La soledad
Con el alcohol
Suelta un gorrión
Que por el aire del alma se va

Con el alcohol
La soledad
Tibio gorrión
Que por el aire del alma voló

(Nacho Suárez)

Murió en Navidad, quizás porque sea la fecha en que mueren los hombres que están tan tristes que ya no quieren seguir viviendo. Algo de eso recordó su hija, Marina, en las letras que tuvo que escribir para despedirlo: “Me dolió escucharte decir alguna vez ‘no quiero vivir más’ en tus pocas horas de sobriedad”. Tenía 49 años que le habían alcanzado para ser muchas cosas: un chiquilín de campo que debutó temprano en la noche del pueblo, un jugador con un talento descomunal que brilló en Uruguay e Italia, un alcohólico patológico que no logró curarse, un hombre amado por todos los que se cruzó. No es poco.

Fabián O´Neill nació en Paso de los Toros, que, a pesar de ser inmensa de nombre, tiene poco más de 10.000 habitantes. Es, eso sí, mítica por cosas tan dispares como ser la cuna de Mario Benedetti, uno de los más grandes escritores del país y de América, y del Agua Tónica utilizada como refresco, de ahí el nombre comercial que lleva dentro de la línea Pepsi. Como todo pueblo uruguayo, es cuna de futbolistas y entrenadores reconocidos, Víctor Púa y Nelson Acosta los ejemplos más trascendentes. Pero sobre todo es el nacimiento, y el final, de Fabián O´Neill, el mejor de los chiquilines soñadores que han aparecido por esos pagos del norte uruguayo. Llevó con maestría el exclusivo apodo de “Mago” por las canchas de Uruguay e Italia. Guardado para elegidos, el mágico apodo evidenciaba la sensación sobrenatural que se apropiaba de quienes compartían una cancha de fútbol con él. El otro apodo con el que se lo conocía fue el que terminó quitándole la vida de forma tan prematura: “Borracho”. En la conjunción entre el Mago O´Neill y el Borracho O´Neill se forjó una vida que sirve para explicar a un país que ama al fútbol como pocos y que sufre las consecuencias del alcohol como casi nadie en el continente.

El fútbol del interior en Uruguay funciona en un carril paralelo al profesional que, en resumen, termina siendo sinónimo de Montevideo. Ese reservorio de talento – cuna de Suárez, Cavani, Bentancur, Torreira, De Arrascaeta, Godín y una larga lista de etcéteras – suele quedar invisible detrás de la capital. Por ello, la historia de los jugadores se empieza a contar, en general, a partir de su paso a las juveniles de los cuadros montevideanos. O´Neill es, con esa forma de contar la historia, jugador de Nacional, equipo en el que debutó y en el que se retiró, en el 2003, ya sumido en múltiples problemas con el alcohol.

Sin embargo, la mirada completa debe decir que empezó a jugar en su pueblo, en Defensor de Paso de los Toros, hasta que capturó la mirada de un ojeador cuando tenía 16 años. Ya era un jugador descomunal, parte del equipo de mayores de Defensor pero también era un muchacho de los boliches y de las noches. “De noche yo trabajaba en la whiskería y les hacía mandados a las chicas que trabajaban ahí. Entonces me tenía que quedar hasta las 4.30 de la madrugada, que era la hora que cerraba, y ahí me daban la plata para comprar las cosas para al otro día al mediodía. Y ahí me ganaba alguna moneda, alguna propina, y con eso me iba a jugar a la conga a los clubes. Ya era medio de la calle”. Para jugar al fútbol en su pueblo le alcanzaba y le sobraba. Lo castigaban por su vicio, pero lo necesitaban por su talento. “A veces me echaba el técnico, porque llegaba con algún alcohol arriba. Mi viejo me iba a buscar y alguna paliza me llevaba”. Siempre lo volvían a buscar a su casa para ver si podía desparramar algo de magia por las canchas. Su partida hacia Montevideo no lo alejaría de las rutinas alcohólicas ya instaladas en el cuerpo.

En la capital deslumbró a todos, y un par de años después ya era parte del plantel de primera de Nacional y jugador de la Selección uruguaya. En el Mundial sub-20 de 1993 concretó una gran actuación, marcando dos goles en la victoria ante Portugal, y eso lo terminó poniendo en los ojos de Europa; se fue a jugar al Cagliari, siempre adepto a contratar jugadores charrúas. En el equipo de la isla vivió sus mejores años, fueron cuatro temporadas repletas de lujo y de mito. Entre los más destacados está el día en que se comprometió a tirarle tres caños en el mismo partido a Gatusso, tarea que cumplió con precisión y desparpajo.

Fabián O´Neill fue el último representante uruguayo de un linaje de jugadores que aunaba un talento descomunal con una conducta profesional alejada -y mucho- de los estándares de un deportista de élite. En el fútbol actual es impensable jugar diez minutos en una liga como la italiana – o en cualquier otra – sin una conducta ejemplar en términos físicos. El Mago, aun en la más laxa década de los 90, ya no se ajustaba a esos patrones y eso derivó en un prematuro retiro a los 30 años. Eran tiempos en que el fútbol entraba definitivamente en la era de la globalización y la oferta para las estrellas era imperial: alcanzaba todo lo que podía ambicionar un ser humano. A O´Neill no le interesaba, tenía una melancolía con menos marquesina: extrañaba la playa de los ríos de Paso de los Toros, los boliches donde no se veía al sol entrar, los asados en una mesa de tablón, a sus amigos. Vivía en la línea de Gascoine, de Garrincha, de Maradona. Hombres a los que la riqueza y la fama no les alcanzó para quitarles el desarraigo, los tesoros prometidos como dioses de la pelota no eran suficientes para matar la tristeza. En esa época todavía había lugar para algunos rebeldes de la élite, en general brasileños nostálgicos del Carnaval de Río de Janeiro. O´Neill, con menos plumas y brillantina, era igual, jugaba en la Juventus añorando el pueblo.

En el 2000, con 27 años, llegó a la Vecchia signora lo que lo posicionaba como una de las grandes estrellas de la liga italiana. Lo dirigió Carlo Ancelotti y jugaba pocos minutos. Tomaba vino todo el tiempo, incluso antes de los partidos gracias a una confabulación que había logrado con el staff de cocina del equipo de Turín. Alguna vez contó que subía al micro del plantel y eructaba en la cara de jugadores como Del Piero, Buffón o Zidane, mientras les recriminaba que tomaran leche antes de los partidos en lugar de vino. Nadie lo tomaba como una ofensa, apenas como una gracia, todos lo querían. La mitología dice que alguna vez Zizou, ante la pregunta de quien fue el jugador más talentoso con el que se cruzó, no dudó en responder: “Fabián O´Neill”. Con la llegada de Marcello Lippi comenzó a tener más protagonismo, y a ser importante en el equipo. En esa época, cuando los manuales dicen que debía disfrutar su mejor momento físico y futbolístico, su carrera empezaría a verse truncada definitivamente por su adicción al alcohol.

Paolo Montero, compañero suyo en la Juventus y en la selección, ha contado varias veces que tenía que ir a buscarlo a la casa para llevarlo a entrenar porque no podía quitar el vicio de su rutina, incluso se dice que tenían que retenerlo constantemente porque extrañaba y quería volverse a jugar en Nacional. Finalmente logró regresar al tricolor de Montevideo en 2003, disputó algunos partidos que terminaron por mostrar su inmenso talento pero también sus dificultades para ser jugador profesional. Se retiró a los 30 años, después de nueve partidos. En ese puñado de recuerdos, los últimos que Uruguay tiene de él, queda el gol al Santos comandado por Robinho, en Brasil, por la Copa Libertadores 2003, cuando obligó al equipo local a llegar hasta los penales para seguir su camino a la final. Apenas un año antes de eso había sido parte del plantel uruguayo en el Mundial de Corea-Japón, y un año después jugaría, a cambio de algunas vacas, en el Tito Borjas, equipo de la liga amateur de San José.

Ninguna de sus extravagancias fue vista como una falta de respeto, nunca el alcohol lo volvió pendenciero, molesto o violento. Sus compañeros, sin excepción, lo recuerdan como uno de los mejores seres humanos que se han cruzado. Aquella bondad se trasladó fuera de la cancha. Aunque siempre fue reacio a contarlo, producto de su humildad, se multiplican las anécdotas en que regalaba comida, o lo que sea, a quienes necesitaban, sobre todo en las fiestas de fin de año cuando se subía a la camioneta y repartía corderos a las familias más pobres de su ciudad. Todo eso es parte de la explicación de como se le esfumaron los 15 millones de dólares que tenía en el banco cuando volvió a Uruguay. El propio O´Neill, agregando otros factores, lo contó en el libro biográfico “Hasta la última gota” de Federico Castillo y Horacio Varoli: «Cuando jugaba al futbol llegue a tener 15 millones de dólares en el banco, me lo gastaba en mujeres y alcohol, pero también le llenaba la mesa con comida a gente que lo necesitaba”.

Retirado, empobrecido, y alcohólico, Uruguay lo miró con el tono pintoresco y anecdótico con que el país se vincula con el alcohol, sin poner en magnitud sus consecuencias. Se estima que uno de cada diez hombres adultos tiene un consumo problemático, y las cifras de debut y rutina en adolescentes son especialmente fuertes para el contexto latinoamericano, sin embargo, la percepción del problema es baja en la opinión pública. Lo que se contaba de él se hacía con una sonrisa, sin preocupación, y allí nació ese segundo apodo, que se volvió más popular que “Mago”, el “Borracho” O ´Neill. Se acumularon las anécdotas pintorescas, sus desvaríos eran divertidos, su sufrimiento tuvo tono más de carnaval que de enfermedad. Recién en los últimos años su drama comenzó a verse como tal, esa mirada benevolente se matizó y dio lugar a la preocupación por la encerrona que la proponía el alcohol y de la que no podía escapar a pesar de múltiples intentos; a esa altura el camino era irreversible para su salud. En su carta de despedida, Marina O´Neill deseo que su “recorrido en esta tierra sirva para entender más sobre el alcoholismo, está enfermedad que te sedujo a vos y a todo tu dolor desde chiquito, que se llevó todo”.

En la ruta difícil que recorrió, Fabián O´Neill nunca renunció a su bondad, su humildad y su gracia. Tampoco se arrepintió de nada. “Yo teniendo para tomar y que mis hijos estén bien, ya está. Que mis hijos estén sanos es tener un platal para mí. Después comer, se come arroz con huevo igual”. Muchas veces le habían dicho que él ya debería estar muerto, pero O´Neill se resistía porque le tenía mucho miedo a la muerte, aunque no tanto como para dejar el alcohol. Sabía que esos dos caminos se juntaban tarde o temprano pero no pudo o no quiso separarlos. Finalmente se cruzaron, fue el 24 de diciembre, compartiendo un día de playa con sus amigos en un río de Paso de los Toros.