Diario de un albañil es el nuevo libro del narrador, poeta y ensayista rosarino Mario Castells. Crónicas de un obrero de la construcción, pero también de la colectividad paraguaya que, explotada, domina el arte de los andamios, sudando la gota gorda en estos pagos.
Castells, albañil desde sus 14 años, es rosarino, hijo de migrantes paraguayos, la colectividad que, orgullosa, domina sudando la gota gorda el arte de la albañilería en estos pagos. Paraguay construcciones. Y aunque la Uocra patotee y haga oídos sordos, ¡el guaraní es el idioma oficial en el gremio! Diáspora de trabajadores precarizados, explotados, estigmatizados, olvidados en las obras de este país siempre multicultural, nunca intercultural. Los laburantes del ladrillo que construyen la Argentina todos los días.
Diario íntimo entre andamios, memorias familiares del exilio, tratado de sociología en obra, enciclopedia “con tapas de hormigón armado”, manual de supervivencia a la explotación. El flamante libro del autor de la brillante novela El mosto y la queresa (2012) y las crónicas de Trópico de Villa Diego (2014), trabaja todos esos registros con pala, cuchara, fratacho y, sobre todo, potente pluma.
El jopará es el plato emblema del campesinado paraguayo que mezcla, siempre en partes desiguales, arroz, frijoles, fideos y maíz. Pero también es la lengua híbrida y mestiza que combina el guaraní paraguayo y el castellano. La heteroglosia conforma, o distorsiona, el habla de quienes viven en el Paraguay. También la de cientos de miles de migrantes que llegaron a estas pampas. Castells, que es coautor (junto a su hermano Carlos) del ensayo Rafael Barrett, el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal (2010), edifica en Diario de un albañil una prosa extrañada por la mezcla del guaraní, el castellano y el lunfardo picante: “Yo, mita’i cabezudo, bajé corriendo de mi petizo Cañete, mi primer caballo, y creyendo que era agua fresca, le metí alto tragazo, un trago de siete ñemoko (sorbos), como dice mi tío Kambalóre. Dionisio dijo: A la puta, ombojahu porã la kavaju itrágo. Puede bañar perfectamente al caballo con su trago. Pero después de semejante hazaña, mi opera prima como ‘contrario’, quedé completamente pichorö (pito amargo, ebrio)”.
Una lengua de fascinante riqueza y dulzura con la cual Castells rescata las crudas historias de su familia y compañeros de andanzas y desandanzas. Pero no esperen un simple desfile de personajes. El diario hace carne las tensiones permanentes entre los sueños y deseos del laburante, frente a la realidad del yugo cotidiano en la obra. También da cuenta de las resistencias colectivas, como el jopói o Changa Paraguaya, el trabajo mancomunado que compromete a parientes, amigos y vecinos a prestar ayuda a un miembro de la comunidad a la hora de construir su hogar. Como todo ritual ancestral, se paga con un asadazo y mil cervezas al terminar la tarea. Dice Castells, el albañil letrado: “Una forma económica del amor que perdura, que sustenta lo mejor de nuestra colectividad”. Cuánta razón.
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