“Como si un pájaro no quisiera aprender a trinar, como si el cachorro de león se negara a rugir, así nosotros, sin lenguaje, andaríamos perdidos dentro de una selva absurda, desconcertados en el cielo. La palabra es nuestro trino, nuestro rugido. Y es también nuestro silencio. El lenguaje es lo único que puede transformar la selva en un hogar.” Estas palabras de la escritora Liliana Bodoc constituyen quizá un buen comienzo para esta nota, porque ayer, en la Sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza, tuvo lugar la XII edición del Encuentro Anual Libros y Maestros que organiza Penguin Random House Grupo Editorial y en el que fueron protagonistas dos de sus sellos, Sudamericana y Alfaguara, en cuyos catálogos hay diversas colecciones dedicadas a los chicos de diferentes edades. En el transcurso de ese encuentro, que se desarrolló entre las 8 y las 17, Bodoc, fallecida súbitamente el 6 de febrero de 2018, fue homenajeada y se presentó la adaptación teatral de uno de sus cuentos. Además, se produjo el relanzamiento de Alfaguara Infantil y Juvenil bajo el lema “Alfaguara vuelve a la escuela”.

A través de las sucesivas ediciones, este encuentro, cuyo objetivo es acercar a docentes, promotores y amantes de la literatura infantil para fomentar la lectura en las escuelas, ha crecido de manera significativa y se ha consolidado.  

Pablo Bernasconi abrió la jornada con una charla: Cuando la poesía se vuelve imagen y la imagen, poesía. Presentó su libro álbum El infinito (colección Especiales de Sudamericana), al que el lector puede acceder de manera convencional abriendo la tapa, que, sin embargo, no tiene nada de convencional, ya que en ella hay una pequeña puerta que promete el acceso a un mundo maravilloso. Como todos los libros de Bernasconi, también éste tiene un nivel poético que convoca a chicos y adultos. Está integrado por textos breves e ilustraciones maravillosas. Una larga fila de docentes se formó luego de la charla de Bernasconi para que éste les firmara su libro y fue abordado de manera permanente para que contestara preguntas o para expresarle la admiración que provocan sus textos e ilustraciones, pequeñas obras de arte que realiza con esmero artesanal.

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(Foto: Gentileza Random House)

Luego de una recorrida por el stand donde estaban expuestos los libros infantiles de Sudamericana y Alfaguara, tuvo lugar la mesa El desafío de enseñar Educación Sexual Integral en la escuela: estrategias y herramientas para su abordaje.

En la mesa Libros que dejan huella se celebró la reedición por parte Alfaguara de libros fundamentales de los años 80 y 90. Un ejemplo paradigmático de ellos son los de María Elena Walsh, pero la lista de autores es muy amplia.

De esa mesa participaron Canela, Silvia Schujer y Ana María Shua y Margarita Masné, todas figuras emblemáticas de la literatura infantil que figuran entre los autores reeditados.  La primera en hablar fue Canela, quien agregó como actualización de su curriculum leído antes de su intervención, que además de haber realizado todas las actividades que figuran en él, tuvo diez nietos. Con un humor excelente, su exposición fue sumamente relajada y divertida. Habló, entre muchas otras cosas, de las que se consideran “malas palabras”, que por su formación le cuesta decir. Sin embargo, en esta ocasión, se animó a pronunciarlas en público. “La palabra huellas –dijo- me llevó al libro Boca de Sapo y al personaje Juan Lencina, que realmente existió. Recibí hace poco una carta de su familia que debo contestar. Estábamos viviendo en San Francisco, Córdoba, y yo ya hablaba un castellano aceptable, mientras mis hermanos eran mucho más tanos que yo. Hubo un bombardeo en una fábrica y mi madre gritaba desesperada porque recordó la guerra que acabábamos de dejar en Italia. Llegó don Lencina, que era el mozo principal del hotel que regenteaba mi familia y al que yo miraba desde abajo, porque era muy alto y flaco. Fue el primer criollo que conocí. Dijo: “Señora, todos ustedes se van refugiar en mi casa, mientras mi madre gritaba “dov´é il rifugio”. La casa de Lencina estaba en los bordes de la ciudad de San Francisco, que era pequeña, así que si caía una bomba…Pero nunca olvidé ese gesto que a mi mamá la tranquilizó enormemente. Siempre fue para mí un donante de afecto, que fue lo que habíamos venido a buscar a la Argentina. Se me ocurrió una historia que tiene que ver con mi dificultad para decir malas palabras. Yo no puedo decir ´hijo de puta´.” El auditorio estalló en una carcajada y Canela continuó contando la invitación que recibió a un programa “mal hablado” al que concurrió a regañadientes. Allí contó que cuando dice boludo sus hijos se ríen por el esfuerzo que le cuesta. “Lo que hicieron –continúa- en el programa fue grabar la palabra y la repitieron como diez veces. Entonces decían ´esta noche Canela´ y se escuchaba el boludo que había dicho antes.” Tenía un hermano cura y mi mamá iba a misa todos los días. En mi casa, decir una mala palabra era un pecado.” Y agrega: “Si se me ocurrió lo de los sapos es porque no podía decir malas palabras aunque muchas veces debí haber dicho ´andate a la puta…´Estoy practicando. Don Lencina está en otros cuentos. Es un obrero que carga madera en sus hombros y un día se le cae una madera en el pie y como no puede decirlo, comienza a echar sapos por la boca.” A continuación se refirió a sus nuevos proyectos literarios y el trabajo que lleva la elaboración de cada ficción. “Nuestras historias –afirma- hablan mucho de nuestra propia historia personal. Don Lencina habla del país que encontré en Argentina, habla de la generosidad de su gente, habla de los chismes, habla de los políticos y habla del poder que tiene la gente buena.”

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(Foto: Gentileza Random House)

Por su parte, Silvia Schujer evocó el año 1986 en que publicó su primer libro, ganó el Premio Casa de las Américas y Canela la convocó para hacer una entrevista radial. Fuera del programa le preguntó si conocía a alguien que quisiera trabajar medio día en la difusión de los libros que ella ya estaba editando. “No sé si ella tenía conciencia de lo que estaba haciendo, pero, hoy lo sabemos, estaba fundando el departamento de literatura infantil y juvenil de la editorial. Yo no me animaba a decirle que nadie deseaba ese trabajo más que yo.” Finalmente se animó y permaneció 11 años en Sudamericana. Allí conoció la producción de Ana María Shua y se enamoró de la colección Pan Flauta. Aunque ella seguía escribiendo y publicaba en otras editoriales, su aspiración era hacerlo en esa colección. “Era tanto más linda que las otras, dice. Los libros tenían solapa, estaban cosidos…Me dijeron que no tengo que ser nostálgica, pero a mí esos libros me encantaban.” Por fin, publicó en la colección Pan Flauta Oliverio junta preguntas.

“Estoy contentísima de que haya vuelto a salir La puerta para salir al mundo y me encanta la nueva colección”, comenzó diciendo Ana María Shua. “No me sorprende que este libro se haya sostenido durante tanto tiempo, porque en general pasa con todos mis libros. Es que yo no escribo sobre la actualidad, porque tiene patas cortas y si uno se afinca en las palabras o en las pequeñas cosas de hoy, todo pasa muy rápido y el libro queda viejo, anticuado. En cambio, si uno se refiere a conflictos eternos, conflictos humanos que de alguna manera nos suceden a todos, cosas que van pasando de generación en generación, el libro tiene más posibilidades de sobrevivir. La puerta para salir del mundo sobrevivió en dos sentidos diferentes: logró atravesar 30 años y fue uno de mis libros infantiles más traducidos. Salió en idiomas tan diferentes como el portugués, el armenio y el coreano. Eso quiere decir que todos tenemos ganas de salir del mundo alguna vez.”

Margarita Mainé se refirió a su libro Lluvia de plata. “Nace –dijo- de mi vicio de leer el diario todas las mañanas y quedarme en las noticias disparatadas, que ahora salen todos los días, pero ya no son divertidas. Yo coleccionaba las noticias que me parecía que no podían tirarse a la basura. Las recortaba y las guardaba en una carpeta. Pensaba que con eso algún día iba a hacer algo. Comencé a escribir mis propias ficciones y un día salió la noticia de que una vaca había caído del cielo y había hundido un barco, me puse a escribir con ese material. Siempre me llamó la atención las diferentes interpretaciones que puede tener una noticia, cosa que hoy sucede de manera espectacular en el país. Uno ve la vida según el diario que lee. En Un cuento chino me permití contar lo que vivió esa vaca que voló sobre los marineros chinos, hablar del hombre que la robó …Así fui trabajando diferentes noticias. Este libro me ha dado muchas satisfacciones porque genera chicos autores ya que  los maestros los mandan a buscar noticias disparatadas y ellos producen y se entusiasman al encontrar los disparates que la vida tiene todos los días.” Afirma que la reedición la deprimió no por el libro en sí, sino por la constatación de que los problemas del país que consignó en el libro en 2001, como la pobreza y el desempleo, “siguen siendo más o menos los mismos.”

Más tarde, la periodista Karina Micheletto se refirió a Liliana Bodoc a quien entrevistó varias veces y a quien admiraba. Más que recurrir a anécdotas, prefirió hablar de ella a partir de una nota que le hizo en relación con la serie Elementales, de la que ya se habían editado Salamandras y Ondinas.  La entrevista se desarrolló en la tradicional confitería Las violetas en noviembre de 2015. Aún no había asumido el nuevo gobierno, pero Bodoc, según consigna Micheletto, no avizoraba un buen futuro y estaba muy preocupada por el destino del país. A través de los fragmentos leídos, se hizo presente la voz de la escritora.

Por su parte, el ilustrador Poly Bernatene contó cómo fue el proceso de ponerle imágenes a libros de Bodoc como Amigos por el viento.

El encuentro se cerró con una pieza teatral que es la adaptación de uno de los cuentos de Sucedió en colores, el referido al color negro.  La representación teatral estuvo a cargo del grupo Tres gatos locos.