Cuando uno es hijo de un famoso, la popularidad de ese padre o madre le genera interrogantes propios y ajenos a medida que va entendiendo “de qué se trata la fama”, en el supuesto caso de que alguien lo haya logrado. Recuerdo que una vez, siendo niño, me acerqué a mi viejo y le dije que alguien me había preguntado cómo era Juan Carlos Mesa en su casa, y que yo no había sabido qué decirle.
Él me miró fijamente unos segundos y, luego de esa breve meditación, respondió:
-Decile que en casa soy igual que en la tele: gordo.

Y así era, un Gordo esencialmente ingenioso. Nunca se consideró un repentista, su humor necesitaba de una elaboración casi artesanal y su cabeza funcionaba como si fuese el laboratorio del Dr. Emmet Brown de Volver al futuro, porque de alguna manera sus obras en todos los géneros que transitó podían ser tomadas como viajes en el tiempo, ya que siempre utilizaba todo tipo de artilugios y trucos para sus trabajos, a saber: había picardía sin llegar a la falta de respeto, tenía delirio sin pasarse a lo incomprensible y, fundamentalmente, mucha imaginación a veces hasta lo inimaginable.

Cada vez que iba a visitarlo a su casa el recibimiento era el mismo, aunque nos hubiésemos visto el día anterior. Levantaba un brazo y, sonriente, decía: “¡Qué buena noticia!”. Cada vez que lo decía, pensaba que mi viejo toda su vida fue un generador de eso, de “buenas noticias”, porque cuando se dio cuenta de que en el mundo escaseaban decidió fabricarlas, y por eso eligió el humor como su apasionada manera de comunicarse. 

Ese “sentido” del humor que tenía mi padre no hacía ningún tipo de distinción a la hora de elegir su público destinatario, pero sin lugar a dudas esa comicidad tan inteligente como surrealista lograba un efecto particular: que los grandes se rieran como cuando eran chicos. Y quizás por esa razón será que decidió que su última obra sea Dame un versito, un libro de poemas para chicos (y para chicos grandes también), una idea que acunó con su editor, Leopoldo Kulesz. Juntos soñaron esta travesura en forma de libro, publicado por Libros del Zorzal, donde los treinta poemas conviven con dibujos de los mejores ilustradores del país, como Garaycochea, Tute, Julia Mamone, Maicas, Bernasconi y Tabaré, entre otros.

Esa insaciable curiosidad de mi viejo por mantenerse informado y alerta a la actualidad hizo que este sueño convertido en libro fuese algo en donde, además de su editor, necesitó de la colaboración de las generaciones más jóvenes de la familia; un colectivo femenino de cinco nietas que en aquel momento iban de los tres a los diecisiete años. Inolvidables charlas de antología que lograron la actualización de mi viejo, reciclando al amado abuelo en una especie de “nono vintage”, según la definición del propio autor del libro.
Y así partió, dejándonos una sonrisa dedicada a los chicos en donde conviven caprichosamente poemas al AutoMac, la cartuchera, o uno de mis preferidos, titulado “Un segundo”, que termina así:
“Por eso yo diría que es una buena obra,
guardar en la alcancía el tiempo que nos sobra.
Mamá dame un segundo, así estamos en paz,
ahora que en el mundo hay un segundo más.”

No debe ser casual que este libro vea la luz justo ahora cuando en el mundo y en el país se viven momentos difíciles; tal vez el querido Gordo, a través de Dame un versito, una vez más esté haciendo de las suyas, fabricando noticias de la buenas, Noticias de Mesa.