Dice Joaquín Sabina en una canción que “bailar es soñar con los pies”. La actriz y titiritera Verónica González descubrió que, además del baile, existe otra forma de soñar con los pies: convertirlos en los personajes, en una suerte de marionetas humanas.

A partir de este descubrimiento generó espectáculos que llevó a más de 30 países. Este fin de semana, es decir el sábado 13 y el domingo 14 de octubre, a las 16.30, presentará Había una vez dos pies en el Centro Cultural de la Cooperación (Avda. Corrientes 1543, CABA).

Nacida en Argentina, Verónica reside en Italia, país donde comenzó su aventura expresiva de generar espectáculos sin palabras y, por lo tanto, de alcance universal.

Según le explicó a Tiempo Argentino en un castellano en el que se advierten algunos dejos de italiano, la técnica del teatro de pies es milenaria. Ella ha sabido descubrir en esa antigua forma teatral nuevas posibilidades que le permiten acercarse a públicos de distintas partes del mundo, desde Corea y Japón a la Argentina y otros lugares de América Latina.

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¿De qué modo definirías lo que haces? ¿Se encuadra dentro de mundo de los títeres o participa también de otras disciplinas?

-El teatro de los pies es teatro gestual, es un mix, una mezcla entre el teatro de títeres y el teatro de actores y el mimo. Pienso que la riqueza  de esta técnica está en la fusión de distintas disciplinas.

-Diversas partes del cuerpo han sido convertidas en títeres, incluso los genitales ¿Hay algún antecedente de trabajo de este tipo hecho sólo con los pies?

– Esta técnica es antigua. Ya en  los años 1000 en Corea  se utilizaban los pies como títeres.  Detrás de  un retablo se escondía un titiritero sentado. Sólo se le veía la pierna y el pie que estaba vestido. Es algo un poco distinto de lo que hago yo, pero este títere manipulado a través de los pies de este actor–titiritero era el acompañante del actor cómico principal. En general en el teatro cómico hay un actor principal y un acompañante que remata la frase y generalmente es el que hace las cosas más bajas como sacarse los mocos,  hacer gestos obscenos  o decir malas palabras. Es el que hace el ridículo y esta posibilidad de hacer el ridículo a través de los títeres a mí me encanta.  Usar los pies es justamente usar una parte del cuerpo muy baja, muy mal vista desde nuestra cultura occidental y llevarla a un nivel mucho más alto, a un nivel expresivo, artístico. Lo que nos diferencia a los seres humanos de los animales es el arte. A través de los pies un actor se convierte en un canal de arte.  Esto me parece fantástico porque demuestra por lo menos dos cosas. La primera es que se pueden tener distintos puntos de vista, se pueden ver las cosas patas para arriba, como en el libro de Eduardo Galeano. La segunda es que no hay límites para el arte. 

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-En nuestra cultura los pies, como dijiste, son casi siempre una parte escondida de nuestro cuerpo, incluso considerada poco estética. ¿Cómo y cuándo descubriste su poder expresivo?

-Cuando viajé a Italia. Yo tenía un espectáculo de títeres con texto como  hay miles  y pensé que sería muy simple traducir del  español al italiano el espectáculo, pero me encontré con una dificultad muy grande porque por más que la traducción la hubiera hecho  una profesora de italiano, cada idioma tiene sus tiempos, sus ritmos y lo que funciona en Argentina no necesariamente funciona en Italia como ritmo, como dinámica de espectáculo. Después de  una gran crisis creativa y artísitica, decidí quitar la palabra y  utilizar todo el bagaje cultural que yo ya tenía a partir de mi formación como actriz en el Conservatorio de Teatro de Buenos Aires  y ponerlo al servicio de esta nueva técnica  que aprendí  y perfeccioné gracias a Laura Kiibel, mi maestra. Ella es italiana, vive en Roma y es la directora del espectáculo que presento. Lo que rescato de esta experiencia es que a partir de la dificultad en el uso de la palabra pude encontrar mi lenguaje.  Y esto es la cosa más importante y más rica a la que un artista puede aspirar.

-¿Cómo fue tu formación artística?

-Me formé como titiritera y como actriz. Comencé a trabajar desde pequeña, cuando tenía 13 años, haciendo un espectáculo de títeres, una adaptación de  La bella y la bestia de Ariel Bufano. En esa época había subvenciones para la cultura. Éramos una cooperativa de trece titiriteros, escenógrafos, técnicos y director  y hacíamos giras por la provincia de Buenos Aires. Yo tenía un permiso especial de la escuela secundaria porque hacíamos muchos espectáculos para escuelas que estaban dentro del espacio escolar.  Mi formación siempre fue ambigua, dual. Nunca dejé un lenguaje, ni el otro. Me gustaba recitar como actriz y también jugar con los títeres. La técnica del teatro de pies me permite unir estas dos pasiones. Esta comodidad, este disfrute que encontré,  me parece fundamental a la hora de hacer un espectáculo.

-¿En qué consiste  el espectáculo que vas a presentar este sábado y domingo en el Centro Cultural de la Cooperación?

– Es un popurrí de mis trabajos, un varieté de distintas historias que forman un popurrí muy diverso, muy colorido, dinámico y divertido. 

-¿A qué público está dirigido?

-Cuando hago una historia en realidad no pienso  en dirigirla a un público infantil o un público adulto. Me encanta pensar que mi técnica de teatro y  mi espectáculo pueden incluir a personas de 0 a 100 años.  Esto me estimula mucho porque hace que mi creatividad se entregue a dos niveles fundamentales: el del juego, que pertenece sobre todo al público infantil, y al de la crítica, la observación y los mensajes un poco más sutiles que llegan al público adulto. Por eso, cuando termina el espectáculo, me encanta saludar al público e intercambiar opiniones. Muchas veces, son los papás o los abuelos los que se acercan y los  que me dicen “me divertí como un niño”. Por su parte, los chicos se quedan encantados por el hecho de que los pies, que para ellos son más cercanos, se utilicen de otro modo.  Los niños son un público muy exigente y, por suerte,  todavía tienen la creatividad a flor de piel.

-Dado que no trabajas con palabras, tu modo de expresión es universal. ¿Qué cosas te llamaron la atención en cuanto a las reacciones en los diversos lugares del mundo en que te presentaste?

-Tengo muchas experiencias de mis viajes. Las que más me llaman la atención, obviamente, son las que vienen de culturas más lejanas. Por ejemplo, en Japón, los espectadores son muy respetuosos y reaccionan en comunión. No existen expresiones individuales, solitarias como las nuestras. Un bravo, un grito o un silbido sólo se pueden hacer en Occidente, sobre todo en Latinoamérca.  En Japón, si el espectáculo gusta o hay un momento de tensión o de sorpresa, se escucha un coro que dice “ohhhhhhh”.  La expresión es colectiva. Es algo muy uniforme, realmente  impresionante. Otra cosa que sorprende es que la gente no se toca, no se besa. Es  una falta de respeto  invadir el espacio del otro, lo que para nosotros, en cambio, es imprescindible. Nosotros somos del beso y el abrazo. Ellos, en cambio, se saludan con una inclinación de la cabeza y del torso. Respetar el espacio del otro es para ellos muy importante. En Corea del Sur me pasó algo muy bonito. Yo hago un número que hace referencia  a la importancia de la paz en el mundo. Es un número muy simple, pero muy emotivo.  Cuando fui a presentar un espectáculo allí, el dictador de Corea del Norte había apuntado misiles hacia Corea del Sur y había una situación de tensión muy grande. Cuando termino de hacer el espectáculo que concluye  con este número de la paz –se me pone la piel de gallina al recordarlo- se acercaron tres mamás con lágrimas en los ojos, me abrazaron y me dijeron “gracias por hablar de esto”. Fue muy emocionante.  En España tuve una experiencia muy linda. Una abuelita muy viejita me dijo: “hija, tú tienes duende, he tenido que vivir hasta hoy para ver lo que tú haces”.  Eso fue algo fantástico, maravilloso.  

Idea e intérprete: Verónica González

Producción general: Pablo López 

Dirección: Laura Kibel 

Centro Cultural de la Cooperación, Sarmiento 1543, 5077-8077