La llegada de Romina Biagioli a la meta del triatlón fue uno de los momentos para el estallido de los aplausos argentinos en Tokio 2020. No hubo podio, no hubo diploma, no estuvo cerca, lo que hubo fue un objetivo buscado, conseguido, y mucho corazón. «Cruzar la línea de llegada -dijo Romina- era demostrarme a mí que merecía estar en estos Juegos Olímpicos». En mayo, después de nadar 1500 metros en Portugal, salió con la bicicleta, pero en un choque del pelotón que tenía enfrente apretó los frenos y salió disparada. Quedó con una costilla fracturada y otra fisurada. Todavía no contaba con el pase olímpico, debió ir a otros torneos para conseguir la clasificación por ranking. Lo logró en Huatulco, en el estado mexicano de Oaxaca. Y con la costilla fracturada, llegó a Tokio. Haber completado el triatlón después de ese camino de obstáculos fue su triunfo. 

Hay que mirar a Romina, cordobesa de 32 años, para entender lo difícil que resulta para tantas atletas -de Argentina y no sólo de Argentina- llegar a la estadía de los Juegos Olímpicos. Eso es sólo lo visible, lo que sucede en la competencia: también están los obstáculos económicos, a veces la falta de infraestructura. Y previo a todo eso están las desigualdades ya dadas, el contexto social, las posibilidades de desarrollo. Pero también el deporte es igualador. Las grandes potencias pueden caer de rodillas ante países más pequeños, incluso contra sus propias colonias. El triatlón en el que compitió Romina puede ser un buen ejemplo. Lo ganó Flora Duffy para Bermudas, territorio británico de ultramar, el menos poblado en conseguir un oro. Fue una británica la que quedó segunda, Georgia Taylor Brown, y una estadounidense la que se llevó el bronce, Katie Zaferes.

A esa fuerza del deporte hay que ayudarla. Esta semana de Juegos Olímpicos hubo mucha idea sobre la falta de medallas (sólo la de rugby), como si todos los deportes que representan a la Argentina fueran por medallas. Spoiler: no. Romina, por ejemplo, fue a Tokio para llegar. Eso se ve bastante más claro en el triatlón, pero la nadadora Delfina Pignatiello tuvo que aclararlo después de quedar eliminada en 1500 y 800 metros. Delfina no iba en busca de medallas sino, en todo caso, en busca de hacer sus mejores marcas o mejorarlas. No lo consiguió. Pignatiello planteó con sensatez que este primer paso en Juegos Olímpicos puede ayudarla para el próximo, a enfocarse en lo que viene. También contó cómo las restricciones del año pasado, la imposibilidad de entrenarse durante un tiempo en la Argentina, dificultaron su preparación. Les pasó a muchos. Para algunos equipos, incluso, hubo falta de cruces internacionales. La pandemia trastocó todo. No sólo lo físico, también lo mental. Michael Phelps, que ganó veintitrés oros olímpicos en la piscina y atravesó varios momentos de depresión, algo que contó en distintas ocasiones, advirtió el año pasado que la postergación de los Juegos y otras competencias podían afectar la salud mental de los deportistas. Determinarlo es asunto de especialistas, que se necesitan cada vez en todas las estructuras del deporte de alto rendimiento, pero Tokio 2020 son los Juegos Olímpicos en los que Simone Biles -como antes lo había hecho Naomi Osaka- puso sobre la mesa el tema.

El talento hace mucho, pero no alcanza sólo con el talento. Defensores de la meritocracia, de que con esfuerzo todo se consigue, descubrieron en estos días que hay desigualdades y obstáculos que atraviesan algunos deportistas que los pone en desventaja frente al resto. Para equilibrar esas diferencias existen las políticas públicas. Hasta Río 2016 todavía se escuchaban los agradecimientos al ENARD, el Ente Nacional de Alto Rendimiento que se financiaba con el 1% de la telefonía celular. No era sólo un deportista, cada uno de los que pasaba por algún micrófono agradecía más allá del resultado obtenido. El ENARD, nacido a fines de 2009, perdió su autonomía con el gobierno de Mauricio Macri. Pasó a ser financiado con partidas del Tesoro. Fue un desfinanciamiento, una pérdida constante contra la inflación, sumado a la devaluación que impacta para la compra de elementos y para las competencias internacionales. Todo esto con el aval del presidente (en salida) del Comité Olímpico Argentino, Gerardo Werthein, y el silencio de muchos atletas consagrados. Hubo hasta un intento de vender el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo. Pero no sucedió. Macri ya no está en el Gobierno. En 2019 ganó Alberto Fernández con el Frente de Todos. Y el ENARD sigue en la misma. El Gobierno sostiene que la pandemia impidió un avance en ese sentido, pero que la cuestión está en la agenda. 

Tampoco es la única explicación. No es sólo una cuestión económica. Cada deporte tiene, además, su particularidad. Si llegar es mucho para algunos, que sabrán que estarán lejos de quienes ganan, otros ni siquiera pueden llegar. Ganar una medalla olímpica es muy difícil. Y ahí el foco no tendría que estar en quienes no pudieron hacerlo, sino en darle la dimensión exacta, la que se merecen, a quienes la consiguieron.