La reconocida escritora María Rosa Lojo acaba de ganar el Premio Internacional de Poesía Antonio Viccaro de Quebec, por su poemario Esperan la mañana verde /En attendant le matin vert (traducido por al francés por Bernardo Schiavetta y Cristina Madero y editado por Reflet de lettres, Francia, 2015). La escritora participará del 33º Festival Internacional de la Poesía (29 de setiembre al 8 de octubre) que patrocina este premio internacional, en la ciudad de Trois-Rivières (Quebec). Allí recibirá el galardón obtenido y participará de intensas jornadas de lectura. 

El comunicado oficial del Festival dice: “María Rosa Lojo, saludada por la crítica como ´una voz netamente singular e inmediatamente identificable´ (Schiavetta), ha publicado una veintena de libros en Argentina y en España. Su obras han sido distinguidas con premios nacionales y diversas becas, menciones, nominaciones, etc. que le han conferido una celebridad literaria de primer plano. Varios de sus libros han sido volcados a otras lenguas. Uno de ellos fue publicado por las ediciones L’instant même, de Quebec. Escritos en prosa, cada uno de los poemas de En attendant le matin vert / Esperando la mañana verde crean universos completos en sí mismos, ya sean mundos reales habitados por personajes semireales, ya mundos semireales habitados por personajes reales.”

“El libro premiado–le cuenta la escritora premiada a Tiempo Argentino– se publicó por primera vez en 1998 en una editorial pequeña dirigida por Norberto García Yudé y José Luis Thomas que se llamaba El francotirador. Era una editorial muy linda cuyos directores hacían apuestas por libros que les gustaban como sucedió con el mío. Lamentablemente, como suele pasar en Argentina, la editorial no se pudo sostener por circunstancias económicas y tuvo que cerrar. Luego, cuando aún estaba Luis Chitarroni en Sudamericana, me propuso publicar hacer un volumen con mis cuatro libros líricos que ahora están en Bosque de ojos. Esperan la mañana verde quedó incluido ahí. Fue una edición muy cuidada que hizo Florencia Cambariere. Tiene un formato cuadrado muy bonito, una acuarela de mi hija Leonor en la tapa y cuatro ilustraciones internas también de ella. Como dije, comprende cuatro libros, uno de ellos que hasta el momento de su inclusión estaba inédito, Historias del cielo, Esperan la mañana verde, Forma oculta del mundo y Visiones. Salvo Historia del cielo que nunca fue publicado en forma independiente, todos los demás tienen premios de poesía: el Primer Premio de la Feria del Libro de Buenos Aires, el Primer Premio Alfredo Roggiano, el Segundo Premio Municipal y ahora Esperan la mañana verde ganó el premio canadiense. Su dos traductores, tanto Schiavetta que es poeta y psicoanalista como Madero vivieron muchos años en Francia. Schiavetta fundó una pequeña y exquisita editorial destinada fundamentalmente a publicar poetas argentinos en francés. Esa editorial es Reflet de Lettres. La editorial ha tenido un apoyo importante del Programa Sur de traducción lo que les ha permitido avanzar y publicar bastante. La editorial es un proyecto cultura que no tiene fines de lucro. El e-book, por ejemplo, es gratuito. Schiavetta no es un empresario, sino un poeta que publica los libros que le gustan.”

Refiriéndose al congreso del que participará en breve, afirma: “Si bien van poetas de todas partes es un festival para el mundo francófono. Hasta el momento desconocía que fuera un evento tan importante. Por Argentina, además de mí va la poeta Aldana Gaggero. El jurado del premio se reúne en París y está integrado por editores y traductores con la presencia del presidente del Festival de Trois-Rivières de Canadá. Ya está acordado que ese premio será entregado en el Festival que se hace en Quebec. Cada año recae sobre un lugar del mundo diferente. En esta oportunidad era para poetas de América Latina traducidos al francés.” 

¿Microrelatos?, ¿poesía?, ¿pequeños poemas en prosa? No importa dentro de qué género se ubiquen los textos que conforman el libro premiado, la poesía está presente siempre en su escritura, incluso en sus novelas, en las que tampoco deja de lado su característico trabajo de orfebrería con las palabras. 

“Creo que son poemas en prosa –dice Lojo – lo que pasa es que luego se puso de moda la categoría de microficción y la verdad es que eso me permitió ampliar mucho el público porque hay gente que cuando le hablan de poesía, huye. Hay pocos lectores de poesía. Mis microficciones son a veces más narrativas y a veces más líricas, pero la inclusión en esa categoría me benefició porque fui antologada en libros de ambos géneros y pude concurrir a diversos congresos de microficción. Es fundamentalmente un libro poético escrito en prosa.”

Y concluye: “El premio fue una enorme alegría totalmente inesperada porque ni siquiera me presenté a él, quien se presentó fue Schiavetta como editor.”

A continuación los lectores de Tiempo podrán comprobar por sí mismos la calidad poética de algunos de los textos de Esperan la mañana verde. Todos constituyen una verdadera fiesta de la palabra.

Semejanzas
Como un salto de animales por la rueda de fuego, como una caminata mortal sobre una cuerda de viento, en equilibrio sobre una tierra cortada, en puntas de pie sobre un cuchillo de hielo que se va deshaciendo a cada paso.
Así, el poema.

El títere
Se mueve para complacer a los otros, como todos los desamparados. Hará cualquier papel menos el propio. Será la abuela rezando junto a la ventana un rosario hecho con bolitas de ojos que vieron al Señor; será el padre que murió con rebeldía, esperando que cambiasen para él las leyes de la Tierra; será la madre que antes de envejecer se dobló como un traje de fiesta y se guardó en un cajón, para que no la sacasen a vivir. Será la mujer que gobierna sus hilos de marioneta y lo retira del escenario cuando termina la función y le canta canciones de cuna y lo acuesta, con piedad, junto a sus hijos.

Ciertas herencias
Ella acaricia sus herencias inofensivas, sedosas como una piel: una almohada de terciopelo donde la oración de las abuelas se arrodillaba, una trenza roja que vivió en una cabeza de quince años, insolente como una carcajada en el lugar de los muertos, un mantón de Manila que las antepasadas se ponían para cantar. Y la almohada se corre bruscamente para mostrar un pozo desconocido bajo la rótula, y la trenza le rodea el cuello, mordiéndola como una boca de amante, y el mantón la envuelve y se la lleva, enseñándole alas para salir al mundo.

La pena
El hombre tiene una pena grande, domesticada como un animal, maciza. Es torpe, el pelo le tapa los ojos, y apenas puede mirar hacia adelante. En las noches de invierno se echa a los pies del hombre, junto al fuego. Él la protege, la alienta, no la deja morir porque la pena se le confunde con su vida misma. Por las mañanas le abre la puerta hacia el mundo y ella corre por calles implacables, de cara al viento, extremada y oscura en un deseo que no sabe su objeto.

Borrar las huellas
Ella avanza en la casa de la mañana borrando huellas: el roce de los labios sobre los vasos, la marca de las suelas sobre pisos brillantes, el peso y la respiración de los cuerpos en las sábanas que se retiran. Luego se mira en el espejo del cuarto y se limpia la cara con las manos. En la luna serena sólo esas manos quedan, inmortales, ensayando los gestos que hacen al mundo volver a su principio.