Hay dos razones por las que Kohei Jinno odia los Juegos Olímpicos. La primera se produjo en 1964, cuando el gobierno de Tokio lo obligó a abandonar su casa y el negocio de tabaco que atendía para dejarle lugar a la construcción del parque olímpico. Kohei Jinno se mudó a unas cuadras de la zona, donde vivió durante más de 50 años. Aunque le costó un tiempo, pudo reabrir un nuevo local. Hace dos años, cuando en Buenos Aires se eligió a Tokio como sede de los Juegos 2020, se encontró con la segunda razón de su vida para aborrecer al olimpismo. Otra vez iba a tener que dejar la casa y el comercio para que pudiera levantarse un nuevo estadio. 

La historia de Kohei Jinno, aunque duplicada, es la de otros miles de desplazados por los mega eventos deportivos. En Tokio, unas 300 familias fueron desalojadas para construir el nuevo estadio olímpico, que remplazará al que entre 1980 y 2001 fue el escenario para la definición de la Copa Intercontinental. Ahí la ganaron Independiente, River, y Vélez.También allí los del Rojo festejaron una Recopa Sudamericana, ante los del Fortín, hace ayer 20 años. Y Argentinos perdió en los penales un partido mitológico contra la Juventus. Boca fue campeón ahí contra el Real Madrid, en 2000, y perdió contra el Bayern Munich, en 2001. Esa fue la última vez que la Intercontinental se jugó en ese estadio. Al año siguiente pasó a Yokohama, donde Boca le ganó al Milán en 2003. 

Tokio fue en ese tiempo el Everest del fútbol, el paraíso al que todo equipo europeo o sudamericano aspiraba a ascender. Desde que la FIFA remplazó a la Copa Intercontinental por el Mundial de Clubes –al que sumaron a los campeones de otros continentes– la sede gira cada año por diferentes países. Pero Tokio todavía es la fantasía, un concepto, el lugar al que hay que llegar. Este año, se espera, el campeón del mundo se definirá en Japón, aunque no está definida la sede. Pero el viejo estadio, ubicado en el barrio de Kasumigaoka, ya no está más: es tierra arrasada. 

Ahí se construirá un parque olímpico, con un estadio con 80 mil butacas, con techo retráctil y aspecto futurista, donde además se jugará el Mundial de rugby en 2019. El costo se calcula, según el diario The Japan Times, en unos 1250 millones de dólares. Es sólo una parte de los gastos que prevé hacer Tokio, los cuales suman 4000 millones para los 35 sitios olímpicos, desde las villas para los atletas hasta los centros de prensa, y otros 5300 millones para construir o renovar rutas. Si en 1964 los japoneses buscaban sacarse de encima los flecos que había dejado la Segunda Guerra Mundial, de la que habían participado del lado del Eje, su reinserción en el mundo, ahora la consigna es recuperar la moral después de la catástrofe en la central nuclear de Fukushima, en 2011. 

Pero Fukushima, que dejó unos 20 mil muertos, también es una sombra para los Juegos Olímpicos. Fue motivo de polémica cuando se realizó la elección durante el congreso del COI en Buenos Aires. Y todavía lo es cuando todavía faltan cinco años. “Estoy convencido de que las filtraciones de agua contaminada se han bloqueado a 0,3 kilómetros cuadrados dentro de la ensenada de la planta”, insistió el primer ministro japonés Shinzo Abe. Lo mismo había dicho durante la reunión de Puerto Madero, cuando visitó la Argentina en defensa de la candidatura. 

El diseño del nuevo estadio es obra de Zaha Hadid, una arquitecta iraquí que hizo toda su carrera en Inglaterra y trabajó con el parque acuático de Londres 2012. Apenas conocieron el plan de Hadid, los colegas japoneses lo destrozaron por grande y costoso. Arata Isozaki, diseñador del Palau Sant Jordi que se usó en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, escribió una carta al Consejo de Deportes de Japón augurándole al estadio un destino de “elefante blanco”. “Es una tortuga –dijo- a la espera de que Japón se hunda para poder nadar lejos”. Edward Suzuki, otro arquitecto japonés, mostró desesperación: “No podemos dejar que suceda. Es un pecado, es un crimen”.Todos coinciden en que el gasto será mayor que el previsto. 

A partir de las críticas, se decidió recortarle cinco metros –ahora será de 70- a la altura de la edificación. Pero así tampoco se frenaron los dardos, que apuntaron a otro blanco: además del tamaño, la ubicación. El nuevo estadio va a afectar el jardín exterior del santuario de Meiji, que fue construido en 1900 en honor a Mutsuhito, el emperador Meiji, y a su mujer, la emperatriz Shoken. Ese lugar es un área de valor histórico, un bien cultural para los japoneses, pero las quejas también apuntan a que se trata de uno de los pocos espacios verdes que quedan en la zona. 

En un editorial, The Japan Times dijo que el nuevo estadio va a “alterar drásticamente el paisaje” de una forma “abominable”. Y advirtió que los 70 metros de alto sobrepasarán por lejos a los 20 metros que por ley tienen que tener los edificios en la zona. “El nuevo estadio va a causar enormes daños al medio ambiente, el paisaje del jardín exterior Jingu es un oasis para los residentes de Tokio”, le dijo al diario inglés The Guardian Nobuko Shimizu, una de las líderes de Custodios del Estadio Nacional, un grupo de vecinos del barrio de Kasumigaoka. La propuesta que hacían era la remodelación del original con los ejemplos del Olympiastadion de Berlín y el Coliseum de Los Ángeles. Ya no hay manera de retroceder. Y tanto Hadid, la arquitecta, como el Consejo de Deportes de Japón insistieron en que la construcción no afectará la zona. 

La forma del nuevo estadio también estuvo en discusión. Aunque para algunos parece el casco de un ciclista, para otros una tortuga, y para otros una cápsula espacial, están los que lo vieron igual al sexo femenino. “Cualquier ser humano podrá reconocer que se ve exactamente como una vagina”, se leyó en el blog Jezebel, uno de los más visitados en Estados Unidos sobre asuntos de mujeres. “Es vergonzoso que vengan con tonterías”, se quejó Hadid, “¿Todo con un agujero es una vagina?”. 

Para los vecinos desalojados, la discusión sobre la forma es lo de menos. Sobre todo para Kohei Jinno, que a los 80 años tuvo que buscar su lugar en Tokio por segunda vez. Uno de los activistas contra los Juegos Olímpicos, llamado Tetsuo Ogawa, llegaba a una conclusión mientras se quejaba por la situación de las familias desplazadas: “Las únicas personas que realmente se beneficiarán son las grandes constructoras japonesas”.