Mientras que el fútbol gira cada vez más sobre el dinero, Lucas Alario eligió ser contracultural, una rara avis en el deporte moderno. Un mes y medio después de que Carlos Tevez viajara a China para multiplicar aun más sus cuentas, el delantero de 24 años, nacido en Tostado, Santa Fe, decidió no aceptar un ofrecimiento de seis millones de euros anuales del Shanghai SIPG, por tres temporadas, unos 18 millones a cambio de sus servicios durante el próximo trienio. Le dijo que no a algo así como 287 mil pesos diarios, que se hubieran ido acreditado con la precisión de un reloj suizo durante casi 1100 días.

Abel Alario, su padre, fue el eje que sostuvo la decisión del futbolista de River. Fue la palabra que le ordenó sus prioridades. Todavía joven, el santafesino es un recambio directo dentro del seleccionado argentino e irse a Asia, como en la mayoría de los casos, hubiera sido correrse del mapa, salir del radar de Edgardo Bauza. «Aguantá un poquito más porque allá no te ve nadie. Me da miedo que te pierdas», le dijo Abel a Lucas, un diálogo entre padre e hijo que resultó ser el punto de partido para que el jugador continuase en Núñez.

La última duda de Alario quedó sepultada cuando, luego de llamarlo por teléfono, escuchó de boca de Emmanuel Gigliotti, que se sumó a Independiente tras casi dos años en China, una recomendación determinante, la palada final. «Le conté –aseguró el Puma en los medios- mi experiencia y le dije que puede esperar otra oferta porque está viviendo un gran momento futbolístico». Ya no hubo más vueltas: horas más tarde, Alario descartaría la astronómica oferta y le daría el gusto a su padre, que a pesar del crecimiento económico que hubiera tenido su hijo si se iba a China –y por extensión toda su familia-, sintió alivio al saber que priorizaba su carrera deportiva.

El no de Alario, además, significó que el club San Lorenzo de Tostado, donde el atacante dio sus primeros pasos, se perdiera unos 20 millones de pesos, una cifra histórica para la institución, que hubiera desencadenado en el crecimiento exponencial de sus instalaciones. Pero desde su tierra entendieron la decisión. «A pesar de que lo económico nos hubiera favorecido, somos muy respetuosos de lo que eligió. Además, nosotros preferimos que se quede en River y que después se vaya a Europa», reconoció Luis Acosta, presidente de San Lorenzo. Colón, donde debutó de manera profesional, también perdió su tajada.

Gigliotti se fue a China a principios de 2015, vio, probó y mucho no le gustó. Si no hubiera sido por el dinero, se sabe, el ex atacante de Boca nunca habría aceptado el ofrecimiento. «Tenía ganas de volver al fútbol argentino, lo extrañaba. En China, si bien la liga está creciendo, no es tan profesional todavía. Se hace difícil», fue lo primero que dijo el ex Boca luego de viajar 30 horas para regresar a Argentina. Eso, también, escuchó Alario, que cada vez que le pedía un consejo a alguien, más seguro estaba de que tenía que quedarse.

En un intento expansivo, la Superliga china busca, con salarios fuera de la cordura, contratar a buenos futbolistas que cumplan la doble función de mejorar el nivel de juego y, de forma indirecta, elevar la vara para los propios chinos, que tienen mucho por aprender. Por eso sedujeron a Tevez con 40 millones de dólares por temporada, algo parecido a lo que hicieron con decenas de figuras más. Por eso intentaron contratar a Wayne Rooney, quien, un día después que Alario, dijo que no y se perdió la oportunidad de ser uno de los deportistas mejores pagos del planeta, con 62 millones de euros por año, un monto inalcanzable incluso para las potencias europeas.

Pero detrás de los millones hay historias de adaptación. Como Tevez, que lleva poco tiempo en China, pero a quien le encantaría regresar a Boca. En su caso, como en el de la mayoría, el combustible fue el dinero. Y aunque pasaba por un buen momento en el equipo de Guillermo Barros Schelotto, entendió que no estaba tan mal retroceder en el plano profesional para incrementar sus cuentas. Ahora los días se le hacen largos.
Pero no a todos los mueve el dinero. Alario dijo que no y, así, se convirtió en un caso singular. Toda una rareza para estos tiempos.