“Tiempos extraños. Me atrapó La Cosa. Estuve muy mal durante dos semanas largas, pero me he recuperado así que me puedo contar entre los afortunados”
Según el diario El País de España, el escritor Salman Rushdie (Bombay, 1947) anunciaba con estas palabras y a través de un mail, que había padecido coronavirus. Residente en Manhattan, el autor de Los versos satánicos contrajo la enfermedad tempranamente, a mediados de marzo, pero logró reponerse a pesar de encontrarse, por tener 72 años, en un grupo de riesgo.
Fue precisamente la pandemia la que le impidió viajar a España para presentar su último libro, Quijote, una lectura personal de la mayor obra de Cervantes que tiene una relación con la situación que atraviesa Estados Unidos en este momento.
“Mi intención –le dijo a El País a modo de síntesis de su última obra- era escribir una suerte de alegoría sobre Estados Unidos, recorriendo los distintos estratos de la sociedad norteamericana, tratando de atrapar el momento por el que atraviesa en la actualidad. Cuando se celebró el cuarto centenario de las muertes de Cervantes y Shakespeare, releí el Quijote y vi surgir en mi cabeza pícaros a los que puse el nombre de los personajes inmortales de Cervantes. Para mí esta novela es un poco lo que fue Hijos de la medianoche: una especie de compendio de todo lo que quiero ser y decir como artista.” Asegura que, en general, su última obra ha tenido una buena recepción, aunque tampoco faltan detractores que la consideran superficial, pero Rushdie toma las críticas como algo natural y, a esta altura de su vida, no se deja influir por ellas y sigue el camino que se trazó para su obra, aunque no deja de reconocer que las malas reseñas alejan a los lectores.
Así como recibe críticas, también las hace, pero las suyas no están destinadas a otros escritores, sino a la actitud de la clase política de la India, de Estados Unidos y el Reino Unido, que según su parecer, no han estado a la altura de las circunstancias en relación con la pandemia.
Por otra parte, el escritor dice tener un optimismo a toda prueba, razón por la que admira al Quijote, dado que lo considera el más optimista de los optimistas, que siempre trata de encontrar lo mejor en la gente que conoce y se siente con la fuerza suficiente como para “desfacer entuertos” y llegar a buen puerto en un mundo difícil y poco amable con los soñadores.
Si algo no puede decirse de Rushdie es que su vida como escritor haya sido fácil. Los versos satánicos tuvieron consecuencias imprevistas. Luego de su publicación vivió diez años huyendo de la amenaza de muerte del Ayatolá Jomeini por considerar que su libro era blasfemo. En ese momento pidió Jomeini pidió a los musulmanes que lo mataran allí donde lo encontraran. Rushdie vivió una década de angustia tratando de no ser encontrado hallado y bajo la protección de Scontland Yard. Sin embargo, nunca dejó de luchar. En 1992 su vida tenía precio: 5 millones de dólares. Esa era la recompensa que se ofrecía a quien lograra asesinarlo. De nada le valió que manifestara su arrepentimiento y diera su adhesión al Islam. La fatwá no fue levantada. Durante esa época hizo apariciones esporádicas y sorpresivas y concedió unas pocas entrevistas a fin de preservarse de la amenaza de muerte que pesaba sobre él.
Acostumbrado al silencio, tampoco lo rompió públicamente cuando se vio afectado en carne propia por la pandemia. Lo comunicó hace apenas unos días, cuando ya está repuesto de la enfermedad. La pandemia lo afectó también anímicamente. Dice que la situación le impide escribir ficción y que no tiene claro cuándo se sentirá en condiciones de hacerlo nuevamente. Sin embargo, sigue interesado en otros géneros. Precisamente está terminando un libro que reúne una colección de ensayos que nada tienen que ver con la pandemia.
En cuanto a las consecuencias que el coronavirus pueda tener en el futuro, dijo: “Espero que este desastre nos convenza de que tenemos que ser más considerados con el planeta. Cuando la naturaleza se expresa por medio de un tsunami, un terremoto o una pandemia, es cuando comprendemos lo precario que es nuestro dominio del mundo. No quiero pecar de antropomorfismo: la naturaleza no es una persona, de modo que esto no es una venganza, pero no estaría de más que nos lo tomáramos como una advertencia.”