A partir de esta semana está disponible en España la edición en papel del nuevo libro del escritor peruano Mario Vargas Llosa, en cuyas páginas se dedica a reconstruir su relación con Jorge Luis Borges. Publicado bajo el título de Medio siglo con Borges (Alfaguara), se trata de una colección de artículos, conferencias, entrevistas, reseñas y notas que el último autor latinoamericano en recibir el Premio Nobel de Literatura utiliza para dar testimonio no solo de su vínculo con la obra del gran escritor argentino, una de las más importantes de las letras universales del siglo XX, sino también de la relación personal que construyó con él hasta su muerte. Aunque el libro ya se puede conseguir en formato físico en las librerías españolas, la inactividad que la pandemia de covid-19 ha generado en la industria editorial a nivel local impide que por el momento los lectores argentinos puedan acceder al volumen.

El título del libro tiene una doble interpretación. Por un lado hace referencia a la edad que tenía el peruano cuando ocurrió la muerte de su admirado colega porteño, quien falleció en la ciudad de Ginebra, Suiza, el 14 de junio de 1986 (ayer se cumplieron 34 años). Pero de algún modo también remiten a una medida que busca simbolizar el tiempo, mucho, que Vargas Llosa ha sido un ferviente lector de Borges. El autor de La ciudad y los perros lo expresa con claridad en la contratapa del libro, al que define como el “testimonio de más de medio siglo de lecturas de un autor que ha sido para mí una fuente inagotable de placer intelectual”.

Medio siglo con Borges tiene el atractivo innegable de reunir en un mismo espacio literario a dos de los autores más importantes de las letras surgidas en América latina. No solo porque se trata de un escritor enorme –Vargas Llosa— hablando, analizando y recorriendo la obra de un colega al que admira como un alumno a un maestro eterno, sino porque le permite al lector ser testigo privilegiado de esos diálogos. En su edición del fin de semana, el diario El País de Madrid, el más importante de España, publicó a modo de adelanto una entrevista que Vargas Llosa le hizo a Borges en Buenos Aires, en el año 1981. La misma atraviesa casi todos los tópicos habituales de la charla borgeana, desde la facilidad del autor de Ficciones para recordar de memoria versos que leyó en su infancia o juventud; su preferencia del cuento por sobre la novela como género literario; su devoción por autores como Joseph Conrad o Henry James; las historias de su linaje patricio; y, claro, su particular mirada política.

“Yo soy un viejo anarquista spenceriano y creo que el Estado es un mal, pero por el momento es un mal necesario”, responde Borges cuando el otro le pregunta cuál cree que es el régimen político ideal. Con elegancia, Borges recurre a una utopía para hablar de política en tiempos en los que la Argentina todavía estaba sumida en lo peor de la última dictadura. Pero en su siguiente intervención Vargas Llosa, reconocido propulsor de las ideas liberales, le da un empujoncito: “Pero usted se considera un anarquista, básicamente un hombre que defiende la soberanía individual en contra del Estado”. Con toda intención el peruano trata de acercar dos conceptos que en la teoría no pueden estar más alejados: la idea de “soberanía individual” del anarquismo y el individualismo, base y sostén del liberalismo. El procedimiento resulta exitoso y le permite a Borges desplegar su peor cara. “Sí, sin embargo, no sé si somos dignos. En todo caso, no creo que este país sea digno de la democracia o de la anarquía. Quizás en otros países pueda hacerse, en Japón o en los países escandinavos”, expresa el escritor, cuya ceguera parecía extenderse a las atrocidades que ocurrían afuera, incluso a pocas cuadras de su departamento de Barrio Norte. “Aquí evidentemente las elecciones serían maléficas, nos traerían otro Frondizi u otros…, etcétera”, completa Borges, sacando a relucir su conocida costumbre de jamás nombrar a Perón, jugando con la idea, tan cándida como peligrosa, de que aquello que deja de nombrarse tarde o temprano también dejará de existir.  

Durante aquel reportaje el entrevistador estaba lejos de ser la eminencia literaria que es en la actualidad y el entrevistado todavía era una fija para recibir el Nobel. No sería sino hasta un año después, cuando el premio finalmente recayó en manos del colombiano Gabriel García Márquez, que quedaría claro que para la Academia sueca el perfil político de un escritor también es importante a la hora de celebrar su obra. Las discusiones en torno al asunto siguen tan vigentes hoy como hace 40 años atrás y el caso de Vargas Llosa no está exento de sus implicancias.

El texto de la contratapa continúa con elocuencia, revelando el tamaño de la admiración que un escritor siente por el otro. “Muchas veces lo he releído [a Borges] y, a diferencia de lo que me ocurre con otros escritores que me marcaron, nunca me decepcionó; al contrario, cada nueva lectura renueva mi entusiasmo y felicidad, revelándome nuevos secretos y sutilezas de ese mundo borgeano tan inusitado en sus temas y tan diáfano y elegante en su expresión. Siempre leí a Borges no solo con la exaltación que despierta un gran escritor; también, con una indefinible nostalgia y la sensación de que algo de aquel deslumbrante universo salido de su imaginación y de su prosa me estará siempre negado, por más que tanto lo admire y goce con él.” Habrás que esperar para poder leer Medio siglo con Borges, pero sin dudas valdrá la pena.