Desde hace 30 años Rodrigo Fresán vive en Europa. Sin embargo, no ha dejado de ser una presencia constante tanto en la literatura como en el periodismo argentino.

Esta vez viajó desde Barcelona para presentar el segundo volumen de lo que constituirá una trilogía. El libro que acaba de aparecer se llama La parte soñada y es sucesor de La parte inventada. El tercero y último–si es que el autor no se tienta con una continuación– será La parte recordada y calcula que le llevará dos años más terminarlo, a pesar de que ya ha hecho buen acopio de materiales en simultáneo con el segundo volumen.

En la entrevista con Tiempo Argentino habló no solo de su último su libro, sino también de su concepto de lo que es la literatura.

–¿Cómo surgió la idea de la trilogía?

–No hubo una idea de trilogía. Cuando terminé La parte inventada pensé que eso se terminaba ahí. Pero cuando pasó el período del luto por el libro terminado y empecé a pensar en el siguiente, me di cuenta de que no lograba desprenderme de la voz del narrador. Me había divertido mucho con el juego de los «parecidos nada parecidos a mí» generando un juego nabokoviano un poco histérico de reescritura de la figura del autor en personaje. Además, me había gustado mucho un efecto que había conseguido que era que el libro, a pesar de estar escrito en tercera persona, daba la impresión de estar escrito en primera. Todo el mundo me decía que el libro estaba escrito en primera persona y no es así. Incluso me hacían apuestas sobre el tema pero al revisar el libro notaban que estaban equivocados. Me decían que no solo parecía escrito en primera persona, sino también que la voz del libro era yo mismo. Ninguna de las dos cosas eran ciertas, pero me gustaba ese efecto onírico o alucinatorio que producía el texto en sus lectores. Mucha gente me preguntaba por sus personajes. En un momento decidí que la historia debía continuar. Es muy gratificante para un escritor darse cuenta de que la gente tenía ganas de más y poco a poco me di cuenta de que también yo tenía ganas de más. Empecé a escribir muy rápidamente La parte soñada y muy rápidamente también me di cuenta de que había un tercer libro que ya está bastante avanzado. Lo bueno de hacer una trilogía es que mientras vas escribiendo también vas «pateando» cosas para el próximo libro. Descubrí finalmente el placer de escribir trilogías, tetralogías o pentalogías porque no pasás por ese momento horrible de zozobra de tener que volver a empezar.

–Te evita la depresión posparto.

–Claro. Además, me di cuenta de que aun cuando el libro ya estaba impreso yo seguía escribiendo cosas para La parte inventada. Hubo unas 80 páginas más de anotaciones que fueron captadas por la edición francesa y la edición americana y que ahora también están incorporadas a la edición de bolsillo que acaba de salir en España.

–¿Es una costumbre frecuente en vos seguir escribiendo un libro que ya está en las librerías?

–Sí, siempre hago eso, pero en este caso pensé que lo que seguía ocurriendo no podía ser para el mismo libro, sino para otro con los mismos personajes. Apenas supe que ese segundo libro se iba a llamar La parte soñada, el tercero, La parte recordada, cayó de maduro. Es increíble, pero cuando no tenés las cosas planteadas en absoluto, más fríamente calculadas parecen. Creo que eso pasa con frecuencia en la literatura en la que muchas veces la teoría es posterior a la práctica.

–Yo diría que siempre, en todos los campos, la teoría es posterior a la práctica.

–Sí, es cierto. Por eso me gustan tanto las entrevistas a escritores de la revista The Paris Review que leo como ficción porque puedo ver de qué manera grandes escritores inventan respuestas para contestar a cosas que estoy seguro de que en el «durante» no tuvieron claras. En el durante estás más preocupado por el color del pelo o por cómo se viste un personaje que por el andamiaje.

–¿Creés que la invención, el sueño y el recuerdo son los tres motores de la escritura?

–Ahora me viene muy bien que sea así (risas) y espero que sea así, aunque quizá mañana se me ocurra un cuarto elemento. Creo que son los tres recursos que todos utilizamos a la hora de contar algo. En todo hay una parte de invención, una parte del sueño que nos gustaría que se hiciera realidad y una de memoria que es una cosa muy rara.

–¿Por qué es rara?

–Porque, aunque no lo hagamos de manera consciente, al recordar elegimos lo que queremos olvidar.

–¿Cuál sería un posible título genérico de la trilogía?

–La parte escrita o La parte contada. De todos modos, no hablaría exactamente de trilogía. El otro día me entrevistó Rep para su programa de radio y me dijo algo que me resultó muy útil y que adopté. No se trata de una trilogía sino de un tríptico.

–¿Cuál es la diferencia?

–No es una trilogía lineal como El señor de los anillos. Es más bien como un biombo de tres partes que podés abrirlo, cerrarlo, plegarlo. Otra de las cosas que pienso respecto de este proyecto es que no tiene una precuela ni una secuela, sino que es una «durantecuela» (risas) porque todo sucede en un mismo plano a un mismo tiempo. A partir de eso, digo que no es una trilogía y no un tríptico, como señaló Rep, y me siento mucho más cómodo, si bien pretendo que el tercer volumen cierre un montón de cosas y que cierre definitivamente la historia de todos los personajes. Creo que la mía está cerca de la trilogía de Alan Pauls que elige Dinero, Pelo y Llanto, y configura un mundo con esos tres elementos con algunos personajes que se repiten.

–Te voy a hacer una pregunta un tanto conflictiva porque tiene muchas respuestas.

–¿Y te tengo que dar una sola? (Risas)

–No, podés darme todas las que quieras. La pregunta es sobre lo genérico cuyas líneas se van desdibujando día a día. Pero si tuvieras que definir desde un punto de vista tradicional a qué género pertenecen los dos textos que ya escribiste del tríptico, ¿cómo los definirías?

–Si tengo que descender sobre ellas con un criterio forense como me pedís, diría que en el primer texto hay un trabajo sobre la idea de la novela; en el segundo, sobre la idea de la novela corta; y el tercero, sobre el cuento. Vivo en el extranjero hace mucho y no me gusta ir envuelto en la bandera argentina, pero hay una cosa muy clara de la literatura argentina, muy liberadora. Las grandes novelas argentinas son todas raras desde lo formal. No son Conversación en la catedral. Esto comienza ya con el Facundo, que fue un gran libro fundante de la literatura argentina, pero no sabemos a qué género pertenece. Lo mismo podría decirse de Adán Buenosayres, Sobre hérotes y tumbas, Rayuela, Respiración artificial, El pasado, El beso de la mujer araña, Pubis angelical. Todas son raras. Sí me siento orgullosamente argentino cuando al final de El escritor argentino y la tradición Borges dice que, puesto que tenemos que resignarnos a la fatalidad de ser argentinos, consolémonos pensando que nuestro tema es el universo y que todo lo que hagamos en ese sentido lo haremos con felicidad. Le estoy muy agradecido por esto porque en realidad lo que ha hecho es abrir la puerta para ir a jugar. No están los lineamientos de otras literaturas latinoamericanas donde los libros canónicos tienen un peso mucho más contundente sobre los escritores jóvenes. No recuerdo a nadie de mi generación que haya dicho «yo quiero escribir la gran novela argentina». Creo que la Argentina es quizá el único país de lengua castellana en que todos sus escritores canónicos y totémicos trabajaron el género fantástico, lo cual es muy raro. La literatura argentina te da todas las herramientas para no sentirte argentino en absoluto y así sos más argentino que nunca. Además, esa literatura está hecha por superlectores que escriben libros llenos de libros. Es una tradición muy fluida, muy líquida y muy permeable.

–En España quizá quien representa esa corriente sea Vila-Matas.

–Sí, pienso que es el más argentino de los escritores españoles. Se lo dije y él lo reconoce así. Bolaño quería ser argentino porque se sentía mucho más cerca de la literatura argentina que chilena. En España siempre hay un boom de la novela realista que es un falso realismo porque la realidad no es nunca como en Madame Bovary o en Ana Karenina, nunca está tan ordenada. Sin embargo, España tiene un libro vanguardista y transgresor como el Quijote que lo inventa todo: el libro dentro del libro, el autor, la continuación, el tipo que se vuelve loco leyendo, los planos de la realidad y la mentira, la parodia, el pastiche metido en el medio.

–En tu libro decís que la realidad está sobrevalorada.

–Sí, es una frase de Nabokov, que es el héroe del libro. Para mí, es uno de los escritores capitales. Además, es el escritor ruso más argentino de todos. La tan mentada, cacareada, inventada y perseguida «gran novela norteamericana» está escrita por un ruso y se llama Lolita. No hay nada más norteamericano que eso porque reinventa los Estados Unidos, inventa la idea de los moteles como cultura, la novela del camino, la novela del puritano pecador. Él era ruso y la escribió en inglés reinventando el idioma. Nada más norteamericano que eso. Sentí una gran preocupación como emigrado cuando se produjo la gran crisis de 2001 porque hubo un gran llamado a las armas literarias. Había que ser realista, testimonial y explicar qué nos estaba pasando otra vez. Pasó lo mismo después del Proceso. Creo que a la realidad hay que dejarla en la realidad. Incluso desde el punto de vista de la mecánica cuántica nos están diciendo que tampoco existe eso que nosotros llamamos realidad. Escribir es inventarte una nueva realidad al costado de esta que, como decía Nabokov, es una realidad neutral y suiza en la que todos nos ponemos de acuerdo en que esto es una silla para no volvernos locos. Luego, cada uno tiene una percepción muy diferente de esa silla. Es una silla distinta para mí, que para un chico de cinco años, para un carpintero, para alguien con problemas de columna o para un escritor.

–Por eso la tan mentada frase de Perón «la única verdad es la realidad» es falsa.

–Es verdad, pero ya eso es política y ahí hay otras necesidades. Yo prefiero la ficción. También se podría decir que la única realidad es la verdad y sería igualmente falaz. A mí no me interesa el fútbol, pero cuando en un partido hay un empate, lo que vio un equipo es absolutamente diferente de lo que vio el otro. Supongo que pasa lo mismo en las guerras y en las relaciones sentimentales. Quizá las parejas felizmente casadas tengan una visión diferente de lo que es un matrimonio y 25 años más tarde, si se sientan a hablar sobre el tema, se les venga todo abajo.

–El enamoramiento mismo es una ficción, es la construcción de un personaje. Volviendo a tu novela te diría que no es una novela en el sentido tradicional. Está llena de teoría, convierte a la teoría en parte de la ficción.

–Sí, pero no es la primera y tampoco va a ser la última. Soy consciente de que no se puede contar de otro modo en términos prácticos. Si contara la historia de una manera lineal, si la dejara en lo medular del puro acontecer, sería un cuento de ocho o nueve páginas. Mi tema, salvando las enormes distancias, es el de muchos escritores desde Vila-Matas a Borges, es cómo se escribe y cómo se lee. «