A los 88 años, murió en un hospital de Nueva York la escritora estadounidense Toni Morrison, la primera mujer negra en ganar el Premio Nobel de Literatura en el año 1993. Antes, en 1988, había obtenido otro galardón importante: el Premio Pulitzer. Mereció también del Premio Nacional de la Crítica y fue miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras.

Se llamaba en realidad Chloe Wofford. Con ese nombre fue anotada en el registro de nacimiento, el 18 de febrero de 1931, con él figuraba en sus documentos y así la conocían sus seres más cercanos. Toni Morrison era un apodo que, según aseguró en una entrevista, le servía para separar al personaje de la escritora que ganó el Nobel de la persona real, que era para ella la más importante. 

Su condición de mujer y, además, de mujer negra en un país con fuerte discriminación racial fueron para ellos más que obstáculos, objetivos de una lucha que canalizó a través de la literatura convirtiendo las injusticias de raza y de género en dos características distintivas de su escritura. Su espíritu de lucha la acompañó hasta el final. “Tengo 87 años –dijo entre risas en sus últimos tiempos- y sobreviviré a Donal Trump”.

Fue la segunda de los cuatro hijos que nacieron del matrimonio conformado por Ramá Willis y George Wofford, una pareja perteneciente a la clase trabajadora que llegó a Ohio huyendo del fuerte racismo del sur del país. Esta parte de su historia familiar dejó, sin duda, una huella profunda en la chica que seguramente no sospechaba en esa época que llegaría a ser quien fue.

Su pasión por la literatura surgió en ella al calor de las lecturas de Jane Austen y William Faulkner.

Cursó estudios en la Universidad de Howard. Allí se integró a un grupo de teatro universitario y se graduó en 1953 con una licenciatura en Inglés. En 1955 fue admitida en la Universidad de Cornell, donde realizó un curso de posgrado de Literatura inglesa. Escribió una tesis sobre el suicidio de Virginia Woolf y de William Faulkner. Mucho más tarde, diría en una entrevista: “Lo que me gusta de Virginia Woolf es el uso económico que hace de la lengua. De Faulkner me gusta exactamente lo contrario: la abundancia y la repetición”.

Dio clases en las universidades de Texas y de Howard donde conoció a Harold Morrison, un arquitecto jamaicano con el que se casó y tuvo dos hijos. En 1964 se divorciaron y ella abandonó la enseñanza para trabajar como editora en la editorial Random House de Nueva York y hacerse cargo de sus dos hijos. Desde el año 2000 dio clases en la Universidad de Princeton. Tenía allí un taller de escritura. Cada año invitaba a artistas de distintas disciplinas a trabajar con sus alumnos. Por el pasaron desde Gabriel García Márquez al violinista Yo-Yo Ma.

Escribió once novelas entre las que se cuentan Ojos azules (1970), Sula (1973) o La canción de Salomón (1977), y la trilogía integrada por Beloved (1987), Jazz (1992) y Paraíso (1997). Desde sus páginas abordó temas tan sensibles como el racismo, las vergonzosas inequidades sociales y la discriminación sexual, una suerte de bandera verde para cometer abusos sexuales.  “Escribir novelas –dijo- es hacer aparecer a la gente ordinaria que no aparece en los libros de historia”.  Pero también extendió su posición frente a la opresión a otros géneros como el ensayo y el teatro. “Mis libros-autodefinió a su literatura- no responden únicamente a preocupaciones estéticas, así como tampoco exclusivamente a preocupaciones políticas. Pienso que, para poder ser tomado en serio, el arte debe hacer las dos cosas a la vez”.

Cuando escribió Ojos azules, Morrison tenía casi 40 años. En ella el tema racial y los valores que inculca sobre negros y blancos la sociedad de los Estados Unidos se despliega a través del personaje de Pecola Breedlove, una niña negra de 11 años que desea tener los ojos claros de las muñecas con que juegan las niñas blancas y parecerse a Shirley Temple. Fantasear con pertenecer a la raza blanca la ayuda a evadirse de los conflictos familiares, del alcoholismo de su padre, de la pobreza y de todos los sufrimientos que le genera su condición social y racial. Dice en un párrafo:  “Desde hace algún tiempo, Pecola se decía que si sus ojos —sus ojos, que retenían las imágenes y sabían lo que podían ver— hubieran sido diferentes, es decir bellos, ella misma habría sido diferente. Tenía bellos dientes y una nariz menos grande y aplanada que las de ciertas chicas reputadas de lindas. Si ella hubiera sido diferente, bella quizás, Cholly habría quizás sido diferente también, y Mrs. Breedlove. Se habría dicho quizás: mira, esta Pecola de ojos tan bonitos. No debemos hacer ninguna grosería delante de ojos tan bellos. Cada noche, sin faltar, rezaba para tener los ojos azules”. En esta obra se encuentra en germen el desarrollo posterior de su literatura.

No solo tuvo trascendencia literaria en todo el mundo. También fue un referente de las luchas femeninas y raciales.  Su legado literario y político en el sentido más amplio del término puede resumirse en los que en 2013 dijo en una entrevista en el diario El País: “A los países les gustan los cuentos de la patria porque le da seguridad a las personas. La realidad es una triste verdad donde tenemos mucho que ocultar y avergonzarnos. En mis libros busco hacerlo desde el lado del conquistado. Lo que hago es quitar las tiritas para que se vea la cicatriz de la sociedad, la realidad. No hay que tener miedo de mirar al pasado porque solo así se sabe quiénes somos”.