«Fue su mirada la que me permitió romper el cascarón. Como a muchos privilegiados, posibles o futuros escritores que tuvimos su afecto y su guía. Nos quedan sus libros, todos lo dicen, ese consuelo. Pero también la desolación. Espero que la muerte haya sido con él todo lo noble que Abelardo merecía».

 »La muerte sucede todos los días y sin embargo, cada vez, la noticia nos despierta una reacción visceral de incredulidad. Mucho más en el caso de personas como Abelardo. ¿Abelardo morirse? ¿Alguien tan vivo como él, con esa energía, con esa mirada que te taladraba, con ese vozarrón y esa inteligencia? Parece imposible»

«Sucede con los grandes. Su presencia, su peso, te hacen olvidar que también ellos tienen un cuerpo traidor. Así que ahora hay que ir encajando el golpe, con una enorme pena. Yo tenía preguntas que hacerle sobre algunos de sus cuentos : la próxima vez que lo vea, pensaba, le voy a preguntar esto y aquello, pequeñas curiosidades, chismes casi de taller». 

«Pero no lo vi mucho en los últimos años, Abelardo salía poco: su reino era su casa con Sylvia, su biblioteca, su trabajo intelectual. Sin embargo, siempre lo tenía presente porque fue mi maestro, un maestro admirable y generoso como pocos. Recuerdo momentos, anécdotas, frases, indicaciones luminosas. (Lo más difícil no es llegar a ser escritor, sino seguir siéndolo cada día)».