En el 2017, cuando Guillermo Srodek-Hart empezó a diagramar el proyecto de Instalaciones rurales, vivía en Tres Arroyos, en un chalet antiguo. Se levantaba muy temprano, casi al amanecer, para aprovechar la luz del día y hacer buenas fotos. Una madrugada, una lechuza lo sorprendió en el campanario de su casa. Estaba asustada, se aferraba a las paredes con sus garras. Guillermo, con el mismo miedo, logró soltarla para que pudiera irse. La lechuza levantó vuelo de manera majestuosa, como si nunca hubiera estado asustada, pero dejó una ofrenda, “unos capullos hechos de palito que parecían como gualichos o algo de brujería. Lo hice examinar con una veterinaria, pero no supo qué decirme”, cuenta el fotógrafo a Tiempo Argentino. A partir de ese momento, en todas las estancias que visitó, Guillermo se encontraba con alguna lechuza. Y en cada uno de esos episodios, ellas siempre lo asustaban: aparecían de la nada o se posaban en algún árbol y lo miraban desde arriba, inquisidoramente. En distintas culturas, como la azteca y la incaica, así como en la mitología griega, la lechuza ha tenido diversas representaciones con un alto contenido simbólico. En varios códices aztecas, por ejemplo, se las suele representar como “guardianas de la casa oscura de la tierra” que velan por la muerte y las fuerzas del inconsciente.

Foto: Guillermo Srodek-Hart

Por las ruinas de la estancia Martín Fierro, un casco histórico que data del siglo pasado y está ubicado al sudeste del pueblo Micaela Cascallares, persisten ciertas presencias fantasmagóricas que sobrevivieron a una trágica historia de amor. “Cuentan en el pueblo que ahí vivió un chico que se enamoró de una azafata en Buenos Aires. De regreso a la estancia, le contó a la madre que se iba a casar con esta joven mujer. Pero como la madre era una señora muy conservadora y católica, creía que ella ejercía un ‘oficio de prostitutas´ y le prohibió la relación. El chico se terminó suicidando en un cuarto donde ahora hay un catre quemado”, detalla Srodek-Hart.

La historia de esta casona histórica, además de pervivir como un mito que se transmite de boca en boca por los alrededores del pueblo, cuenta con testimonios de sus habitantes. En diálogo con el diario local LU24, Carlos Contreras, un trabajador rural que vivió en esa estancia durante algunos años, describió los fenómenos como “algo muy feo; ruidos como de cadenas arrastrándose, llantos. Una vez nos siguió una luz de noche, con mi hermano. Arriba del altillo de la casa se sentía como si zapateaban, y se escuchaba muy claro llorar a un chico. Yo me quedaba solo en ese lugar a los 15 años, y me abrazaba al perro para no tener tanto miedo. Fue horrible vivir ahí”.

Foto: Guillermo Srodek-Hart

El trabajo de Srodek-Hart, que puede visitarse hasta el 16 de este mes en la exposición Instalaciones Rurales, en la galería Ungallery (Arroyo 932, Caba), implicó una exploración del territorio bonaerense y la interacción permanente con trabajadores rurales de la zona. “Cuando arranqué el proyecto, sentía que necesitaba generar un vínculo con gente que fuera local. Casi de casualidad entré en contacto con Mariano Hernández, el delegado municipal de Copetonas y al instante accedió a mi pedido. Como Mariano había trabajado como cosechero, conocía un montón de estructuras abandonadas, que sirven como puntos de orientación y referencia para la gente que labura ahí. Y me contactó con trabajadores rurales que conocían la zona”, relata el fotógrafo. Por eso, dice más adelante, “cuando leí el testimonio de Carlos Contreras sentí que estaba ayudando a validar la historia que había contado públicamente en diarios nacionales. Hay un gran sentido de colaboración que tengo con gente de la zona porque sin ellos no podría haber realizado este proyecto y accedido a estas historias. Hay un trasfondo humano que es parte de la foto, aunque no se vea reflejado detrás del lente. Las imágenes no serían posibles sin toda la gente que colabora y te lleva al lugar, te presenta el espacio, se entusiasma y te cuenta alguna historia”, destaca Srodek-Hart.

¿Qué significa una casa abandonada? El olvido, la soledad, la ausencia inducen un manto de misterio sobre estas ruinas poéticas.  “Las casas abandonadas tienen un peso muchos más grande que una tapera, un molino o un corral, porque visualmente son mucho más elaboradas y psicológicamente tienen múltiples lecturas y significados que se roban la atención. Estas estructuras representan sueños truncos. Por las historias que me cuentan, por las que yo imagino, por la majestuosidad y lo energía imponente que tienen las casonas, se ve que ahí había una meta, un sueño y un esmero muy potente, que está representado en la construcción. Ver ahora que eso está vacío, que está destruido, que está tragado por la naturaleza, pero que incluso quedan vestigios de lo que fue porque hay algún cacharro, algún empapelado, algún mueble…. todo eso habla de que el proyecto no pudo ser. Y hay algo que no pudo ser porque la vida siempre te devuelve otra cosa. El misterio se devela cuando descubrís que a esas casas las sacudió lo inesperado”, cierra Srodek-Hart.