A la altura de la plataforma AM-5 la profundidad del mar es de 70 metros. Lo sabe Jorge «Petete» Burgos, trabajador petrolero de 48 años cuyo transitar en la vida es partido en dos por el calendario: dos semanas de franco, dos semanas en esa plataforma off shore que busca el “oro negro” en el Estrecho de Magallanes. Ahí le toca ver (y sufrir) la recta final del Mundial, con gritos de gol que se pierden en la soledad de un mar infinito. Es solo un caso de un collage de historias, de ansiedades detrás de pantalla o la radio, de recodos y caminos atravesados o hermanados por eso llamado: la selección argentina de fútbol en Qatar.

Petete es de Río Turbio (Santa Cruz), pero vive en Bariloche hace 10 años. A la plataforma off shore en el Estrecho de Magallanes, a 15 kilómetros de la costa, lo llevan en helicóptero desde Cabo Vírgenes. Ahí donde nace la mítica ruta 40. Sus tres compañeros de turno lo dejan solo mirando los partidos de Argentina. Saben que la pasión lo desborda. O al menos así lo define él.

Estaba de franco en el partido contra Polonia. Cuando Messi iba a patear el penal tuvo un mal presentimiento. Lo miró igual y al 10 se lo atajaron. Desde ese momento, cuando intuye que algo malo puede suceder, opta por no mirar y se va a la cocina.

«El penal me fui detrás de la tele. Y el segundo igual, me tiré abajo del sillón con la peluca de Diego. Estábamos como locos. El tercero fue imposible dejar de verlo», confiesa Jorge a Río Negro. Trabaja como operador 12 horas en el turno noche. El sábado de los cuartos de final debía dormir durante el día. «Pero a las 13 me desperté, estaba nervioso, daba vueltas en la cama, así que me levanté», cuenta desde la plataforma AM-5 es una de las cinco en las que están asociadas YPF y la petrolera estatal chilena Enap. Allí ambas invirtieron 345 millones de dólares.

Esos dramáticos 130 minutos contra Países Bajos los siguió solo en la habitación en la pantalla a través de la señal de la TV satelital. A la hora de los penales, repitió la cábala: escuchar el relato, sin mirar. Jorge tenía 12 años en 1986, cuando Maradona llevó a la Argentina a la gloria. Todos se juntaban a verlo en lo del tío Paco, el único de la familia que tenía un televisor color en el barrio Los Tréboles. Después salían a festejar en la caja de la Chevrolet C-10 de su papá, que fue minero en Río Turbio hasta que un accidente lo sacó del yacimiento y lo llevó a la administración, donde se jubiló.

Hoy lo deslumbra este Messi cada vez más maradoniano: «Messi es un genio de mucha humildad. Es como Maradona pero con un tranquilizante. Y este último partido la salió el alma de capitán estilo Diego, que desde arriba lo va a ayudar. Se fue y es como que le dejo la alfombra servida a Leo para ser como él: llegar a lo máximo y levantar la copa también».

Robó, huyó y lo pescaron (antes de la semi del Mundial)

El conurbano es tierra de oportunidades. Y de hechos insólitos. En San Miguel sucedió uno. Empezaba Argentina–Croacia. Uno de los pasajeros que iba en el colectivo 440, recién salido de la cabecera ubicada en Fraga y Avenida Ricardo Balbín, veía que no llegaba a tiempo. Y encima el chofer avisa que bajaba a comprar algo en un kiosco y ya regresaba.

Angustia. Desesperación. Entonces lo decidió: desplazó al chofer y se puso a manejar el bondi rumbo a su casa.

Lo condujo más de cuatro kilómetros hasta que en las calles Callao y Maestro Ferreyra la policía le hizo un operativo cerrojo y lo detuvo, tras la denuncia del chofer.

La causa fue caratulada como “Aprehensión por Hurto de automotor” y quedó a cargo de la UFI N° 22 de Malvinas Argentinas.

La ñata contra el vidrio

La historia de Carlos Bejar se hizo conocida por un pedido de una usuaria de Twitter. La joven había visto su foto observando a la selección sentado en una reposera en la vereda, a través de las rejas, y la tele dentro de una casa de electrodomésticos cerrada.

En seguida comenzó un pedido para que alguna empresa le regalara un televisor. Y después que otra le pusiera cable.

Pero Carlos fue determinante: repetirá la cábala este domingo. Volverá a ver a Argentina en ese tele ajeno de esa casa de electrodomésticos, sentadito en la vereda.

La escena ocurrió en las calles Pellegrini y Perú, en Paraná, Entre Ríos. Pero no es el primer encuentro que lo mira de esa manera. Ya contra Países Bajos lo había vivido frente a la vidriera. «Fue para poder ver tranquilo porque tuve unos acompañantes bastante fulerones», confesó Carlos, hincha de Chacarita y simpatizante de Patronato. Dijo que optó por la casa de electrodomésticos «porque tiene una pantalla súper grande». Además, su vecino no tiene servicio de cablevideo en su casa. Y él tampoco.

Bejar es dueño de «La Preferida», ubicada en calle Perú. «Es la tienda de ropa más antigua de Paraná», aseguró a Elonce, de Entre Ríos. «A este negocio lo erigió mi padre, que vino de Buenos Aires en 1940 y, por lo tanto, tiene mi edad, 82 años». En unos días, Carlos cumplirá 83. Se autodescribe como «impecable, porque a lo largo de mi vida hice mucho deporte: fui jugador de básquet en Echague, Talleres, salí campeón en todas las divisiones y también jugué en Primera».

El fútbol es su pasión. Ya vio a Argentina campeona en dos mundiales. Asegura que ahora se nos va a volver a dar. Pero, como buen fana de los deportes, se apega a la idea de que a los deportistas hay que «ayudarlos» con algunas cábalas.

Por más que hagan campañas y le consigan tele, cable, hasta un living entero, él va a volver a esa esquina, donde además no estuvo solo: «Mi hijo me aconsejó que me lleve un sillón porque es difícil estar dos horas y medio parado. Me llevé el sillón y me senté. Pasó un patrullero y un rato se quedó conmigo, además de dos personas, uno un poco alcoholizado y otro más o menos. Y entre los tres, y el patrullero, vimos el partido y gritamos los goles. El domingo ahí voy a volver a estar, mientras no me echen».

Obviamente, con todo el furor de las redes, ya hay gente que se anotó para acompañarlo. Justo todo lo contrario de lo que él quisiera. Sólo pidió dos cosas: «Que me mantengan el lugarcito y tranquilidad para poder verlo».

A Carlos le dieron una TV, pero seguirá yendo a la vereda