La clasificación no se llegó a festejar en San Juan, pero quedó asegurada luego del triunfo de Ecuador ante Chile. El cierre ideal para un año soñado.
Todo eso se supo media hora después de que el público abandonara las tribunas Fue 0 a 0 en San Juan, con emociones que fueron de mayor a menor. Aún sin la tensión de la final en el Maracaná ni las bravuconadas que se vieron en San Pablo, el partido pareció una continuación de aquellos dos. Fue el capítulo final de la trilogía 2021 del Clásico de América. El clima que le puso el público sanjuanino, la primera vez que la Selección pudo jugar a estadio lleno como local en los últimos dos años, aportó para que haya más pierna fuerte que fútbol. El primer tiempo, de hecho, se fue casi sin acciones de riesgo en ninguna de las dos áreas, más allá de esa jugada que Vinicius Jr quiso definir de lujo ante Emiliano Martínez. El encuentro, de todos modos, estuvo lejos de ser aburrido.
Tras la suplencia en Montevideo, con sólo 15 minutos de juego, Lionel Messi reapareció ante el Scratch. El rosarino, tal vez con menos explosión por la inactividad, igual se las ingenió para ser un problema para Fabinho, el mediocampista brasileño que jugó en lugar del suspendido Casemiro. Aunque con una intensidad alta para presionar la salida del equipo visitante, Argentina no estuvo lúcido para manejar la pelota y encontrar los espacios. En la primera mitad, la más clara la generó Rodrigo De Paul, que coronó una buena jugada colectiva con un remate que contuvo Ederson.
Brasil llegaba a San Juan con el pasaje a Qatar en el bolsillo, y sin su emblema Neymar, desafectado por una molestia muscular. Sin embargo no se trataba de un partido más. No porque en el aire flotara una sensación de revancha, sino por el peso propio de un partido que es un clásico del fútbol mundial. Sobraron los tumultos, a los que el árbitro uruguayo Andrés Cunha pareció incentivar con su estilo pasivo. Salió beneficiada la Argentina: hubo un codazo de Nicolás Otamendi sobre Raphinha que, VAR mediante, podría haber merecido la expulsión.
Para la segunda etapa, Lionel Scaloni cuidó a Lautaro Martínez y a Leandro Paredes. Ni Joaquín Correa ni Lisandro Martínez aportaron soluciones. La más clara llegó sobre el final, cuando Rodrigo De Paul encontró libre en la medialuna del área a Messi. El 10 encaró y sacó un zurdazo firme que cayó en las manos de Alisson. Era esa. Pero no se dio. “Siempre es duro jugar contra Brasil. Sabíamos que iba a ser un partido de mucho roce. Llegué con lo justo, más que nada por el ritmo. Hace mucho no juego y fue un partido de mucha intensidad. Estoy bien, sino no hubiera jugado. De a poquito voy a ir agarrando ritmo, espero terminar bien el año”, aseguró Messi, después del partido. Argentina cerró así el año en el que volvió a gritar campeón. Ahora ya debe empezar a pensar en el 2022, el año del Mundial. Nada menos.
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