Leer Esperando a Mister Bojangles, del escritor francés Olivier Bourdeaut, quien vino a presentarlo en la Feria del Libro es una experiencia singular. Propone un mundo distinto, con otras reglas, en el que el lector se va internando lentamente, pero en el que se instala con mucha comodidad luego de las primeras páginas. 

El libro habla de qué sucede cuando no se manejan los mismos criterios que la mayoría y cómo esa imposibilidad de adaptación puede transformarse ante los ojos de los otros en locura. Una novela que propone un mundo luminoso que termina por convertirse en tragedia. 

Olivier Bourdeaut habló con Tiempo Argentino sobre sus dificultades para adaptarse a la escuela y del descubrimiento de la literatura como el lugar ideal para volcar y procesar las diferencias que lo hicieron sufrir en la infancia.

-Cómo y cuándo comenzaste a escribir?
-Muy pronto, porque era la única actividad que la gente me halagaba. 

-¿Por qué decís que es la única?
-Porque en la escuela era muy malo, tampoco era muy bueno en casa y cuando escribía, en cambio, la gente tenía la amabilidad de decirme que estaba bastante bien escrito. A los 17 años hice mi primera tentativa que fue patética. A los 20 años reincidí y la experiencia fue igual de mala. A los 26 años comencé a pensar seriamente en un texto. 

¿Por qué calificás de “patética” tu experiencia de escritura a los 17 años?
-Mis personajes no tenían personalidad, no venían de ningún lado y no iba a ningún lado y no hacían nada. Como dije: patético. En la primera tentativa escribí sobre cinco personas en una playa. La arena necesariamente era amarilla; el mar, necesariamente azul; el sol, también necesariamente amarillo. No iba más allá de eso.

-¿Y qué pasó a los 26 años?
-Entendí que había que tomar los esqueletos de esos personajes y hacerlos rodar por la arcilla para darles espesor, un pasado, estados de ánimos, ganas, tics, un tono. Me llevó diez años entender eso. No soy muy rápido. 

-En tu novela Esperando a Mister Bojangles puede decirse que los personajes tienen una personalidad desbordante.
-Me tomé  el trabajo de hacerlos rodar por la arcilla en dos días, pero en principio funcionó. Mi conclusión es que cuanto menos trabajo mejor funciona lo que hago. (Risas) Pero no estoy seguro de que sea una buena regla. 

-¿Y cómo surgió la historia, que es extraña y a la que, supongo, debe haber sido difícil darle cierta verosimilitud, lograr que los lectores les creyeran a esos personajes?
-Me resulta interesante lo que decís porque en realidad no pensé en eso. Durante la escritura intenté, cuando me parecía que la cosa se me iba de las manos, encontrar explicaciones sobre lo que escribía para darme  razones a mí mismo. Pero globalmente no me planteé preguntas sobre la novela. Por ejemplo, en cuanto al niño, él tiene reflexiones ingenuas y, al mismo tiempo, elaboradas y maduras. Ahí pensé que si es chico y tiene esa serie de reflexiones tiene que haber una razón y la razón es que es un chico que está en contacto que está siempre con adultos, con adultos cultos. Su madre se lo dice un día a la maestra: es un niño precoz que leyó dos veces el diccionario y que sólo frecuenta a adultos. Todo el mundo sabe que cuando un niño que frecuenta a adultos se vuelve más serio que los demás. 

-¿La voz de este niño adulto es la que surgió primero?
-Sí. La novela apareció tal como la encontraste en el libro. Por eso la primera frase  que dice “Esta es mi verdadera historia, con mentiras a diestra y siniestra, porque así suele ser la vida” decidí atribuírsela a un niño y luego desarrollé ese discurso, ese texto de niño. En un momento temí hastiarme y pensé que iba a ser necesaria otra mirada. Ya había colocado párrafos del padre y decidí desarrollar esos párrafos para hacer de ellos capítulos. 

-Y la fuiste escribiendo en el orden en que aparece?
-No porque escribí gran parte de los textos del niño en primer lugar solamente con los párrafos del padre y luego desarrollé la visión de éste. Para mí fue un infierno lograr intercalar los párrafos. No es un ejercicio para el que sea bueno, no es un ejercicio en el que me destaque. No tengo capacidades ni facilidades para hacer eso. Me pasé una tarde entera con los textos. Intentaba recordar el final de uno y el inicio del siguiente y los fui cambiando varias veces porque no recordaba los principios y los finales. No es un ejercicio que me haya gustado, pero tuve suerte porque mi editor le pareció que la estructura estaba bien.

-Los personajes son muy diferentes de la gente común. Además incluís una frase de Bukowski que dice “Hay gente que nunca pierde la cabeza. Qué horrible debe ser su vida…” lo que permite pensar que la novela va a hablar de seres felices. Sin embargo la diferencia de estos personajes respecto del común de la gente se convierte en tragedia.
-Sí, y esto es una teoría personal, creo que lamentablemente uno no puede salirse del marco indefinidamente sin exponerse a problemas. Hay algunos que lo logran pero, en general, en la sociedad, cuando uno sale de los esquemas marcados, es marginado rápidamente. Para que esto no suceda, para mantenerse fuera del marco toda la vida, hay que ser artista o rico. ¿No estás de acuerdo con eso?

-Sí, creo que siempre hay sufrimiento cuando uno no se adapta a las normas establecidas. En este sentido, la vida de la madre, sus fantasías, esa vida que elude cualquier tipo de rutina parece emparentada con la locura. 
-Es cierto, pero es siempre en la mirada de los otros donde empieza la locura. Cuando los otros deciden que uno está loco, uno se convierte en loco. De hecho es en el momento en que ella incendia el departamento que su fantasía se convierte en locura y es el momento en que ella misma se da cuenta de que está loca y decide tomar la decisión trágica de suicidarse. Es muy duro y hay que tener una voluntad muy fuerte y una gran personalidad para ignorar la mirada de los otros. 

– Uno de los personajes, la mascota, Doña Superflua, que es un gran pájaro, una grulla, es también muy curiosa.
-Sí, es también muy elegante. Esa mujer y esa familia eran extravagantes y no podían conformarse con tener una pelotita de pelos. Eso hubiera resultado demasiado trivial. Yo quería un pájaro muy elegante y Superflua lo es. Además, participa de la vida del hogar. Nunca está contenta con las actividades que se le proponen pero siempre está allí. A la gente le gusta mucho pero el pájaro tiene muy mal carácter. Siempre hace lo contrario de lo que se le pide.
Creo que es el personaje que está tratado de manera más visual en la novela, aunque se trate en general de una novela muy visual.
-Sí. Estoy de acuerdo con esa observación.

-Toda escritura tiene un carácter autobiográfico aunque no coincida literalmente con la propia vida. ¿Experimentaste en carne propia el dolor que provoca la diferencia? Te lo pregunto porque dijiste que no eras bueno en el colegio y tampoco en tu casa. Y a veces, que a un chico le vaya bien en el colegio es sólo una sobre adaptación, un conformismo que no tiene nada que ver con la inteligencia. No siempre su vida de adulto concuerda con las buenas notas que tenía de chico.
-Voy a contestar primero sobre la noción de autobiografía. Creo que sea cual sea el texto que escribamos, siempre hay algo de uno mismo. Los únicos que no ponen nada de sí mismos cuando escriben son los que redactan los instructivos para el manejo de una heladera. Si no, incluso en los libros de Historia que cuentan hechos del pasado, en las comas hay algo de personal. En cuanto a la diferencia y ese eventual sufrimiento, sí lo sufrí, obviamente, porque es bastante penoso para un niño no entender nada de lo que le piden en la escuela. Además, de chico yo viví sin televisión, cosa de la que ahora estoy muy contento, pero en el recreo de la mañana todos los alumnos hablaban del programa de televisión que habían visto la noche anterior, entonces yo no entendía nada en la clase y tampoco podía participar de las conversaciones del recreo. El televisor había explotado poco antes de mi nacimiento y mis padres decidieron que quizá sería mejor que no volviera a haber un televisor en la casa. Antes de eso mi padre miraba mucha televisión y decidió, con razón, que era algo que te comía la vida. Comprobé que era sí cuando miraba televisión en la casa de mis amigos o mis novias: podía estar sentado ocho horas frente al televisor. Durante varios años eso fue bastante difícil porque me esforzaba para lograr cosas, pero mi esfuerzo era en vano. Nadie veía esos esfuerzos que yo hacía para intentar ponerme a la altura de los demás. Recuerdo claramente el día en que decidí abandonar esos esfuerzos. Fue en sexto grado y decidí que no me esforzaría más porque no recibía un premio por esos esfuerzos. Me exigían mucho y yo no tenía nunca una satisfacción. Entonces tomé la determinación de salirme del cuadro. Tenía 12 años, ahora tengo 36 y recién hace un año que volví al marco, desde que el libro se publicó.

-Justamente iba a preguntarme como vivís el gran éxito que tuvo tu novela.
-No escribí para ser una celebridad, sino para que me leyeran, pero como me han leído muchos, la
celebridad es una consecuencia de eso. No puedo sustraerme de esa consecuencia. Cuando uno tiene la suerte de que lo lean
hay que hacer todo lo posible para continuar en ese camino. Con esto quiero decir que estoy muy feliz de hacer la promoción del libro, me lleva mucho tiempo, es cansador, pero forma parte del gran circo.

-¿Hay otra novela en curso?
-Sí, estoy ya en la etapa de la corrección y las correcciones me aburren muchísimo. Cortar, arreglar, limpiar, reformular no es simpático. Ése es mi costado de mal alumno. 

– Pero ya superaste esa etapa.
-No, creo que siempre voy a ser un mal alumno.