Es difícil determinar la fecha de la primera transfusión de sangre. Según parece, tanto los egipcios, como los aztecas y romanos la intentaron con fines terapéuticos. En 1492, el médico personal del Papa Inocencio VIII le transfundió la sangre de cuatro adolescentes. Los medios eran rudimentarios y el intento de salvación terminó en tragedia: el papa y los adolescentes murieron. En 1667 volvió a intentarla Jean Baptiste Denis con buenos resultados que muy bien pueden haber sido casuales, porque las que se intentaron luego de esa fecha fueron un absoluto fracaso. Fue recién a comienzo del siglo XX, cuando la sangre pudo clasificarse en grupos sanguíneos que se cumplió con éxito la transfusión sanguínea como método terapéutico.

Todos estos datos son válidos si no se toman en cuenta el saber ancestral de los vampiros que, dado que  son una creación de la fantasía, bebieron sangre desde el principio de los tiempos sin tener en cuenta el factor sanguíneo de sus donantes involuntarios. ¿Qué mal puede hacerle alimentarse con sangre a quien no existe?

Pero a pesar de no existir, los vampiros siempre produjeron terror y también literatura. Un día como hoy, 26 de mayo, pero de 1897, Bram Stoker publicó la historia de quien sería el vampiro más famoso de todos los tiempos: el conde Drácula. La sangre que se autotransfundía mordiéndoles el cuello a mujeres hermosas era el único plato que incluía su dieta. Quizá fuera desbalanceada y monótona y por eso estaba un poco pálido. Aunque su palidez puede deberse a otros factores: Drácula vivía durante la noche y de día dormía en un ataúd. Era evidente que la falta de sol no le permitía fijar la vitamina E. 

La novela se publicó en mayo y comienza en el mes de mayo. La primera entrada del diario de Jonathan Harker, a través de quien el lector conoce la historia de Drácula es del 3 de ese mes, aunque cuenta que el viaje hacia la lejana región de los Cárpatos comenzó el primero. Viaja al encuentro del conde Drácula para concretar una operación inmobiliaria en Londres. Muy pronto descubre que no es el huésped sino el prisionero de ese ser extraño que habita en un singular castillo.

El resto de la historia es bien conocida, porque igual que pasó con el Quijote, Drácula se independizó de la novela para tener una existencia propia. Si el Quijote es el reparador de las injusticias del mundo y sale a dar pelea para repararlas, Drácula es el vampiro por antonomasia.

Stoker se habría inspirado para escribirlo en un príncipe rumano llamado Vlad Draculea, que vivió entre 1431 y 1436 y que se hizo conocido por su pasión criminal: empalar a sus víctimas. De este personaje histórico siniestro habría tomado también el nombre del conde vampírico, aunque en principio había elegido otro que sonaba un tanto pueril y  obvio: conde Wampyr.

Oscar Wilde, exigente y exquisito en sus gustos literarios, dijo de la obra de Stoker que era la mejor novela que había leído jamás, mientras que el propio Stephen King, maestro del terror, lo reconoce como influencia singular en su escritura: “Creo que Drácula –dice- fue la primera novela adulta realmente satisfactoria que leí en mi vida, y supongo que no es de extrañar que me marcara tan pronto y de manera indeleble.”

¿Cuáles fueron las razones que hicieron de Drácula una obra insoslayable de la que aún hoy se siguen haciendo versiones en soportes diferentes?

Posiblemente no hayan sido las dotes literarias de Stoker que escribió también otros libros que pasaron sin pena ni gloria, sino el hecho de crear un personaje extraño pero con forma humana, es decir poner el terror a escala de todos los mortales. Ni garras, ni formas animales, ni seres de curiosa anatomía. El conde, por la noche, podría ser considerado como un ser humano común y corriente aunque también tenía la cualidad de transformarse en vampiro, en lobo o en densa niebla.

Otro de los méritos que hicieron de Drácula un éxito de todos los tiempos es que la muerte aparece en el texto profundamente ligada al erotismo. Drácula enamora a hermosas mujeres y les asesta sus colmillos en el cuello en el comienzo mismo del rito amoroso. Como en todo acto sadomasoquista el placer y el dolor van juntos. No era poco en la época victoriana en que apareció el libro cuando se alargaban los manteles de las mesas para que los invitados no pudieran ver las piernas de las mujeres. Para la moral victoriana, la obra resultaba transgresora por la fuerte carga erótica que circula entre sus páginas.  

Vista a la luz de los temas que se debaten hoy en día y al papel combativo que la mujer tiene en la sociedad actual, Drácula puede ser visto como un ser misógino que a través del beso sangriento consigue una legión de esclavas, lo que, aunque negativo, no deja de tener vigencia en la agenda de nuestro presente en que el poder patriarcal ocupa el centro de las discusiones. También podría considerárselo un abusador en la medida que lograba la entrega de sus víctimas poniendo en juego el oscuro poder de las tinieblas.

Stoker concibió una novela gótica, género que suele considerarse como una de las manifestaciones del Romanticismo: gusto por lo oscuro, paisajes crepusculares, cementerios, pasiones intensas de sus personajes y ambientaciones lúgubres que remiten a la muerte.

Pero tras de sí dejó una larga estela de versiones de su personaje, desde el Nosferatu de Murnau en el que Drácula camina por las calles de Londres llevando su cama-ataúd bajo el brazo, a la versión de Francis Ford Coppola. Quizá el hecho de que su personaje estuviera arraigado en la larga tradición vampírica popular sea una de las causas de su vigencia. 

Lo cierto es que el vampiro siempre regresa para recordarnos que más allá de la realidad familiar que iluminan  los rayos del sol, hay otras que surgen de las tinieblas de la noche, por lo que el horror está más cerca de lo que solemos pensar. Y Drácula sabía mucho de esto. Él sí que era un auténtico hombre de la noche.