El 13 de mayo de 1913, Carlos Alberto Fonseca Neto salió a la cancha con la cara blanqueada con polvo de arroz. Era mulato y jugador de Fluminense. Y el fútbol brasileño, patrimonio de la aristocracia. La Liga Metropolitana de Deportes Atléticos de Río de Janeiro había prohibido a “gente de color”, “obreros” y “analfabetos” en los equipos. Los hinchas de América, el rival, le gritaron pó de arroz, mientras la transpiración le corría el maquillaje. Fluminense asumió el apodo pó de arroz. En 2011, en el marco del rito de arrojar polvo de arroz que recibe al equipo en los partidos, los hinchas les tiraron a los jugadores de Flamengo, el clásico que representa a los pobres y negros de Brasil. Los insultos y cantos racistas a los equipos brasileños se escuchan cada vez que visitan la Argentina. Y se trasladan a la cancha: en 2005, Leandro Desábato le dijo “mono negro, macaco” a Grafite en pleno Quilmes-São Paulo en el Morumbí por la Copa Libertadores. Desábato pasó 48 horas preso. El racismo es un delito previsto en el Código Penal de Brasil. “Insultar -dijo Desábato en su defensa ante la policía- es una cosa común en Argentina”. Mauricio Arboleda y Reinaldo Lenis certifican que el insulto racista aún pervive en el fútbol argentino.

Frank Fabra, lateral colombiano de Boca, lloró en el vestuario del estadio Ciudad de La Plata después de que soportara insultos racistas de hinchas de Estudiantes en 2017. “¿Por qué no paraste el partido? Le gritaron toda la noche”, le recriminó el capitán Fernando Gago al árbitro Silvio Trucco. “Te voy a romper los huesos, negro de mierda, y te vas a volver a África”, le dijo Esteban Fuertes en Colón-Boca, en 2010, al colombiano Breyner Bonilla. Lo contó ante una cámara de televisión. Ahí Bonilla tampoco aguantó las lágrimas. “Tuvimos compañeros negros en Colón”, se excusó Fuertes. En Argentina, el color de piel es el tercer tipo de discriminación experimentada por una persona, según el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), cuyo Observatorio en el fútbol cumplió diez años. La primera es por el nivel socioeconómico. La segunda, por migración. El año pasado, la Federación Boliviana de Fútbol expresó en un comunicado “preocupación por los comentarios” de “un sector del periodismo argentino” contra el arquero Carlos Lampe, que había fichado con Boca. “Los mismos -indicó- trazan actos de discriminación dentro del marco de racismo y xenofobia”.

El racismo no es patrimonio de un país ni de una clase social. El árbitro italiano tampoco detuvo Inter-Napoli en San Siro cuando en diciembre los locales gritaban “buuuh”, como si fuera un mono, cada vez que tocaba la pelota el senegalés Kalidou Koulibaly, última víctima resonante en el fútbol internacional. Al partido siguiente, los hinchas de Napoli llenaron el San Paolo con caretas de Koulibaly. Alejandro Nicolás de los Santos fue el primer negro en jugar en la Selección Argentina. Hijo de padres esclavos en la Angola del siglo XIX, nació el 17 de mayo de 1902 en Paraná, Entre Ríos. Delantero “entreala” izquierdo, jugó en San Lorenzo y Huracán. Pero fue ídolo de El Porvenir. Y entre 1922 y 1925 jugó cinco partidos en la Selección. Campeón del Sudamericano de Argentina 1925, se quedó afuera del Mundial de Uruguay 1930. “De los Santos -dice el historiador Guido Guichenduc, hincha de El Porvenir- sufrió muchos actos de discriminación, pero en los clubes fue aceptado porque era un jugadorazo. Lo de su ausencia por motivos raciales en el 30 me lo contó su familia, pero no hay un hecho que lo certifique. Igual es algo que puede tener veracidad. El país estaba en un momento político en el que era fácil criticar a alguien por su color de piel”. La identidad argentina ya se construía mirando a la Europa blanca y elitista.