El miércoles por la noche, en el aeropuerto de Carrasco, el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, recibió un cargamento de cincuenta mil vacunas exclusivas para el fútbol. Es la primera organización civil, celebró Domínguez, en conseguir dosis, una donación del laboratorio chino Sinovac Biotech. Ninguna otra industria logró tener vacunas propias. Domínguez quiere una Copa América inmunizada. Para matizar que el fútbol funciona en paralelo a la sociedad, tuiteó que la campaña beneficiará a las familias de los jugadores, los cuerpos técnicos, los árbitros y los dirigentes de diez países. Como nunca antes, la Conmebol funciona como el undécimo Estado del fútbol sudamericano. 

Las excepciones que consigue la Conmebol confirman su poder en la región. Influencia en gobiernos y, por supuesto, en la prensa. Las vacunas de Sinovac fueron una gestión del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou que Lionel Messi agradeció con tres camisetas firmadas para los gerentes del laboratorio. “Messi y un gesto para aplaudir con la Conmebol”, tituló la web de TyC Sports, pantalla que transmite a la selección argentina y los partidos de eliminatorias sudamericanas. El miércoles hubo un asado en Montevideo, una celebración por las vacunas con la presencia de Lacalle Pou, que suele pedir que no haya reuniones de veinte personas en su país. Es probable que Uruguay tenga su premio y la final de la Copa Libertadores se juegue en el Centenario de Montevideo.

Pero las cinco mil dosis de Sinovac que le corresponden a la AFA, las que deben ir para la selección, para los equipos que juegan copas internacionales y, recién ahí, para el resto de los planteles, no pueden entrar a la Argentina. Se trata de una vacuna no autorizada por la ANMAT. Conmebol intentó otra excepción, adherirse a un régimen que permita la importación de un medicamento para un determinado tratamiento. “No va a haber ningún atajo ni excepción”, dijeron desde el gobierno. Si se mantiene la situación, los jugadores argentinos deberán vacunarse en Uruguay. Recibirían una dosis de Sinovac, que según un informe de la Universidad de Chile, tiene sólo un 3% de efectividad. Más que inmunización parece marketing para el laboratorio.

Conmebol quiere asegurar su Copa América en Argentina y Colombia, con o sin público. Aunque dependiendo de cómo avance la situación sanitaria, insistirá con la posibilidad de un aforo limitado. Será difícil. Pero la Conmebol nunca renuncia a sus excepciones. El año pasado, cuando en la Argentina todavía no había regresado el fútbol, el organismo sudamericano empujó a la vuelta. A la AFA no le quedó otra más que armar una competencia de emergencia que ni siquiera fue un certamen de liga sino una copa nacional, similar a la que se disputa en estos días. La Copa Libertadores y Copa Sudamericana se jugaron, además, sin necesidad de cuarentena para los equipos que viajaban por los países de la región. 

La última excepción de la Conmebol fue una cuestión horaria. La restricción de circulación hasta las 20 en el área metropolitana hizo que el Gobierno tuviera que pedirle a la AFA que ningún partido se jugara más allá de esa hora. La AFA comenzó a programar las fechas con esa limitación. La Conmebol dijo que no. El horario nocturno no se negocia porque no se negocia con el gran socio, la televisión. Acá y allá, como quedó demostrado con el clásico rosarino. El gobierno santafesino pidió que Central y Newell’s vaya por la TV Pública -incluso en el Canal 5 local- para garantizar el acceso y evitar eventuales reuniones en casas con pack fútbol, además de una modificación en el horario, que se juegue a partir de las 20, con la circulación prohibida. Sólo pudo imponer lo último.

Y esa modificación del horario hizo que Conmebol tuviera que correr el cruce de Newell’s frente a Palestino por Copa Sudamericana a las 23 del martes. Sólo así se cumplirán 48 horas entre partido y partido. Los jugadores de Newell’s van a jugar un clásico el domingo, viajar después a Rancagua, Chile, y el martes a la noche jugar otra vez por una copa, y regresar a la Argentina. Todo eso navegando en la segunda ola de contagios que tapa a la región y, sobre todo, al país.

Con algo más de distancia entre los partidos, es lo mismo que viven el resto de los planteles que juegan ligas y copas en Sudamérica, en un nivel de exigencia e intensidad de competición que ya sería demasiado en lo que era la vieja normalidad pero a lo que se le agrega la situación sanitaria. A las lesiones más habituales por la exigencia se le agregan los riesgos que supone exponerse a esa circulación. ¿Qué juego se puede le pedir a equipos sometidos a ese trajín permanente? Todo sigue porque la Conmebol, que se muestra exultante con las vacunas exclusivas, vende sus productos y la televisión mantiene la pantalla caliente. Las federaciones locales y los clubes acatan; los gobiernos dicen siga siga, los gremios no dicen nada. La Liga Profesional hasta pretendió jugar el Día del Trabajador, un feriado inamovible incluso para el fútbol. Ahí sí Agremiados dijo que no.

El fútbol entretiene a millones, es cierto, por eso tampoco la situación escandaliza a los hinchas, muchos de los que también tienen que exponerse en sus trabajos, definitivamente menos remunerados. Fernando Signorini, preparador físico, histórico crítico de los calendarios y las condiciones que impone el negocio, suele reclamar que algún día los jugadores se rebelen: “¿Cómo puede ser que acepten esto, que los cuerpos técnicos lo acepten?”. Ese día no llega. Pero Signorini lo imagina, tal vez, porque acompañó muchos años a alguien que lo intentó bastante, que alzó la voz y hasta ideó un sindicato para defender a los que ganaban mucho menos que él, que era el mejor. Se llamaba Diego Armando Maradona, tenía conciencia de clase.