En Satisfaction (Tusquets), la última novela de Pablo Ottonello, se mezclan un gran poder de observación, un agudo sentido del humor y una capacidad narrativa casi adictiva que hace que el lector no pueda dejar de leer. Julia y Juan, sus personajes, son dos argentinos que viven en Chicago que se encuentran a través de una aplicación de citas y tienen una noche de sexo que no se concreta en un nuevo encuentro. Pero, por supuesto, la novela no se reduce a la historia que narra. Es la escritura la que le da espesor y hace que la peripecia sea trascendente. Los “algoritmos aplicados a la emoción”, la traición del cuerpo que no responde al encuentro sexual anhelado, el lujo, la soledad, el deslumbramiento que produce el poder económico, la paranoia de una primera cita en una sociedad con singulares hechos de violencia, el intento a veces fallido de deponer el machismo son algunos de los puntos que toca este viaje literario por un encuentro íntimo del que no están ausentes, sin embargo, las cuestiones sociales.

¿Satisfaction puede ser leída como una crítica a las aplicaciones como Tinder o Silver en el caso de tu novela?

-La verdad es que la escribí antes de que nuestras vidas se volvieran tan virtuales.  Me interesaba pensar en algo que es obvio y que es que la tecnología afecta las relaciones humanas. La aparición del teléfono también generó detractores que decían, por ejemplo, que ponía en riesgo la correspondencia. Siempre hay detractores de la tecnología y a mí me interesan esos detractores porque, por lo general, todos se asimilan. También me interesaba el tema de la paranoia ligera, de una sociedad que te hace un poco vigilante como la sociedad de los Estados Unidos, donde viví cinco años  y a la que sigo muy vinculado porque trabajo en la Universidad de Chicago donde estoy haciendo un doctorado. Me interesan los episodios de violencia “espontánea” que se dan en esa sociedad, aunque en realidad hay bastantes razones para esa violencia. Por eso los personajes hablan de un shooting como de algo peligroso. Yo no tenía Tinder en Estados Unidos, de modo que lo inventé todo. Me interesaba pensar en una sociedad tan policial que la primera cita es una especie de investigación, de tanteo, porque hay locos en todos lados, pero allá hay todo tipo de rarezas.

Los personajes de tu novela, sin embargo, son argentinos.

-Sí, pero están contaminados de esa cultura, incluso lexicalmente. Ella habla con siglas y a toda velocidad y tiene gita. Él es un ejecutivo.  Los dos están norteamericanizados. Pero toda la cultura occidental lo está desde los 50 con el cine y con cierta literatura. Es difícil que no veamos la influencia yankee en mucho de lo que consumimos.  No es que quiera pegarles a los gerentes, pero eso siempre me interesó.

¿Por qué?

– Porque vengo de un mundo, de una escuela y una educación en las que la aspiración mayor  es ser un corporativo. Fui a un colegio bastante cheto en que todo el mundo aspira a tener dinero o ya lo tiene. Para ellos el arte es como un entretenimiento. Siempre sentí que hacía falta hacer literatura sobre esto porque de algún modo uno es lo que habla, lo que dice y si uno no se da cuenta, termina hablando automáticamente con la jerga del marketing: target, desafío, objetivos, todas palabras corporativas. Como escritor quise usar eso de una manera atípica para mostrar algo, para mostrar que somos las palabras que utilizamos. Voy contra la automotización de la palabra. Como los formalistas rusos creo que la palabra se muere si no se le da un uso distinto, novedoso. Creo que escribí una novela argentina estando en Chicago. Una de las grandes cuestiones que  plantea la literatura es dónde te ponés en la discusión entre centro y periferia, algo que Borges resolvió magistralmente. Mis personajes son un hombre y una mujer que tienen privilegios, que tienen dinero, que tienen gustos caros y yo quise mostrar ese mundo. Me pregunté, por ejemplo, por qué compraría alguien de Estados Unidos una novela argentina si la tradujeran al inglés.

-¿Y qué te contestaste?

-Que la compraría porque tiene la mirada de un outsider, aunque sea un outsider con privilegios. Eso es lo que era en la Universidad de Chicago. Aunque iba con beca y tenía títulos universitarios, no era gringo. Por suerte seguía siendo yo.

-Tu novela tiene un relato insertado que es el cuento que le cuenta Julia a Juan, cuando él no puede tener una erección. Ese cuento remite a lo ancestral, al narrador de la tribu frente al fuego, a los niños que necesitan un cuento para disipar los miedos y poder dormir. Reivindica la narración. ¿Lo ves de esa forma?

-Totalmente y me alegra que lo hayas visto. No lo quería decir yo porque un autor no puede decir cómo se tiene que leer un libro. El cuento es una distracción, como decís, para un niño que no puede conciliar el sueño. Scherezade cuenta para mantenerse con vida. Se trata, entonces, de hacer un relato eficaz para que suceda otra cosa. Para mí es una reivindicación de la narración, no es un delirio gratuito. Julia, en vez de mandar a la mierda a Juan por no poder tener una erección y consumar el acto sexual, tiene nobleza y le cuenta una historia medio heroica, de valentía que conmueve a Juan y le da tiempo. Este es un cover de un cuento de David Foster Wallace del que pongo una cita al comienzo. En ese cuento hay un machirulazo que cuenta cómo cree que se levantó una mina y en realidad fue siempre la mujer la que lo sedujo y la que tuvo el poder. Lo puse a propósito por esta época en la que hay una reivindicación muy importante del feminismo a la que suscribo. Siempre me pregunté cómo puedo yo, un hombre blanco con privilegios, meterme en la discusión. Una forma posible me pareció que era mostrar una debilidad, y la debilidad más estereotípica en un hombre es que falle la erección. En tiempos de un feminismo muy fuerte esta es la historia de un tipo al que no se le para. Luego del cuento, pueden consumar el acto sexual, pero él se enganchó y ella no y el tipo queda sin saber muy bien qué hacer. 

El  relato del venado es como un hito afectivo para Juan, una revelación que hace del encuentro entre los dos un acontecimiento que no se puede describir con palabras.

-Claro, desde el punto de vista retórico es lo que se llama captatio benevolentiae: no voy a poder poner en palabras lo que vieron mis ojos y eso está en la literatura colonial desde los primeros cronistas que llegan a América y que al dirigirse a los reyes expresan que lo que vieron aquí no cabe en la lengua. Me gusta trivializar, llevar eso a una novela que parece medio banal sobre sexo. Él tiene una experiencia muy fuerte y carece de los medios para contarla. Algunos filósofos y críticos dicen que lo sublime está por fuera de la lengua, aunque llamar sublime a la relación sexual quizá sea mucho.

-¿Y por qué te gusta trivializar?

-Porque me gusta que sea una novela que parezca rápida, fácil de leer, pero que también ofrezca otras cosas para quienes quieran encontrarlas. La novela engaña y esto es una estrategia literaria que, por supuesto, no inventé yo. En este sentido soy heredero de Manuel Puig. Le robo todo. Por ejemplo, el monólogo interrumpido está en Maldición eterna a quien lea estas páginas. Puig también lleva a la literatura conversaciones banales que no parecen dignas de ser narradas, pero son increíbles. Me parece bueno que de esta forma uno pueda captar más lectores, que se difundan los libros que es mi mayor sueño.

-Elisa, a quien Juan le cuenta lo que pasó con Julia, interpreta su discurso en clave feminista. ¿Fue tu manera de introducir el tema de las reivindicaciones femeninas?

-Ningún varón que se llama a sí mismo  feminista, como yo, y trata de deconstruirse quiere ser un machirulo sin darse cuenta. Pero el trabajo acaba de empezar, porque creo que esa deconstrucción será un proceso que va a llevar generaciones. Entonces se me ocurre que lo único que puedo hacer desde la literatura es mostrar que mi personaje es un tipo que no quiere ser machirulo pero que, cuando cuenta la historia de Julia se le escapa. Dice cosas como “esa noche había premio” y Elisa le contesta “premio no” y él contesta “premio para los dos”. Ese tipo de conversación me parece muy común en este tiempo. El hombre que quiere ser progre –y yo soy uno de ellos- está en proceso  y una mujer le puede decir, “no flaco, esto que estás diciendo no es así”. Me volví feminista luego de tener unas conversaciones casi atroces en Ioawa en 2015, en las que me tuvieron que señalar de afuera “esto que hacés no va más”. Hasta que no te lo marcan, es difícil que te des cuenta.

-¿Por ejemplo?

-Estaba en un taller de escritura de la maestría y hacía la descripción de un cuerpo femenino que me parecía erótica y una compañera me dice que lo que estaba haciendo era convertir a la mujer en un objeto. Yo no me daba cuenta de que era así. Y no es que me convenga ser feminista, es que realmente creo que la masculinidad tiene que cambiar. En las plataformas de citas, que yo tuve mucho después de escribir la novela porque en ese momento estaba casado, todos se convierten en objetos porque tenés que poner tu foto y un textito, tenés que inventarte un perfil, tratar de mostrar cuán atractivo sos, qué inteligente. Es un trabajo de edición en el que hombres y mujeres nos objetualizamos. Yo pongo la foto más linda. Recién me estoy dando cuenta de dónde me puedo parar en el tema, si me pusiera a disertar sobre el feminismo, sería un estúpido. Me parece más legítimo escribir una novela en la que el personaje está tratando de dibujarla.

La erección, un milagro hidráulico

La narración del venado que Julia atropella con el auto es todo lo contrario de la virtualidad. Es cuerpo, órganos rotos, sangre… Algo demasiado carnal para las prácticas virtuales de este momento.

–Es cierto. También es olor, aromas. A Julia y a Juan les falta cuerpo hasta el momento en que se encuentran, pero el cuerpo llega a través de un relato, es decir, de una ausencia. Julia cuenta algo que no está. Siempre traté de que en todo lo que escribo haya una reflexión sobre la memoria, sobre el tiempo, sobre qué es escribir, sobre qué se puede reponer con la palabra. Julia la usa para hablar de una materialidad y Juan lo que no pudo hacer antes de ese relato es tener una erección, algo muy material del amor, como digo en la novela, “una erección es un milagro hidráulico-espiritual”. Estoy trabajando en un libro sobre el amor medieval y, para algunas teorías del amor medieval, el espíritu está disuelto en la sangre y el mal de amor, la bilis negra, es un espesamiento de la sangre, con lo cual, lo espiritual tiene un correlato literal en la densidad sanguínea. Satisfaction no habla de la melancolía, pero trae el cuerpo a través de un relato que no importa si es inverosímil, si realmente ella pudo mover un animal de 120 kilos y cortarle los cuernos para que entrara en el auto. Esto es bastante alegórico, no en el sentido de “cornudo”, sino de cortar el falo.

Referencias

Pablo Ottonello es escritor, guionista y crítico literario. Se graduó en la Universidad Torcuatto Di Tella, la Universidad del Cine y la Universidad de Iowa. Cursa estudios doctorales en la Universidad de Chicago con una tesis sobre diarios de autor. Publicó Quiero ser artista (2015), El verano de los peces muertos (2017), Veteranos de la guerra del día (2018), El vello álmico (2019) y La breve luz de nuestros días (2020).