Cuando a fines de agosto debute ante Alvarado, Agropecuario Argentino empezará a competir nada menos que por la posibilidad de llegar a la segunda categoría del fútbol argentino, la B Nacional. La historia del club al que apodan el Sojero recién comienza: nació en agosto de 2011. No tenía sede. Tampoco una cancha. Hoy cuenta con un estadio con capacidad para 8000 personas y proyectan ampliarlo a doce mil. Está montado dentro de un predio de 17 hectáreas en el que se está construyendo un complejo habitacional con varias cabañas y un gimnasio. La cantidad de socios es exactamente la misma que el 23 de agosto de 2011, fecha de la fundación: 50 personas pagan la cuota mensual. En lo deportivo, el crecimiento es acelerado: el conjunto verde y rojo saltó desde el Argentino C hasta el Torneo Federal A en apenas cuatro años. La última escalada sucedió el último 29 de junio cuando, después de igualar sin goles en los 180 minutos de la final, ganó 3 – 1 en los penales ante San Martín de Formosa para lograr el último ascenso del semestre. «Vive por y para Agropecuario. Es un loco por el fútbol y logró su sueño: tener su propio club», dice Franco Pascuttini, actual jugador del equipo. Habla de Bernardo Grobocopatel, primo de Gustavo, el rey de la soja. Es, además, el presidente y el motor tanto intelectual como económico del equipo.

«Ojalá podamos llevar el fútbol de Carlos Casares a lo más alto», fantasea sobre el derrotero que imagina para su cosecha deportiva. «Fundé el club a los 39 años», remarca como si se colgara una cucarda. Antes, su vida estaba confinada al campo y a Grobocopatel Hermanos, una empresa que comercializa y acopia cereales y oleaginosas. Hasta ese día, su ligazón con el fútbol era Racing. Es hincha rabioso de la Academia, una pasión que heredó de Jorge, su padre, con el que acostumbraba ir al Cilindro. De chico, además, probó suerte en Argentina 78, uno de los equipos de Carlos Casares, la ciudad en la que fue a la primaria y a la secundaria. Su carrera se terminó después de haber jugado en la cuarta. La siguiente escena lo encontró en Capital Federal a donde se mudó para estudiar abogacía en la Universidad de Belgrano, una profesión que quedó inconclusa. Le quedan dos materias y la tesis para recibirse.

En la vuelta a su ciudad, se reincorporó al emporio familiar hasta que, en 2011, encontró la forma de materializar su idea. «Se tenían que dar una serie de circunstancias y confluencias personales. Primero me enfoqué en mi trabajo para después sí tener solidez para dedicarme al fútbol», explica sobre la decisión de hacer un club. «Tuve propuestas –dice- como para apoyar o gerenciar a equipos de Buenos Aires. Me pareció que me quedaba grande entrar a un club de una categoría más alta. Es lo que aprendí de mi crianza familiar: arrancar de abajo y aprender. Si hubiese aceptado tal vez duraba cinco meses», especula sobre la ruta que no tomó. La que eligió fue sumar un quinto equipo a Carlos Casares, donde hasta la creación de Agropecuario Argentino existían Atlético –el histórico y el más popular-, Boca, Argentina 78 y Defensores. «Se acercó a esos clubes, pero no lo aceptaron», señala Erminda Rodríguez, una abuela futbolera de 80 años de la ciudad habitada por 17 mil personas. Bernardo Grobocopatel, en cambio, sostiene que su idea siempre fue crear un club.

En parte, los ascensos de Agropecuario se explican por la conformación del plantel. Tentados por el contrato, varios jugadores que podrían haber jugado en categorías superiores eligieron al conjunto verde y rojo. «Es un club que económicamente está muy bien y en crecimiento», refuerza Pascuttini, que eligió Casares cuando quedó libre de Argentinos Juniors y manejaba algunas opciones –de segundo nivel- para irse a Europa. Se mudó 300 kilómetros al oeste de la provincia de Buenos Aires: «La verdad, no conocía el equipo ni al pueblo», agrega el autor de un gol agónico en la victoria ante Bella Vista de Bahía Blanca que los clasificó a la final por el ascenso.

La gran pregunta es cómo se sostiene un club con 50 socios. Bernardo Grobocopatel asegura que Los Grobo, la empresa que está a cargo de su primo y que factura 1000 millones de dólares por año, no aporta un peso. Dice que el vínculo comercial, más allá del parentesco familiar, se rompió a mediados de los ochenta con la creación de Grobocopatel Hermanos. Los contactos de esa firma sí le abrieron algunas chances: «Golpeamos las puertas de las empresas, salimos a buscar sponsors y hay meses que estamos cubiertos. Cuando eso no pasa, aporto mi propio capital. Este año, por ejemplo, fue un poco más complicado por el contexto general».

La venta de entradas, otra fuente de ingresos posible, tampoco mueve demasiado dinero. Los dos últimos partidos tuvieron los registros más altos: cerca de 8000 personas fueron al estadio para la semifinal y la final. «Al ser un equipo joven, no tiene hinchas. Los buenos resultados ayudaron para que la gente se acerque de a poco y nos apoye», cuenta Pascuttini sobre el Sojero, el apodo que no se termina de ajustar a la preferencia de Bernardo Grobocopatel. «Lo tomo -señala- como parte del folklore del fútbol. Si hay respeto, los motes no me importan. Aunque estoy más identificado con el girasol porque Carlos Casares, desde 1962, es la cuna del girasol.»