En 1987, Ricardo Falbo, un militante político de los ’70, sale de la cárcel con libertad condicional luego de 12 años de prisión. En ese tiempo las cosas han cambiado y el atentado contra un oficial del ejército durante la dictadura, cuya muerte le endilgaron, ya no es considerado un hecho heroico, sino condenable. Además, él tiene sus propias críticas sobre la agrupación a la que perteneció y eso lo obliga a tomar una decisión individual. En Represalias (Ediciones al Sur), Ulises Gorini trae al presente desde la novela, una discusión sobre la lucha armada que no ha sido lo suficientemente profunda y que parece haberse agotado a través de la simplificación excesiva. La ficción es, en su caso, el mejor mirador para observar la realidad.

-¿Por qué elegiste la lucha armada como tema?

-Es una historia que me daba vueltas hacía muchísimos años. Mi primer libro fue publicado en 1987 y se trataba de la biografía de una presa política del PRT. Comencé a trabajar en esa biografía junto a otro colega estando ella en la cárcel. A partir de ese momento fui tomando contacto con la historia y elaborándola. Aunque tiene que ver con la política del país, la novela es esencialmente un libro de ficción. Mi intención al escribirla fue problematizar el tema de la lucha armada. Creo que cuando decimos “violencia política” sólo vinculamos la violencia a las armas.
-¿Las políticas sociales implementadas por el macrismo, por ejemplo, podrían ser una forma de violencia política?

-Para mí la violencia es un tema muy vasto. Muy bien podrían asociarse a políticas sociales de hambre que matan ya sea en forma rápida y también a largo plazo.
-Pero la novela habla de la violencia de la lucha armada. ¿Por qué?

-Porque creo que, desde hace años, es un tema que ha sido profundamente simplificado. Yo traté de problematizarlo y avancé en esa dirección. Creo que en el país la discusión ha sido terriblemente esquematizada, simplificada sin matices. Por eso me pareció necesario desarrollarlo de un modo más complejo.
-¿Qué es lo que querés decir cuando hablás de la simplificación del tema?

-Tanto la visión de la extrema derecha durante la dictadura, como la teoría de los dos demonios, que fue la que primó durante lo que se llamó transición y yo prefiero llamar post dictadura, eran esquemas simplificadores de la lucha armada y de la lucha política. Por ejemplo, la teoría de los dos demonios trataba de presentar la lucha armada y la violencia política como el enfrentamiento de dos sujetos totalmente irracionales que había comenzado sin causas políticas, sociales o económicas que la justificaran. En ese enfrentamiento, la sociedad había sido un convidado de piedra y era una víctima de esos enfrentamientos. Esta teoría era falsa.
-¿Por qué?

-Porque creo que la violencia se enraíza en la Argentina en el proceso de la lucha de clases que fue muy intenso particularmente en las décadas del ’60 y del ’70. Desde distintas perspectivas las diferentes clases sociales pretendían imponer su proyecto político, social y económico. Entonces no es un proceso irracional, sino profundamente dialéctico y complejo que se inscribía en la sociedad de la época y que involucró a casi todos los sectores del país. Por otro lado, la idea de ciertos sectores de condenar lisa y llanamente la violencia y circunscribirla a lo que era la lucha armada también es una teoría inocente o hipócrita.
-¿Hipócrita en qué sentido?

-En el sentido en que, como dije antes, la violencia es un fenómeno muy complejo y vasto que involucra distintos aspectos y no sólo la lucha armada. Es algo que atraviesa toda nuestra historia. Y yo creo que, en un sentido marxista, realmente la violencia es la partera de la historia. Esto no es una definición de un postulado ético, sino de un análisis de la realidad. Cuando Maquiavelo analizaba la sociedad de su época y establecía ciertas leyes que algunos consideran como el nacimiento de las ciencias políticas, no estaba postulando la norma ética a seguir, sino tratando de derivar de la realidad leyes del movimiento social. Cuando Marx dice que la violencia es la partera de la historia lo hace en ese mismo sentido, no como un postulado ético, sino como un funcionamiento social que se da a todo lo largo de la historia de la humanidad.
-Es decir que es algo descriptivo.
-Es descriptivo. Y si esto es así, la condena ética a la violencia puede tener algún sentido, pero choca con la realidad de cómo es verdaderamente la sociedad. Hay un sociólogo argentino ya fallecido, al que yo admiré mucho, Juan Carlos Marín, que decía que los que se asustan de las muertes que producen los procesos revolucionarios no tienen en cuenta las muertes que produce el desarrollo capitalista. Yo pertenezco a una generación que padeció una terrible simplificación de los análisis sobre la violencia política y la lucha armada y uno de los factores simplificadores fue la teoría de los dos demonios que, a partir de la simplificación, la condenaba de un modo totalmente contrafáctico y antihistórico. Yo intenté dar una visión más vasta incluso de los debates en torno al tema.
-Y los distintos personajes están relacionados con eso.
-Sí. A través de los diversos personajes de la novela aparecen los diferentes discursos en torno a la lucha armada, incluso los discursos más cercanos a la derecha y la ultraderecha. Hay voces que entretejen todo el debate sobre la violencia. Esa fue una intención bastante expresa para mí, aunque insisto en que sobre todo traté de construir una historia que tenga sentido desde el punto de vista literario y no de hacer un ensayo sobre la violencia. Por lo tanto puede ser que la novela no deje una situación totalmente clara sobre mi idea sobre la violencia porque esa no fue mi intención. Yo quise poner sobre la mesa el debate que me gustaría escuchar y del que trato de participar a través de esta forma de intervención literaria. -El personaje principal, Ricardo, está tironeado por dos puntas. Por un lado, tiene un plan destinado a un traidor que no vamos a revelar y que él tampoco revela porque podría ser considerado por sus compañeros de prisión como un traidor. Y, por otro, reniega de la muerte que le endilgó un traidor y que él no cometió, pero por la que padeció muchos años de cárcel. Él habla con lucidez de la falta de autocrítica.
– ¿Creés que hubo autocrítica de parte de los propios protagonistas de la lucha armada?

-Creo que hubo importantes procesos autocríticos. La guerrilla montonera como los sectores marxistas, que no fueron sólo los Montoneros y el ERP, sino que hubo muchos otros grupos, hicieron autocrítica. El personaje de la novela siente que esas autocríticas fueron insuficientes, cosa que yo también pienso que es así. Creo que no estamos ante la inexistencia absoluta del debate, sino ante un debate que al personaje le parece deficitario incluso en lo que le concierne personalmente. Porque él está atravesado por una tensión política y ética que se formula en la frase de Camus que funciona como epígrafe de la novela. La frase dice que vivimos en una época en que toda acción directa o indirecta conduce al asesinato por lo que, si se quiere matar, hay que saber a quién matar y por qué. Creo que Camus, que tuvo una posición histórica contraria a la violencia, quizá no dio las mejores respuestas en ese debate, pero sí formuló preguntas muy certeras. El plantea, dentro del problema político de la violencia, la tensión con la ética. Y a mí me pareció importante traer este tema a través de la novela.
-¿Por qué?

-Porque creo que da por tierra con la visión cínica de la lucha armada en la Argentina, como si los sectores que estuvieron involucrados desde la izquierda no hubieran tenido una reflexión ética. Eran demonios, eran cínicos, despreciaban la vida según muchos analistas o ideólogos que fabrican estereotipos. Creo que hay que reponer toda la intensidad de la tensión entre la política y la ética que la izquierda revolucionaria tuvo, planteó y debatió, más allá de los errores o desviaciones que se puedan haber cometido.
-En la novela, Ricardo da cuenta de eso.

-Sí, está involucrado en una serie de hechos que a partir de reflexiones posteriores comienza a repudiar. Quiere desvincularse de ese hecho al que ha sido “pegado”, vinculado para toda su vida. Piensa que la organización a la que pertenecía no había reflexionado de manera suficiente sobre este tema, por lo él se ve obligado a tomar una resolución individual.
-También aparecen las cuestiones de época.

-Sí, aquello que en una época parecía legítimo, un cambio de situación lo torna totalmente ilegítimo.
-Eso se ve muy bien a través de Vicky. Está enamorada de Ricardo, pero no puede soportar la idea de estar al lado de un posible asesino.

-Sí, me interesaba marcar las perspectivas generacionales. Ella, que por su juventud no vivió a lucha armada, tiene que hacer un esfuerzo por ubicarse en una época que no conoció. Ricardo pertenece a la década del ’70, es de una generación que vive la cárcel y sale de ella como héroe por haber protagonizado la lucha armada. Pero una década después ya no sale de ella como héroe, sino como condenado por la teoría de los dos demonios. Los valores y las formas de debate han cambiado. Y ese contraste me parecía importante exhibirlo.

Un planteo polémico

¿Qué pienso personalmente de la lucha armada? Es una pregunta -dice Gorini- que se puede contestar desde diferentes puntos de vista. Particularmente creo que, más allá de la cuestión ética, está inscripta en los procesos histórico-políticos de la humanidad. No me refiero sólo al pasado, sino también a la actualidad. Hay lucha armada de distinta índole en todo el planeta. Creo que eso hay que tomarlo como un hecho. Desde una manera simplista y muy cortoplacista si dijéramos lo contrario, podríamos terminar condenando a San Martín, a Belgrano, al radicalismo cuando se levanta en la Revolución del Parque. Creo que correspondería hacer un examen de la forma en que Horacio González lo acaba de propiciar y que despertó tanta polémica. En la Argentina la academia no desconoció el tema. Hay estudios importantes, pero sesgados. La academia está muy parcializada hacia un sector en el que predominó la condena desde una perspectiva ideológica y teórica contraria. Por eso lo que dijo González sobre la necesidad de debatir el tema despertó no sólo la reacción de los académicos, sino también de grupos políticos bastante reaccionarios.