Nunca quiso que lo llamaran mago porque se autodefinía como ilusionista. Lo cierto es que su habilidad con las cartas y los despliegues de trucos que hacía delante de los ojos mismos del espectador sin que este pudiera ni siquiera sospechar sus secretos, lo convirtieron en una figura protagónica de ese territorio que se ubica entre la ilusión y la magia al que muy pocos acceden. 

Por supuesto, ese ilusionista y mago es René Lavand, a quien el Museo de Bellas Artes de Tandil (Mumbat) le rendirá homenaje a través de una exposición que se inaugurará el miércoles 7 de febrero a las 20. No por casualidad la muestra se llama Ilusión y comprenderá objetos, afiches, libros, bocetos y diversos elementos relacionados con la vida del hombre que tuvo como latiguillo de sus presentaciones la frase “No se puede hacer más lento.”

Lavand permanecía durante largas horas en su “laboratorio”, donde ensayaba obsesivamente sus trucos hasta lograr la perfección. Ese espacio será recreado en la muestra a través de lentes de realidad virtual. 

Por su parte, artistas como Diego Perrotta, Jorge González Perrín, Fernando O’ Connor, Martín Palottini, Mauricio Nizzero, Cristina Fresca, Jorge Argento y otros, expondrán sus obras referidas al concepto de ilusión según sus respectivas miradas.

  Además, en el Auditorio del Mumbat, el día de la inauguración habrá una charla debate: Semblanza de René Lavand a cargo Rolando Chirico, Norberto De Sábato, Ariel Dominguez, «Pachi» Leonardi y Roberto Mansilla.

René Lavand era el seudónimo de Héctor René Lavandera, quien nació en Buenos Aires el 24 de septiembre de 1928 y murió de una neumonía el 7 de febrero de 2015 en la ciudad de Tandil, donde residía. 

 A los 9 años había perdido un brazo en un accidente y supo hacer, como suele decirse, de carencia, virtud. Se convirtió en un magnífico ilusionista utilizando un solo brazo, el izquierdo. 

La cronista Leila Guerriero relata así su pasaje de la mutilación al descubrimiento del mundo infinito que le abrían las cartas: “La rehabilitación del niño duró un año. No hay precisiones al respecto, pero se sabe que la baraja lo entretuvo. Primero, las cartas se caían en tropel de aquella mano torpe, tan izquierda. Insistió con tesón, se impuso disciplinas arduas: jugar ping-pong, pelota paleta. Pero lo de las cartas le costaba sangre. Aferrar, evadir, dar, levantar, ocultar, esconder, escanciar: sangre. Creció. Tenía catorce cuando su madre consiguió un puesto de maestra lejos de Coronel Suárez y se mudaron, entonces, a Tandil. No hay recuerdos tristes de aquella adolescencia. Colegio, amigos; un padre que le dijo: ´Al primero que le diga manco de mierda le rompe la cara, que yo lo saco de la comisaría´; un hombre llamado Leonardi, aficionado a la magia, que le enseñó algunos trucos y le regaló el libro Cartomagia , de Joan Bernat y Fábregas, en el que confirmó lo que sabía: las técnicas, todas, eran para magos de dos manos: nadie había pensado que podía haber, alguna vez, un mago de una mano sola. Pero insistió y, para cuando terminó el colegio, su mano respondía más o menos dócil y obediente. En 1955 su padre murió de cáncer y el peso de las deudas, de la casa y de la madre cayeron sobre él. Salió a buscar empleo y consiguió uno en el Banco Nación. Pasó allí los siguientes diez años de su vida. (…) Dos teatros -Tabarís, El Nacional- lo incluyeron en sus espectáculos de varieté. Se rebautizó René Lavand, con una sofisticación un tanto demodé que por entonces tenía sentido: lo francés era, de lo elegante, lo mejor. […]. En 1965 ya era imparable: hizo una temporada en Ciudad de México y sus giras latinoamericanas empezaron a ser frecuentes. El público se rendía ante esa mano que acometía los lomos de los naipes como si fueran vértebras (…)”

Diestro con las cartas, lo era también con el pensamiento. En sus espectáculos no sólo se notaba su inteligencia, sino también la reflexión sobre el oficio que ejerció y que lo llevó a la fama. Fue un buen lector al que quizá la lectura le sirvió para desarrollar su mundo interior y alimentar su arte. Seguramente nadie pudo imaginar que la pérdida de su brazo se convertiría para él en un desafío al que le dedicaría su vida.

Tuvo pocos discípulos a los que les transmitió su arte. Cosechó la admiración del público tanto en el país como en el exterior porque no sólo era hábil con las cartas, sino que dejaba vislumbrar una personalidad potente, una inteligencia clara propia de quien ha tenido que inventarse a sí mismo para sobrellevar el duro revés que le había dado la vida. Es probable que con la pérdida de su brazo haya perdido también parte de ese sentimiento de inmortalidad que suele experimentarse en la infancia y que su temprano enfrentamiento con el dolor lo haya hecho madurar más rápido y lo haya acostumbrado también a la soledad de quien tiene una marca que lo hace diferente. 

Lo cierto es que con su muerte no sólo se ha perdido a un gran ilusionista, sino también a una figura insoslayable. de la vida cultural del país.

El Museo Municipal de Bellas Artes de Tandil (Mumbat) se puede visitar en la calle Chacabuco 357, Tandil, de martes a viernes de 9 a 12 y de 17 a 20 y los sábados y domingos de 17 a 20, con entrada gratuita.