Hola, ¿cómo están?

Me olvidé de contarles que llovió en Qatar. Fue el miércoles, justo el primer día en el que no hubo partidos de Mundial. El cielo se había ensombrecido sobre el Golfo por la mañana, algo indicaba que llegaría el agua. En Doha fue débil pero alcanzó para mojar los autos, humedecer el cemento, hacer un nuevo paisaje de este lugar, cambiarle los colores. Otras zonas de la península la recibieron con más fuerza, con tormentas. En Ras Laffan, al norte del país, se formaron trombas marinas, tornados sobre el mar. “Cuando llueve, la ciudad se colapsa”, dice el conductor de Uber que nos lleva a la zona industrial. “Pero esto no es lluvia”, se ríe Safdar, un paquistaní que llegó hace tres años a Qatar después de pasar un tiempo en Dubai. Ni siquiera encendió el limpiaparabrisas, las gotas siguen ahí. Esto es sólo un aviso de que ya comenzó diciembre, el inicio de la temporada más lluviosa que se extiende hasta abril.

Son unos pocos días, ocho, diez, y apenas unos 75 mm. Es todo lo que llueve en el año. Por esa razón Doha es una ciudad que parece construida para una vida urbana a la intemperie. Al Rayyan, el municipio más grande de Qatar, es el conurbano de la capital, con la que forman el área metropolitana. Se trata de una llanura donde en la antigüedad se formaban inundaciones, se acumulaba el agua que caía y se utilizaba para la siembra de cereales. Al Rayyan se puede traducir como riego. El agua que cayó refrescó Qatar, la temperatura bajó a un promedio agradable de 25º. 

Es una curiosidad que no llueva porque Doha está pegada al mar, es una ciudad costera. Lo mismo se puede decir de Lima, donde casi no cae agua. Es la segunda capital más seca del mundo después de El Cairo, en Egipto. Steff Gaulter, la meteoróloga de Al Jazeera, escribió hace unos años un artículo en Gulf Times donde explica este fenómeno. ¿Cómo es que la península de Qatar, bañada por las aguas del Golfo, no tiene lluvias todo el tiempo? “La respuesta al acertijo -dice- radica en la ubicación de Qatar en el globo y cómo se mueve el sol durante el año”. Hay que mirar un mapa del mundo y buscar las principales zonas desérticas. Están todas en la misma línea. “En el hemisferio sur, el Gran Desierto Victoriano en Australia, el desierto del Kalahari en el sur de África y el Desierto de Atacama se encuentran todos en una línea; y en el hemisferio norte, el enorme Desierto del Sahara, la Península Arábiga y el Desierto de Chihuahua de América del Norte, todos se encuentran en otro. Esto no es una coincidencia”, explica Steff, pero mejor es leerla completa si les interesa.

El desierto que conocí queda al sureste, hacia Jor al Adaid, una entrada del Golfo. Amid, un paquistaní muy simpático y bromista, un showman para el paseo turístico, nos lleva en su camioneta. Todo bien armado para la foto, primero una parada para subirse a los camellos, andar un poco, incluso vestido de beduino, descansando en tiendas. Luego la aventura, la velocidad sobre las dunas, las subidas y caídas en la arena zamarreandonos. 

Amid se frena sobre un acantilado, bromea que se va, que nos deja ahí, abre la puerta de la camioneta que parece caerse. Le rogamos que no lo haga, dale Amid, también bromeamos: ¿y si conseguimos alguna entrada para la final del Mundial? “Ah, ok”, dice Amid y vuelve a conducir, en bajada, hacia lo que primero parece un espejo de agua y luego sabemos que son las aguas del Golfo. Lo que llaman el mar interior, el punto en el que el mar se junta con el desierto. En un país de contrastes más duros, la ciudad de las luces con la ciudad de los inmigrantes, este es un contraste bello, natural, la arena interminable se encuentra con el agua. Es la frontera con Arabia Saudita, que se puede ver desde Qatar. 

Hoy juega la Argentina con Holanda por los cuartos de final. Con Países Bajos, según la denominación oficial. Vuelve a encontrarse con Louis Van Gaal, una leyenda del fútbol que también es un villano para los argentinos, sus historias con Juan Román Riquelme, rebelado ante la disciplina táctica del holandés en el Barcelona, y con Ángel Di María, que lo eligió como su peor entrenador después de tenerlo en el Manchester United. Van Gaal fue, además, el técnico de Holanda en las semifinales de Brasil 2014 que la Argentina ganó en los penales gracias a Sergio Romero, un arquero que él mismo había dirigido. Todavía le dura esa herida. 

Van Gaal es el técnico más grande de Qatar 2022, tiene 71 años, y Lionel Scaloni es el más jóven, tiene 43. Scaloni jugó contra Van Gaal como jugador veinte años atrás. Él estaba en el Deportivo y el holandés dirigía al Barcelona. Scaloni hizo el primer gol de un triunfo 2-0 sobre los catalanes. Van Gaal llegó a anunciar su retiro hace un tiempo. Murió una hermana, murió su yerno y a él le diagnosticaron cáncer de próstata. Luchó contra eso y volvió. Tiene un récord de una derrota en 47 partidos. Nunca perdió en Mundiales. En 2014 fue empate.

Van Gaal rompe con la tradición holandesa, con la escuela de Johan Cruyff. Él mismo se separa, reivindica a Rinus Michels, el autor de la Naranja Mecánica que bailó a la Argentina 4-0 en Alemania 74. Holanda es otra cosa. Se llama Países Bajos y juega bien cerrado atrás. Se habla mucho de él porque el equipo parece mecanizado, pero tiene buenos jugadores. El arquero, Andries Noppert. Pone tres centrales que en general son Jurriën Timber, Virgil Van Dijt y Nathan Aké. Son de altísimo nivel, sobre todo los dos de la Premier. Van Dijt, del Liverpool, es uno de los mejores futbolistas del mundo. El City pagó por Aké más de cuarenta millones de dólares. La banda le pertenece a Denzel Dumfries, lateral del Inter, y Daley Blind, del Ajax.  Dumfries tiene pase en zona de ataque y llega al gol. Marcó contra Estados Unidos y dio dos asistencias, una a Memphis Depay y otra a Blind. Si Frankie De Jong es el dueño del mediocampo, su compañero en el Barcelona, Memphis es el corazón del ataque holandés. Con Cody Gapko, 23 años, niño mimado de Van Gaal.

Holanda fue la final del Mundial 78, el 3-1, la noche de Mario Kempes. Y también fue la eliminación de Francia 98 en Marsella, cuartos de final. El trauma de ese día lo generó el gol de Dennis Bergkamp, un error de Roberto Ayala, actual miembro del staff técnico. Ayala lo reconoce, fue autocrítico, contó que estaba mal perfilado, que durante mucho tiempo no se lo pudo sacar de la cabeza. Esa eliminación marcó un tope. Excepto por Corea-Japón 2002, con la salida en fase de grupos, Alemania 2006 (Holanda fue rival en el grupo, 0-0) y Sudáfrica 2010 pusieron el freno para la Argentina en cuartos de final, las dos veces contra Alemania. 

Por eso, cuando llegó esa instancia en Brasil 2014, Alejandro Sabella definió al partido como el cruce del Rubicón, como Julio César, la declaración de guerra a Roma. La Argentina le ganó esa vez a Bélgica, le ganó en los penales a Holanda, y perdió en la final con Alemania, otra vez. Por estas, cuando se cumplieron dos años de la muerte de Sabella, se repitió su analogía. Pero acá no estamos en Europa, estamos en la Asia árabe, en el desierto de Qatar. Así que vuelvo (otra vez, pero me resulta inevitable) a Lawrence de Arabia, cuando el oficial británico, interpretado por Peter O’Toole, le dice a Sherif Alí, el que hace Omar Sharif, que hay que cruzar el desierto, el Nefud, para atacar Áqaba, controlada por los otomanos. Sherif Alí le explica que eso no es posible, que no se puede cruzar. “El Nefud -le dice- es el peor lugar que Dios creó”. Lawrence le insiste que sí, que hay cruzar ese desierto. Todo el episodio es crucial, más allá de las exageraciones que pueda tener la película. Y hay ahí una decisión. “Áqaba está ahí, sólo es cuestión de ir”.

La Argentina va al cruce de su Nefud. 

Hoy es viernes de oración en Qatar, día de descanso para los fieles.

Hay pronóstico de lluvias para el domingo.

Hasta la próxima

AW