Sergio Amigo, director de teatro y maestro de William Shakespeare tumbero

Por: Mónica López Ocón

Durante 15 años enseñó teatro shakespeariano a los convictos de Wandsworth, en Londres.

Que un director teatral argentino enseñe Shakespeare en Inglaterra es un hecho que tiene algo de insólito o curioso. No es menos llamativo el hecho de que prefiera hacerlo en las cárceles y de que sea socio, junto con un argentino y dos ingleses, de una librería-teatro instalada en el corazón de Londres, The Calder Bookshop & Theatre, en cuya vidriera se expusieron fotos de Axel Kicillof, Milagro Sala y Santiago Maldonado, y de la que es su director artístico.

De regreso a Argentina en 2015 por temas familiares, Amigo enseña a jóvenes adultos en Marcos Paz a través la Cooperativa ELBA que funciona desde el Centro Cultural de la Cooperación. La cooperativa imparte talleres en las cárceles y tiene una parte gastronómica, un emprendimiento destinado a dar trabajo a quienes salen de prisión.

–¿Cómo te convertirse en socio de la librería Calder?

-The Calder Bookshoph & Theatre fue fundada por el editor de Samuel Beckett, John Calder, que, además, fue también editor de Jorge Luis Borges, Marguerite Duras, William Burroughs, Copi, Julio Cortázar. Él se puso grande y quiso vender la librería. Estaba por comprarla la cadena de sandwiches Pret a Manger pero por suerte no se la vendió a ellos. Establecí una relación con él y muy pronto comencé a trabajar primero como actor y luego como director en su compañía.

–¿Cuándo te fuiste a Londres?

–En el 2000. Pero mi primera aventura en busca de Shakespeare fue en Australia, a donde decidí irme el día que mataron a Cabezas en 1997. Me fui contratado por el Globe Teathre para hacer un espectáculo de Shakespeare para latinoamericanos residentes en Sidney. Me quedé un año, todo lo que la visa me permitió. Estaba por cumplir 40 y no hablaba ni leía inglés. Me sentía profesionalmente poco serio por esa razón. A los 41 me salió la oportunidad de ir a Londres. Fue uno de esos momentos en que uno dice «ahora o nunca». Me fui por tres meses. Luego vi que me podía quedar y no paré hasta que no aprendí inglés no estudiando sino laburando. Muy pronto, comencé a trabajar como actor y muy pronto también empecé a enseñar Shakespeare. 

–Qué paradójico que un latinoamericano enseñe Shakespeare en Inglaterra.

–Sí, era una situación muy bizarra, pero gané el cargo compitiendo contra dos ingleses. Cuando uno está acá tiene la imagen de que en Inglaterra son todos como David Niven o Hugh Grant y todos conocen a Shakespeare y eso no es verdad. De los 15 años que estuve allí por lo menos 12 trabajé en el sistema educativo inglés, y deja muchísimo que desear. Fue pasando el tiempo y pude acceder a la ciudadanía. Cuando te dan la ciudadanía te hacen jurar fidelidad a la reina en una ceremonia. Curiosamente, esa ceremonia fue el 23 de abril de 2008, y el 23 de abril es el día en que nace y muere Shakespeare. 

–¿Y cómo fuiste a enseñar Shakespeare a una cárcel?

–Siento fascinación por enseñar en lugares de encierro. Además de Shakespeare, me dedico a Beckett. Cuando comienzo a estudiar a este autor en Argentina, me impresiona mucho una experiencia que una compañía de teatro hace en la cárcel de San Quintín. Montan Esperando a Godot, que se representó por primera vez en el ’53, una obra muy rara para ese momento que deja confundidos a público, críticos y expertos. Es una obra en la que no pasa nada, donde hay dos vagabundos esperando a un tal señor Godot que nunca llega. Beckett mismo dijo que la mejor producción de esa obra que vio en su vida es la de los presos de San Quintín porque para ellos Godot tomaba todo el significado, era la libertad que nunca llegaba. Desde ese momento tuve mucha curiosidad acerca de cómo sería dar teatro en una prisión. En mí, el interés por la política siempre compitió con el interés por el teatro. Yo vivía cerca de la cárcel de Wandsworth, que es muy teatral. Es una cárcel victoriana edificada bajo la inspiración del Panóptico de Bentham. Fue locación para muchísimas películas porque tiene esa belleza sórdida de una cárcel del siglo XIX. Ahí estuvo Oscar Wilde antes de ser transferido a la cárcel de Reading. Conozco a dos profesores de allí, un matrimonio, y les comento que me encantaría enseñar Hamlet en la cárcel. La mujer me dice que estaba dictando literatura y que le encantaría hacer algo de teatro, por lo que podía ir a sus clases y hacer una práctica.

–¿La enseñanza en qué consistía concretamente?

–En leer y en interpretar. Yo quería montar Hamlet con los presos. Me toca el pabellón de presos vulnerables que son los que cometieron delitos sexuales, algunos de ellos horrorosos. Uno deja todos sus prejuicios en la puerta de la cárcel y entra a hacer su trabajo. Con muchísimo esfuerzo hacemos una versión de Hamlet que se llama Hamlet en 15 minutos que la escribió Tom Stoppard. La energía de ese pabellón es muy pesada. Son hombres que están deprimidos, avergonzados pensando que no van a poder sacarse de encima esa compulsión. Son prisioneros al borde del suicidio. El prisionero que hacía de Hamlet tenía un aspecto muy temible. Le faltaban los dientes y siempre usaba anteojos oscuros. Había sido acusado de abuso sexual pero la mujer que lo denunció había levantado los cargos porque dijo que se había equivocado, pero por una telaraña burocrática quedó preso como seis meses más. Cuando se hizo la representación se invitó a compañeros del pabellón, a personal de la cárcel y a familiares. Cuando terminó, este hombre quiso hablar al público y dijo que se preguntaba desde hacía tiempo por qué su destino lo había llevado ahí y que ese día se había dado cuenta: «Para conocer a Shakespeare». Fue conmovedor. Tuvo tanto éxito el proyecto que enseguida me ofrecieron un contrato para trabajar en la prisión y abrir un curso de teatro. Empecé a trabajar en la cárcel principal de la que el pabellón de vulnerables era un anexo. Ahí encuentro otro espectro social y cosas que nunca hubiera imaginado encontrar.

–¿Qué, por ejemplo?

–Por ejemplo, los índices de analfabetismo que en Inglaterra son alarmantes. Durante los primeros años la ilusión de uno es que alguno de esos presos se convierta en actor, que cuando salga pueda continuar con la carrera y de hecho, dos lo hicieron, uno fue actor y otro, escritor. Con el correr de los años me di cuenta de que ese no era el objetivo. Me llevó muchos fracasos llegar a esta conclusión. Pero hice lo que dice Beckett: fracasar nuevamente y fracasar mejor. 

–¿Cómo hiciste para fracasar mejor?

–Me topé con las obras completas de Paulo Freire. Pedagogía del oprimido me da vuelta la cabeza. Me doy cuenta de que el teatro tiene herramientas que sirven para la vida y de que lo primero que tengo que hacer no es imponerles el lenguaje shakesperiano, sino tratar de entender el tumbero que es muy creativo, expresivo, que es un lenguaje común. Uno de los objetivos que uno tiene como docente en una cárcel es que cuando salgan, no vuelvan a entrar. Tanto Inglaterra como acá los porcentajes de reincidencia son alarmantes. En una entrevista de trabajo uno no puede hablar tumbero. Por eso yo siempre les decía que uno tiene que manejar la semántica del enemigo mejor que el enemigo mismo. 

–¿Y quién sería el enemigo?

–En Inglaterra hay un sistema de clases que es terrible. Engels ya lo decía en el siglo XIX. Viven en la misma ciudad, en el mismo lugar, pero nunca se cruzan estas clases porque van a distintos lugares, comen diferentes cosas, hablan diferente. Son dos mundos. El enemigo es una clase conservadora, media y media alta, la demonizadora de siempre. 

–¿Cómo fue tu experiencia en la cárcel general?

–Hacer Shakespeare fue más trabajoso que en el pabellón de vulnerables porque los presos tenían menos preparación. Traté de hacerlo más divertido. Pero me puse a pensar que los estaba subestimando, que no estaba trabajando con chicos. Entonces partí la clase en dos y en la primera parte enseñaba historia del teatro de una manera teórica. Resultó impresionante y conmovedor ver cómo al final eran capaces de hablar de Edipo Rey o de la Poética de Aristóteles. Pensé que tenía que enseñarles a usar la palabra y decido hacerles hacer una obra para radio. Con Paulo Freire aprendido, democráticamente hago votar por un tema. Como la mayoría eran negros, se votó hacer una obra sobre Mandela. Los había impresionado mucho y con razón cómo Cameron y Obama se sacaban selfies en el funeral, una falta de respeto con un líder de la talla de Mandela. Estudiando la biografía de Mandela descubren que era un gran fan de Shakespeare. En Robben Island, donde estuvo encerrado 27 años picando piedras, no estaba permitida la entrada de ningún libro que no fuera religioso. Mandela y sus amigos hacen entrar las obras completas de Shakespeare pegándoles unas estampitas en la tapa para que pasaran como una biblia. La obra favorita de Mandela era Julio César. Cada episodio de la obra que hicieron los presos era guiado por un texto de Shakespeare. Quedó tan lindo que lo mandamos a un concurso para producciones artísticas hechas en lugares de encierro y ganamos el Oro. 

–¿Por qué Shakespeare sigue siendo tan importante?

–Primero, Shakespeare descubre a una edad muy temprana que lo que en realidad mueve al mundo es la envidia, y la envidia no es tan mala aunque tenga mala prensa, la envidia es el deseo. Sin envidia estaríamos muertos como especie. No podríamos hablar si no copiáramos a nuestras madres. Todo es una copia, una fotocopia del deseo del otro. No somos originales y eso le da un sopapo a nuestro narcisismo. Leer a Shakespeare bajo esta óptica que yo tomo de René Girard ilumina y nos hace reconocer en los personajes. En segundo lugar, Shakespeare escribe desde una grieta entre un saber vertical, medieval, jerárquico y el hombre que se hace a sí mismo, el emprendedor como diría ya sabemos quién. La burguesía como clase dominante estaba ocupando su lugar en ese momento y es la misma clase dominante de ahora, actuamos bajo el mismo paradigma en el que Shakespeare escribió, por eso es tan impresionante. Para los presos, además, no tiene solemnidad ni es una estatua de bronce. Está realmente vivo.

De un preso inglés para otro argentino

Esta carta escrita por presos de una cárcel londinense a imaginarios presos argentinos fue publicada en el nº 28 de la revista Cuadernos de Picadero, en mayo de 2016:

«Hola, amigos, somos sus hermanos en armas, actualmente encarcelados en la cárcel de Su Majestad Wandsworth. Ninguno de nosotros tiene ningún tipo de educación o conocimiento formal de los trabajos de William Shakespeare. Ciertamente alguno de nosotros recuerda haber sido alimentado por la fuerza en la escuela con lo que ni siquiera parecía inglés, mirando fijo el reloj, contando los minutos, bostezando y generalmente deseando estar en cualquier otro lugar en vez de leer ‘Ser o no ser es una mierda’!! Para más de la mitad de nosotros aquí en la cárcel, el inglés no es nuestro primer idioma. Y así y todo hemos avanzado no solamente recitando Shakespeare en una miríada de acentos, algunos extremadamente graciosos, sino en apreciar mediante la guía de Sergio (Amigo) cada significado en profundidad, cada sutileza, cada aspecto del perfectamente elaborado lenguaje usado por Shakespeare para evocar ese caleidoscopio de emociones humanas. ¿Qué uso posible puede tener recitar Timón de Atenas el ‘¿Oro? ¿Amarillo, brillante, precioso oro?’ para un ladrón armado o un ratero? ¿Qué puede ‘Si nos pinchan, ¿no sangramos?’ enseñar a alguno de nosotros, miembros de bandos, gangsters, que vemos cada día sangre derramada en nuestras propias calles? […] Disciplina, confianza, compostura, memoria, mutuo respeto, mutuo cuidado son solo algunas de las lecciones que hemos aprendido a través de las inmortales palabras de Shakespeare. Ojalá les dé a ustedes tanto placer como el que nos ha dado a nosotros. Nuestras oraciones y amor están con ustedes. Por favor, ¡¡devuélvannos al Camarada Sergio sano y salvo!!». «

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