«África –le cuenta Werner Herzog al escritor David Goldblatt–, un partido precedido por rituales, interrumpido por rituales, con un coro de 200 personas cantando himnos bien entrenados como en la iglesia, gente cantando y bailando en las tribunas. Y el partido completamente fuera de lo ordinario, magia en el campo, quiero ver al Pelé de los ’50 que vi en Munich, algo así, magia pura y total que todavía está conmigo». Goldblatt, sociólogo inglés, autor de un libro emblemático sobre la historia del fútbol, The Ball is Round, le había preguntado al cineasta alemán cómo sería su película de fútbol. Herzog, a los 75 años, le dijo que tenía en mente filmar una. Minutos antes, el director de Fitzcarraldo había relatado su emoción al ver a Pelé jugar con el Santos en Alemania durante la década del cincuenta. Hoy, desde su casa en Los Ángeles, Herzog sigue al Bayern Munich y mira los partidos de la Bundesliga, aunque no le gusten las transmisiones. Al director de cine lo confunde que haya tantas cámaras.

La charla transcurrió semanas atrás y se publicó en el podcast de Goldblatt, Games of our lives, producido por la cadena Al Jazeera. «El fútbol –le dice Herzog– tiene que ser un espectáculo y tiene que ser un ritual, de lo contrario no es nada». Goldblatt hace su propia lista de películas de fútbol: 1) Zidane, un retrato del siglo XXI, 2) 6:3 Play it Again Tutti, una comedia de Hungría que cuenta el partido del siglo que esa selección le gana a Inglaterra, 3) The Damned United, los días del entrenador Brian Clough en el Leeds United, 4) Looking for Eric, una película protagonizada por Eric Cantoná, y 5) Un santo para Telmo, fábula argentina, dirigida por Gabriel Stagnaro, sobre San Telmo y el 2001. 

Sin embargo, para Goldblatt no fue fácil armar esa lista. «De los cientos de películas de fútbol que hay, diría que no hay más que un puñado que valga la pena», asegura Goldblatt. «¿Por qué hay tan pocas películas de fútbol buenas?», se pregunta.

«Porque los gestos técnicos no los podés fraguar, no los podés trucar. Si el tipo, por más cámaras que haya, patea con un diario mojado, es imposible de fraguar. Por más que sea un buen jugador amateur, el fútbol tiene una intensidad que también es imposible de fraguar», responde Matías Bauso, autor El deporte en el cine, un libro de reciente publicación. «Otro problema son las dimensiones del campo de juego y las formas de jugar. Eso también influye. Y todo sucede muy imprecisamente, esa dinámica de lo impensado también afecta en la forma de contarlo», agrega Bauso.

En su libro, Bauso recorre la ley de (Kevin) Costner: para que una película deportiva sea buena tiene que tener al actor de El campo de los sueños. «Una Norma Iram del género», escribe. Retoma además la teoría de la pelota más chica, que ensayó el crítico George  Plimpton: cuanto más chica es la pelota, mejor se escribe sobre ese deporte. El beisbol y el golf pueden ser ejemplos. Acaso el tenis. Y la teoría de los deportes sin pelota: cuanto más peligro hay, mejor es la película. Por eso, son más atractivos los filmes de boxeo y automovilismo, que los de atletismo o natación.

El boxeo marida con el cine como pocas disciplinas. «Dentro de las películas de boxeo hay un subgénero robusto e interesante que es el dedicado a Muhammad Ali», escribe Bauso. «Ningún deportista ha sido encarado tantas veces por el cine como Ali», agrega. Desde documentales hasta ficciones. Algunas de ellas: El más grande (1977), Facing Ali (2009), Thrilla in Manila (2008) y Cuando éramos reyes (1996), que retrata su pelea con George Foreman en Zaire. El boxeo tiene a Toro salvaje, con Robert De Niro, pero su climax está en Rocky, la obra de Silvester Stallone, en la música de Bill Conti, las trompetas de «Gonna Fly Now». Bauso le dedica un capítulo: los 88 motivos por los que amamos a Rocky Balboa. «Su éxito –escribe en el punto 13– permitió que se hicieran otras películas de boxeo. En los años inmediatos, se filmaron la lacrimógena remake de El Campeón (The Champ, 1979), Pelea de fondo (The maint event, 1979), un bodrio con Barbra Streisand y Ryan O’Neal y, por supuesto, encarado por los mismos productores que la de Stallone, Toro Salvaje». 

«¿Por qué funciona muy bien el boxeo y el beisbol? Porque hay un duelo personal, son uno contra uno, y el beisbol, entre otras cosas, es un deporte sin tiempo, sin reloj, ni siquiera tenés que trucar el tiempo, ni usar ralentis, te podés tomar todo el tiempo del mundo. En el fútbol está el penal, pero es un recurso super gastado y no hay equivalencias, el arquero siempre está en desventaja», dice Bauso a Tiempo.

Es Stallone, precisamente, uno de los protagonistas de una película mítica –y no por eso buena– que tiene al fútbol como centro, Escape a la victoria, en la que también actúan Osvaldo Ardiles y Pelé, entre otros futbolistas. La película está inspirada en lo que se conoció como el Partido de la Muerte, en 1942, cuando el FC Start, un equipo de exjugadores del Dinamo de Kiev, se enfrentó en un campo de prisioneros a un conjunto de soldados nazis. Los ucranianos les ganaron a los alemanes y, en represalia, fueron llevados a un campo de concentración, donde murieron. El episodio también fue llevado al cine en Tercer Tiempo (1962) y Match en el infierno (1961). 

Pero Bauso rescata lo inesperado: dice que Aguirre, la ira de Dios (1972), de Herzog, es una de las mejores películas vinculadas al fútbol. Herzog escribió el guión en un micro mientras viajaba con su equipo de fútbol hacia Viena, Austria. Habían tomado mucha cerveza. Y el arquero, a quien Herzog sostenía de la borrachera mientras escribía, terminó vomitando sobre la máquina de escribir. «Algunas páginas quedaron irrecuperables y tuve que tirarlas por la ventana. Había algunas escenas interesantes ahí, pero se perdieron. Después, entre un partido y otro, escribí como loco durante tres días seguidos y terminé el guión», cuenta el cineasta alemán. Aunque ocurra en el siglo XVI y en vez de jugadores haya un conquistador que sale en busca de El Dorado, una región de la Amazonia, dice Bauso en su libro, se trata de una película de fútbol. La magia de Herzog.