Más allá de las polémicas armadas alrededor de la elección de la sede -y nada importa más que los Derechos Humanos, aunque las críticas europeas huelan a indignación seleccionada-, Qatar 2022 tiene un pecado intrínseco: se hace un Mundial en un lugar nada futbolero. Ya sea porque los inmigrantes no tienen dinero para comprar las entradas, o porque a los qataríes no les interesa el fútbol, o porque al resto del mundo le resultó un destino caro, los estadios no están llenos. Suena a poco pero es mucho: hubo partidos en los que se abrieron las puertas para que las tribunas lucieran con mayor decencia. Cuesta encontrar un Mundial con tribunas a veces semivacías, casi nunca al 100%. Tal vez la FIFA lo aprenda para las próximas ediciones, o no, pero el demoledor poder económico de una sede no debería bastar para concederle el Mundial a un país donde el fútbol importa más como shampoo de imagen ante el mundo que como fenómeno popular.

Pero si fuera del campo de juego -y más allá de las fiestas argentinas y marroquíes en las tribunas- parece un Mundial en el lugar erróneo por lo desapasionado, Qatar 22 es un Mundialazo sobre el césped. Es cierto, puede haber chantaje sentimental a partir de los triunfos: ¿cómo no va a ser hermoso un Mundial en que el Lionel Messi brilla y se ensucia y en el que la selección hace honor a una frase de José Saramago, aquella de «adentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, y eso es lo que somos»? La selección 2022 tiene algo adentro sin nombre y eso es lo que es. Salvo Messi y Di María, el resto no forma parte de la primerísima plana de clubes europeos y qué importa, si eso sin nombre lo lleva más allá de los límites -y ahí está el ejemplo de las estrellas brasileñas-.

Pero aclarado eso, también es un Mundial que tiene a Marruecos semifinalista y que mostró a Japón verdugo de España y Alemania, y a los africanos y asiáticos metiéndose donde antes no podían, y a partidos que terminan al borde de la arritma y al reconocimiento de quienes solo ven fútbol cada cuatro años del poder de seducción de este deporte: «No pensé que iba a  sufrir tanto por fútbol».

Con Italia 90 pasó algo similar: fue, desde un punto -el del juego-, un Mundial feo, al punto que la FIFA empezó a cambiar las reglas (tres puntos por triunfo, sin pase al arquero, fair play, más cambios). Pero desde el otro fue el Mundial de la emoción por Maradona y sus legionarios, como los Bad Boys de los Detroit Pistons, como la actual Argentina de Qatar 2022 -que, claro, juega mejor-.

Son días de verano en que millones de argentinos y argentinas salen a las calles tras cada triunfo, necesitados de festejar, sí, pero también entregándose o descubriendo el maravilloso poder del fútbol: que regala alegría, también en el peor y mejor Mundial. «