El Barracas Central-Boca de este sábado, por la novena fecha fecha de la Superliga, parece girar alrededor de Claudio Chiqui Tapia, el presidente de la AFA con cuyo nombre fue bautizado el estadio que Boca visitará por primera vez en su historia (hubo dos enfrentamientos en el amateurismo en la cancha de Huracán y uno en el profesionalismo en All Boys). Algunas referencias ya son muy conocidas: dos de sus cuatro hijos –Matías, el presidente más joven de Primera, con 27 años, e Iván, con el número 10, de 24 años- comandan al humilde pero empoderado club desde el que Chiqui se disparó hacia el poder de la pelota, así como también es conocida la simpatía que Tapia cultivó por Boca de chico –en YouTube se lo ve, en 1998, con una remera con la palabra «Xeneizes»-. Pero de su trayectoria como futbolista, en cambio, hay referencias mínimas.

En diálogo con Tiempo, sus compañeros de vestuario –que no hicieron historia grande como jugadores pero compartieron la iniciación futbolística del actual presidente de la AFA- reconstruyen cómo Tapia siempre tendió un puente entre los dos equipos que en 2022 se enfrentaron por primera vez en 91 años, desde 1930 (fueron dos partidos, ambos ganados por Boca, en la Bombonera y en All Boys). Cuando alternaba entre la Tercera y la Primera de Barracas Central, y ya trabajaba como empleado en el bufet del club y como barrendero en las calles, Chiqui aprovechaba los días en los que debía escobar por el barrio de La Boca para entrar a la Bombonera y mirar las prácticas del equipo de Primera. Algunos domingos, también, Chiqui trepaba a la segunda bandeja local para mirar los partidos de Boca.

En contraste con este tiempo audiovisual, de su pasado como jugador casi no hay registros fotográficos. A la escasa tecnología de la época se le suma una carrera lejos del interés masivo: entre 1985 y 1990, Chiqui sumó 15 partidos en Barracas Central y dos en Dock Sud, siempre entre la Primeras C y D. Si en Internet suele replicarse una imagen que Tapia subió a Twitter en 2015 –posa con un equipo de Barracas, él con un vendaje-, sus compañeros de vestuario iluminan sus años menos conocidos. Uno de aquellos amigos de la juventud, ya lejos del fútbol –es chofer del hospital Penna-, se llama Gustavo «Leche» Castro Sosa.

“Yo soy un año mayor que él pero en esa época, en el Ascenso, las inferiores juntaban dos categorías: la Séptima, la Quinta y la Tercera. Claudio, ‘Mojarra’ (Eduardo Álvarez) y yo éramos los tres que siempre andábamos juntos, hasta festejábamos los goles juntos”, dice Castro Sosa, que perdió contacto con «Mojarra» pero cada tanto se mensajea con Tapia. “Yo me crié en Zavaleta y fui el primer jugador de la villa en jugar en Barracas. Llegué a Tercera pero después pasé a los torneos de la villa”, recuerda, con orgullo, desde su casa actual en Soldati.

Castro Sosa describe al Tapia futbolista de Barracas Central: “Era un 9 nato, siempre olfateando y yendo para adelante, sin retroceder”. No sólo compartieron las inferiores de Barracas Central: también trabajaron juntos en el bufet del club y en Manliba, la empresa de recolección de residuos del Grupo Macri desde la que Tapia empezaría su recorrido gremial. “Nos conocimos con las familias y compartíamos las salidas: yo me quedaba en su casa de Barracas, Luzuriaga al 200, esquina Los Patos (a 1500 metros del estadio hoy llamado Claudio Tapia)”, agrega “Leche”, mientras comparte dos fotos del «Chiqui» de inferiores. Asignarle fechas le resulta difícil: pueden ser de 1985 o 1986, de Quinta o Tercera División, pero en ambas aparecen juntos –Tapia, en una imagen, tiene el número 10 en la camiseta y la cinta de capitán en el brazo, y en la otra el 9 y la publicidad de “Hugo Burgo” , “un chico que había fallecido y su tío le hizo un homenaje”, explica Castro-.

El futuro presidente de la AFA tenía 18 años cuando debutó en la Primera de Barracas, todavía en la C pero ya descendido a la D. Fue un 0-2 de local ante Arsenal, el miércoles 6 de noviembre de 1985. La información la confirma el capitán de aquel Barracas, Walter “Chancha” Batista, que en 2010 retomó contacto con Tapia. “Hace un tiempo me pidió el recorte de Crónica, que tengo en el telefóno. Creo que él estaba con los jugadores de la selección y les decía que había jugado en Primera, y les mostró la captura”, dice Batista, sobre un partido olvidado y que, sin embargo, rebosa de simbolismo para la AFA: el Barracas de Tapia contra el Arsenal de Julio Grondona.

En su estreno, Tapia jugó 35 minutos del primer tiempo y fue reemplazado. “Hicieron un cambio táctico, el que entró por él era defensor, Claudio Asad”, dice Batista. Castro Sosa recuerda que celebraron el debut: “El 9 de Primera se había lesionado y lo subieron a él desde la Tercera. No sé si ese día u otro pero lo festejamos: en esa época íbamos con ‘Chiqui’ y ‘Mojarra’ a Fancy Live, un boliche en Lugano”.

En las pocas ocasiones en las que Tapia habló de su paso como jugador, cometió algunas imprecisiones: el periodista Oscar Barnade, de Clarín, comprobó un desliz cuando «Chiqui» dijo que había ascendido a la C con Barracas en 1992 –en verdad se había retirado en diciembre de 1990 tras haber ganado una liguilla que garantizaba una plaza al octogonal del año siguiente-. El tiempo también le produjo una confusión sobre su debut. “Jugué en las inferiores y llegué a Primera gracias al Tano Francisco Calabrese, que me puso”, dijo en 2017.

En verdad, el recorte de Crónica confirma que el técnico de Barracas, en el debut de Tapia, fue la “Subcomisión de fútbol”, el latiguillo cuando un equipo era entrenado por dirigentes. Batista, además, precisa que ese DT transitorio fue “el pelado Sábato”. Al otro lado del teléfono, el propio Calabrese -de impecables 77 años- prefiere darle la razón a Tapia: “Si ‘Chiqui’ dice que fui yo, fui yo. Siempre fui de Barracas, primero jugué 10 años, en los 60, y después lo dirigí. Lo saqué campeón de la D en 1974 y volví en los 80, ahí conocí a ‘Chiqui’. Me lo suelo cruzar en la cancha y hace poco me regaló una camiseta”.

Calabrese, en verdad, había dirigido a Barracas en 1984, cuando Tapia estaba en Quinta o Tercera, y seguramente lo subió al plantel de Primera. El segundo partido de «Chiqui» sería ante Brown de Adrogué, ya en la D, el 12 de julio de 1986, pocos días luego del título de Argentina en México 86. El técnico era Juan José Sánchez y Tapia entró a los 15 minutos del segundo tiempo, pero no volvería a jugar en Primera hasta 1990, ya en Dock Sud.

«Chiqui», mientras tanto, empezaba su recorrido fuera de las canchas, siempre con su amor por Boca heredado de su madre –Leonor-, no de su padre –Washington-, hincha de San Lorenzo. “Hacíamos triple turno”, recuerda Castro Sosa, cuya amistad con «Chiqui» empezó por el fútbol y siguió en lo laboral. Y agrega: “Entramos a Manliba por el cuñado de Claudio, Carlos Morán, la pareja de su hermana, Silvia, que era capataz. Carlos también tenía la concesión del bufet de Barracas, y lo trabajábamos entre Silvia, que se encargaba de la cocina, y Chiqui, un primo suyo y yo, que atendíamos y servíamos. De 6 a 13 estábamos en Manliba, al mediodía trabajábamos en el bufet y a la tarde entrenábamos al fútbol. Nos íbamos a las 21”.

Sigue “Leche”: “El bufet está en el mismo lugar de ahora, al lado de la tribuna, y tenía techo de chapa. Todos los sábados les preparábamos los sanguches a los chicos de las inferiores. La cancha se inundaba siempre, no había drenaje. Tengo una terrible admiración en haber conocido a Chiqui, si había un persona en sacar el club adelante, era él”. En ese triple turno entre fútbol y trabajo, el día para Tapia y “Leche” –que ya había dejado las inferiores de Barracas- empezaba en la calle: “Lunes, miércoles y viernes nos tocaba en La Boca. Los martes, jueves y sábado, en San Telmo. En La Boca, el depósito de carritos estaba en Brandsen, cerca de la Bombonera. Sabíamos que en la calle de los palcos (Del Valle Iberlucea) había un portón a mitad de cuadra que muchas veces estaba abierto. Entrábamos, nos poníamos al costado de la cancha y veíamos entrenar al equipo de Primera”, cuenta Castro Sosa, y agrega: “Uno de los muchachos de la hinchada trabajaba en Manliba. Lo conocíamos y un par de partidos nos hizo entrar. Yo soy de River y el Mojarra, de Independiente, pero igual fuimos los tres, con Chiqui”.

Tapia pasó a Dock Sud y jugó dos partidos en marzo de 1990 ante Alem y Claypole, por la C. Tuvo mala suerte: volvió a ser suplente del mismo jugador, Alberto Hel (un delantero rubio, fallecido), que ya lo había postergado en Barracas. A los pocos meses, Tapia regresó a Barracas, que estaba en la D, y jugó otros 12 partidos hasta el 10 de noviembre de 1990, cuando, tras ganarle a San Martin la final del hexagonal por una plaza en el octogonal 1991/92, se retiró. “Tuve que dejar. No me daba el cuerpo. Había pasado de recolector a barrendero”, dijo a Enganche en 2017.

Lo que siguió es más conocido. “De Boca admiraba a Claudio Marangoni y al Beto Márcico, pero su ídolo era Jorge Lemos, el 10 de Barracas”, dice Castro Sosa, la síntesis del puente histórico de La Boca a Barracas.