorov, que tuvo mucho otros intereses además del lenguaje –fue además de lingüista, teórico y crítico literario, analista político y cultural, e historiador de las ideas- es el autor de una frase tan inolvidable como profética que también bastaría para que fuera recordado. En 2010 dijo en una entrevista en El País de España: “Este miedo a los inmigrantes, al otro, a los bárbaros, será nuestro gran primer conflicto en el siglo XXI”. La afirmación, por supuesto, está relacionado con su ensayo El miedo a los bárbaros publicado en 2008, año en que obtuvo el Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales. «El miedo a los bárbaros –afirmaba en ese libro- podría convertirnos en bárbaros. La guerra contra el terrorismo es una guerra de ocupación, y los gobiernos democráticos están asumiendo que todos los medios valen, incluida la tortura» 

Enrolado al principio en las filas de la teoría literaria estructuralista escribió entre otros ensayos, Gramática del Decamerón (1969), Introducción a la literatura fantástica (1970) y Poética de la prosa (1971). Más tarde, desde la narratología, es decir, tratando de abordar la estructura interna del relato escribió una nueva serie de ensayos entre los que se cuentan Teorías del símbolo (1977), Los géneros del discurso (1978), Simbolismo e interpretación (1978) y Mijaíl Bajtin y el principio dialógico (1981). 

La cultura y los temas relacionados con la moral social ocuparon sus intereses en los 80. La conquista de América (1982), Nosotros y los otros (1989 Frente al límite (1991) son algunos de los trabajos de ese momento. 

Al igual que Freud, Todorov consideró que la literatura es una fuente de información sobre la realidad. En este punto se separó tanto de los formalistas como de los científicos “duros”. De los primeros porque toman la literatura como juego y de los segundos porque no la consideran una fuente válida de estudio de la vida real. 

Su propósito de establecer una “antropología general” da como resultado La vida en común (1995), uno de sus trabajos más ambiciosos que  propone el desarrollo de una «antropología general», una disciplina en la que deben confluir la filosofía y las ciencias humanas como la psicología. Allí critica la extendida práctica de considerar al hombre sólo como individuo. “Una curiosa conclusión -afirma- se desprende  del conocimiento de las grandes corrientes europeas del pensamiento filosófico que se relacionan con la definición de lo que es humano: la dimensión social, el hecho de la vida en común, generalmente no se concibe para el hombre. Sin embargo, esta “tesis” no se presenta como tal; es más bien un presupuesto que no se formula y que, por esta misma razón, su autor no tiene posibilidad de argumentar. Nosotros, en cambio, la aceptamos con más facilidad. Además, forma parte del denominador común de teorías que, por otra parte, se oponen y se combaten: cualquiera sea el partido que se toma en estos conflictos, siempre se abraza una definición solitaria, no social, del hombre.” 

A este ambicioso texto le siguieron, entre otros, El hombre desplazado (1997), Frágil felicidad (1999), Memoria del mal, tentación del bien (2002), El nuevo desorden mundial: reflexiones de un europeo (2003), El espíritu de las Luces (2006) y La literatura en peligro (2007).  

Sin duda, Todorov fue tan prolífico como inteligente. Quizá lo más destacable es que fue un pensador que vio al mismo tiempo el árbol y el bosque. La especificidad de las cuestiones lingüísticas no le impidió tener una visión más amplia. Si algo comprendió muy bien es que el lenguaje, más allá de todos los desarrollos y tecnicismos que convirtieron a la lingüística en la disciplina vedette del siglo XX, es un producto eminentemente social.