A pocas horas de que se largue la venta de entradas de los dos primeros partidos que Argentina jugará tras haberse consagrado campeona del mundo, el jueves 23 ante Panamá en el Monumental y el martes 28 contra Curazao en Santiago del Estero, algo está claro: se agotarán en segundos. O, como mucho, en minutos. Y habrá quejas y se formularán denuncias en redes sociales sin tener en cuenta que la expectativa es tan grande que posiblemente no alcanzarían diez estadios ni 20 partidos seguidos.

El furor por los campeones de Qatar 2022 confirma, a la vez, un contraste poco recordado: en sus dos presentaciones iniciales en el país, el ciclo de Lionel Scaloni había comenzado tan lejos del interés popular que los organizadores redujeron el precio de algunas entradas al 50%, dieron en compensación otras al 2×1, dejaron ingresar gratis a los chicos y, ya con los partidos comenzados, abrieron las puertas. También los sponsors regalaron localidades.

El objetivo se cumplió porque ambos amistosos, ante México en noviembre de 2018 en Córdoba y en Mendoza, tuvieron estadios al 70% y 90% de su capacidad, o sea con un muy buen marco pese a la indiferencia inicial. «Pocos días antes del partido en Córdoba teníamos vendidas 3.000 entradas, no quería ir nadie. Y en Mendoza estaba pasando lo mismo», recuerdan los organizadores.

Si el fútbol es el deporte de los pronósticos traicionados, la reconversión popular de la selección de Scaloni -de aquel desinterés inicial a este furor no actual sino ya eterno-, figura entre las mayores sorpresas de nuestro deporte. Como dijo el filósofo Albert Camus, de sus años de arquero en la Argelia francesa aprendió que la pelota nunca viene por el lado que uno espera.

El contexto de 2018 explica por qué el público miraba de costado a la selección. Argentina venía de quedar eliminada en octavos de final del Mundial de Rusia pero, peor aún, había dejado una sensación de anarquía entre el cuerpo técnico y los jugadores. Había voces que pedían -exigían- que Lionel Messi, luego de su cuarto Mundial, no jugara más. Jorge Sampaoli perdió su cargo y la AFA no encontraba sustituto: Diego Simeone, Mauricio Pochettino y Marcelo Gallardo, los candidatos naturales, rechazaron o dieron a entender que no aceptarían esa posibilidad.

En ese sentido, Scaloni asumió como interino. Más allá de su largo recorrido como futbolista, se sabía muy poco -casi nada- de él en su nuevo rol: su primera participación en un cuerpo técnico había sido junto a Sampaoli en el Sevilla, en la temporada 2016-2017, y luego lo había acompañado a la selección. Con Scaloni como interino, y sin Messi, la selección jugó cuatro partidos entre septiembre y octubre de 2018 en el extranjero, 3-0 ante Guatemala en Los Ángeles, 0-0 contra Colombia en Nueva York, 4-0 a Irak en Riad y 0-1 contra Brasil en Yeda.

Y entonces llegaron dos amistosos programados en Argentina, con anterioridad, para noviembre. Eran contra México, que también tenía un DT interino, Ricardo Ferretti (el Tuca), a la espera de que fuera oficializado Gerardo Martino. La selección no sólo jugaría sin Messi: tampoco se presentarían Sergio Agüero, Nicolás Otamendi ni Ángel Di María, entonces los referentes mirados de reojo.

Que Scaloni apuntó en esos partidos a facilitar el recambio queda claro en un ejemplo menor pero simbólico: Sergio Romero, el hoy arquero de Boca y entonces con más de 100 partidos en el arco de Argentina, vio desde el banco de suplentes cómo en esa doble fecha FIFA atajaron Gerónimo Rulli, Paulo Gazzaniga y Agustín Marchesín. Como parte de esa actualización de nombres, mirando a un todavía lejanísimo Qatar 2022, también jugaron Juan Foyth, Leandro Paredes, Giovani Lo Celso, Lautaro Martínez y Rodrigo de Paul, que todavía no eran nombres convocantes.

Las entradas más baratas para el primer partido ante México, programado para el viernes 16 en el estadio Kempes de Córdoba, costaban 700 pesos. También era un México B, sin sus figuras. E incluso el país estaba paralizado por el River-Boca que definiría la Copa Libertadores 2018, el dios de todos los partidos. En consecuencia, el desinterés fue tal que, al comienzo de la semana, sólo se habían vendido 3.000 entradas.

Los organizadores decidieron bajar los precios de las entradas y poner en marcha distintas promociones para que el estadio luzca lo más colmado posible. Con las populares a 350 pesos, en vez de 700, la respuesta del público fue inmediata: el martes se agotaron todas las populares y una de las plateas. La restante tribuna lateral, que había bajado a 700, se podía además conseguir con un 30% de descuento con la tarjeta del Club La Voz, el principal diario de Córdoba.

Además, los menores a 12 años ingresarían gratis acompañados de un mayor que tuviera su entrada comprada. Y quienes se habían sentido «estafados», porque ya habían comprado su popular a 700 pesos, debían enviar un mail a [email protected] para recibir otra entrada compensatoria. Los sponsors también empezaron a entregar gratis. Y, con el partido ya empezado, la gente que se había acercado sin tickets al estadio ingresó cuando se abrieron los molinetes.

En definitiva, el estadio Kempes mostró un muy buen marco, un 70% de asistencia. No alcanzó para llenarse pero al menos maquilló el desinterés inicial. Y hubo premio: Argentina ganó 2 a 0 con goles de Ramiro Funes Mori e Isaac Brizuela, en contra.

Cuatro días después, Argentina volvió a jugar contra México, esta vez en el Malvinas Argentinas de Mendoza. Todavía no era la Scaloneta, claro. Y la organización debió bajar otra vez el precio de las entradas: las populares, que costaban 550 pesos, bajaron a 270. Fue una acierto porque el público -que ya sabía lo que había pasado en Córdoba- hizo filas de entre dos y tres horas para agotar las populares. También se dejó ingresar gratis a los menores de 12 años.

Las plateas no se vendieron en su integridad pero el estadio lució a un 90 por ciento. En el fútbol moderno las recaudaciones no hacen al negocio grande (salvo excepeciones como el Argentina-Panamá del próximo jueves, que puede recaudar casi 2 millones de dólares) pero un estadio casi lleno fue un magnífico decorado para otro triunfo 2-0 de Argentina, esta vez con goles de Mauro Icardi y Paulo Dybala.

A la espera de la confirmación oficial para que continuara en el cargo, ya de manera oficial, Scaloni lloró ante las cámaras de televisión cuando le preguntaron por su interinato de seis partidos. Lo que vendría después sería otra historia, una tan fascinante y multitudinaria que no le alcanzan los estadios.