En un descanso en medio de las consultas de los pacientes, Ramiro Colabianchi –hoy médico genetista, antes jugador de fútbol– mira el celular. Tiene una catarata de notificaciones de WhatsApp. La gran mayoría llega desde «Cat. 74 RC», el grupo en el que participan 57 personas con un denominador común: todos nacieron en 1974 y en algún momento jugaron en las inferiores de Rosario Central. Desde hace más de dos años, se juntan una vez por mes alrededor de una pelota y de una parrilla para reavivar sus recuerdos. En los picados y el asado, coinciden un excapitán de la Selección nacional como Cristian González y Raúl Barberis, lateral cuando era pibe y hoy mozo del bar del Club de Regatas de Rosario. También hay tres campeones de la Conmebol 1995, el último título de Central, como Horacio Carbonari, Diego Ordoñez y Raúl Gordillo, que tiran paredes con un profesor de Historia (Gustavo Fenoy) y un odontólogo (Ariel Ceballos). Es el viaje de egresados que el fútbol les sacó: una gira en la que vuelven al vestuario y, en parte, a su adolescencia.

«Es muy lindo y muy sano poder encontrarnos sabiendo que en algún momento hubo competencia entre nosotros», resume Petaco Carbonari sobre la iniciativa que empezó en enero de 2015. Darío Drake, el Loco, fue el anfitrión: invitó a los exjugadores a las canchas de cinco que alquila. Ese día fueron diez. Decidieron repetirlo cada lunes y, poco a poco, comenzaron a contagiar a otros. A acordarse de algún compañero. Y creció una idea: ir al pueblo de cada uno de los integrantes. La primera estación del tour fue Totoras, a 50 kilómetros de Rosario. La recorrida los llevó por Carcarañá, San Jorge, Paraná, Colón y Santa Isabel. El punto más lejano hasta el que se movieron fue Catamarca, la provincia del Mono Gordillo. «Nos une el amor por Central y el cariño», dice el Kily.

En cada juntada son por lo menos 25 personas que llegan desde distintos puntos del país. La práctica se repite: fútbol, asado, charlas y anécdotas. Gordillo explica el valor de verse: «Los compañeros de la ’74 son una parte principal de mi vida. Yo llegué a Rosario desde el interior, solo, en un momento difícil de la carrera. Es muy lindo poder reencontrarnos con los chicos que pasamos parte de la infancia». La dinámica es simple. Cualquier integrante del grupo propone su ciudad como sede, se define una fecha y se organiza la logística. Hubo hasta una invitación para visitar a los dos que viven en New Jersey. «En algún momento hay que caerles», se entusiasma Colabianchi, uno de los motores del encuentro mensual que, además, fantasea con otro proyecto. «Los quiero incentivar para que escriban, pero por ahora no se animan. Sería algo parecido a Pelota de Papel: contar historias y anécdotas de todo lo vivido».

Pastilla Ordoñez se enteró de la movida cuando estaba en Costa Rica como parte del cuerpo técnico encabezado por Martín Cardetti, en Uruguay de Coronado. Enseguida quiso saber de qué se trataba y dónde se veían. Apenas volvió a Rosario se sumó a las juntadas. Ya no faltó más. «Me ayuda mucho poder tener un espacio para charlar y compartir. Lo disfruto –cuenta– y es una descarga a tierra». Cada uno de los integrantes que se agrega al grupo de WhatsApp cumple un protocolo: presentarse, enviar una foto de su época de jugador y otra actual y, sobre todo, aguantar las cargadas del resto. Esas viejas imágenes fueron claves para que el grupo se agrandara. Se convirtieron en una guía para ir a buscar otras caras que pasaron por la 74 de Rosario Central y permitieron que hoy el WhatsApp cuente con 57 integrantes. Algunos ni siquiera llegaron a cruzarse en las Inferiores. Solo están unidos por los colores azul y amarillo. «Ver que se sumen compañeros es espectacular. La locura y lo raro es que nos vemos y es como si no hubiesen pasado 20 años», dice Petaco Carbonari.

La gira por los pueblos y las reuniones de los jugadores ya acumulan más de dos años. En diciembre pasado, despidieron el año en la Ciudad Deportiva de Central en Granadero Baigorria y jugaron en El Pozo, la cancha en la que jugaban cuando eran chicos y fantaseaban con llegar a Primera. «Nosotros competíamos, nos mirábamos de reojo y ahora compartimos asados», razona Petaco Carbonari. Para el próximo fin de año imaginan un festejo todavía más grande. Quieren que sea gigante. «Nos sirve para acomodar un montón de cosas que estaban en el imaginario y se transforman en realidad», piensa Colabianchi. Funciona, además, para compaginar una etapa de jugador, la que para algunos no terminó. Para los ex, como el Kily, ayuda a sobrellevar el retiro: «Las reuniones me hacen feliz. Son extraordinarias. Cada encuentro me llena el alma».