A los 17 años, Lucas González todavía lo intentaba. Jugaba en la sexta de Barracas Central, pero ya había pasado por la quinta y la cuarta, los últimos escalones hacia esa cumbre que es debutar en la primera. Lucas quería ser jugador de fútbol como lo quieren tantos pibes en los barrios. Como lo querían sus amigos y por eso él les había conseguido unas pruebas en el club. De ahí venían cuando tres policías de civil les disparon. Dos balas dieron en la cabeza de Lucas. Murió al otro día. 

Hay que escuchar lo que dice entre el dolor uno de sus compañeros, con la camiseta de Barracas Central puesta, los bastones rojos y blancos: “Me ve con gorrita la policía y me mira mal. Te piden DNI porque te ven con gorrita”. Lo dice quebrado, frente a micrófonos y celulares de los periodistas. “¿Por qué no van a agarrar a los verdaderos delincuentes? -sigue el compañero de Lucas-. Los que están todos los días robando casas, haciéndose millonarios, mientras nosotros nos rompemos el orto para un día tener plata y darle una casa a la familia”. Ya no puede seguir hablando, ahora es sólo llanto.

Ese hostigamiento -por la estética, por la ropa, por ser villero- es sistemático. Funciona así, lo tenemos acá al lado nuestro todos los días. Como Lucas y sus amigos jugaban al fútbol, estudiaban y no tenían antecedentes, queda más expuesto.“¿La condena social y mediática habría sido la misma si los cuatro amigos hubieran salido a robar?”, se preguntó Sebastián Ortega en la revista Anfibia. La violencia policial, como insiste María del Carmen Verdú, abogada y militante de la CORREPI, es una política de Estado.

Lucas no es el primer futbolista asesinado por las balas policiales. A Maximiliano Maidana lo mataron así, como a él, dos bonaerenses que dijeron que querían impedir un robo. Fue en El Talar, partido de Tigre, en enero de 1997. Maxi tenía la misma edad que Lucas y jugaba en las inferiores de River. Hugo Arce jugaba en San Telmo. También tenía diecisiete años. Sergio Bovadilla, un cabo de la Federal, lo mató en septiembre de 2011 cuando iba en un auto con amigos. Dijo que le habían intentado robar. Disparó diez veces. Mató a Hugo y a otro pibe, Carlos Vázquez. Darío Coronel, el Guacho Cabañas, amigo de Tevez, se pegó un tiro acorralado por policías en Fuerte Apache. Jugó en Vélez y Argentinos. Lautaro Bugatto jugaba en Tristán Suárez. Había sido campeón con la reserva de Banfield. David Benítez, un bonaerense, le pegó un tiro cuando perseguía a otros pibes. 

Los clubes tuitearon en estas horas pedidos de justicia por Lucas. La AFA lamentó “profundamente” el “fallecimiento” de Lucas. Le mandó “su más cálido abrazo a familiares, amigos y compañeros”. Como si Lucas se hubiera muerto en un accidente. Los partidos de este fin de semana se jugaron sin luto. Sólo se suspendió la fecha de inferiores. Barracas Central no es cualquier club, es el club de Claudio Tapia. Este lunes busca ascender a Primera contra Tigre. Lucas quería ser uno de esos jugadores que van a salir a la cancha. Y muchos de esos jugadores pudieron ser Lucas. Muchos de esos jugadores habrán sufrido el hostigamiento que contaba su compañero. Salieron de esos mismos barrios. Llegaron.

No sólo los de Barracas Central, los de cualquier club del fútbol argentino. Hay una estadística que se construyó con el tiempo y que dice que de cada cien chicos que juegan en las inferiores llega sólo uno. El camino es desigual, está lleno de dificultades. No se trata sólo de talento y esfuerzo, como pretenden los meritócratas. Hay que saltar muchas barreras hasta llegar a esa cumbre que Rodrigo, cantándole a Diego, describió bajo la idea de que “tal vez jugando pudiera a su familia ayudar”. Y hay de todo. En estos días se elevó a juicio oral la causa por abuso sexual a chicos de la pensión de Independiente. Atacaban a los más vulnerables, a los que tenían lejos a sus familias, que no podían mandarles plata, que convivían con la necesidad.  

Cuando la policía de Minnesota, el año pasado, asesinó a George Floyd, los jugadores de la NBA se levantaron. El grito lo lideró Lebrón James. Floyd era negro, simbolizaba la persecución racial en Estados Unidos. Pero también había jugado al básquet en la universidad. Habían asesinado a uno de los suyos, a uno que quería ser como ellos. Y ellos pudieron haber sido Floyd. ¿El fútbol argentino no va a gritar más fuerte por Lucas? ¿Ninguno de los jugadores que salieron del lugar del que quería salir Lucas, que llegaron al lugar al que quería llegar Lucas, va a gritar más fuerte? Lucas era uno de ustedes.