En la cancha de Instituto de Córdoba, el arquero Nicolás Angelotti, después de ganarle por penales a Colón, revoleó tan fuerte el cheque de plástico gigante que cayó en la tribuna, en el medio de los festejos de los hinchas de Acassuso. En la de Lanús, Estudiantes de Caseros le ganaba 2-0 a Vélez y, cuando el entrenador Fabián Anselmo iba a realizar el tercer cambio para que corriera el tiempo, un dirigente lo paró desde la platea: si entraba había que pagarle el premio al jugador y era menos dinero para el club. En otra oportunidad, los jugadores de Deportivo Merlo se fueron de la cancha de Sportivo Belgrano de San Francisco de Córdoba con una goleada 5-1 ante Atlético de Rafaela y con los botines llenos de engrudo: se habían mojado por la inundación en el vestuario y un asistente les puso primero talco y después harina. La Copa Argentina, cuya edición 2017 aglutina a 99 equipos en 133 partidos y terminará el 30 de noviembre, es un torneo que enamora al futbolero medio argentino. Federalismo en un país en el que Dios atiende en la ciudad de Buenos Aires, vergüenza deportiva en juego -que el muy grande caiga abatido por el muy chico-, viajes y hoteles costeados por la organización y transmisiones por TV. La Copa Argentina, que se jugó en 1969 y 1970, se restableció en 2011 y, año tras año, corrobora que llegó para quedarse en el fútbol local.

La edición 2017, que salió de la órbita del Fútbol para Todos y quedó en manos de Tele Red Imagen S.A. (TRISA), reparte en total más de 55 millones de pesos entre los participantes. El campeón embolsa casi 11 millones y clasifica a la Copa Libertadores. Todos los clubes que pasaron a los dieciseisavos de final recibieron 560 mil pesos. Y las cifras crecen: octavos (850 mil), cuartos (1.140.000), semifinales (1.400.000), final (2.200.000) y campeón (4.200.000). El muy chico, entonces, muchas veces con ganar un partido -en 90 minutos, o a lo sumo en 90 más los penales- duplica el presupuesto anual. El partido único en cancha neutral, dicen desde la organización, busca, a diferencia de otras copas nacionales, como la Copa del Rey española, que es de ida y vuelta, darle igualdad, más posibilidades de ganar a los equipos pequeños. «Nada de cuidarse de visitante y ganar de local -advierte el periodista mendocino Gonzalo Ruiz, autor de cuentos de fútbol que podrían suceder en la Copa Argentina-. En esos 90 minutos está la chance de enfrentar a los poderosos. Y pocas ideas son más excitantes como tener la posibilidad de vencer al poder. No es común, pero cuando pasa nos miramos y coincidimos: el fútbol vuelve a ser hermoso porque vuelve a tener épica. Y en esos triunfos de los débiles nos vemos reflejados. La Copa Argentina nos muestra que uno de los nuestros -un vecino, el primo, tu preceptor- lo logró. Y lo sentimos propio».

Nakache renovó la tradición bohemia

El jueves por la tarde, mientras miraba Defensa y Justicia-Independiente tomando mates, porque le gusta mirar mucho fútbol después de la siesta, Diego Nakache supo que era el centro de atención en su grupo de amigos: el lunes, Atlanta le ganó 3-0 con dos goles suyos a San Martín de San Juan en la cancha de Arsenal y pasó a los dieciseisavos de final de la Copa Argentina. Fueron sus primeros goles en el profesionalismo. «Fue especial, más que nada porque fue a un equipo de Primera. Sentí una alegría enorme. Es lo que sueña todo pibe de inferiores: llegar a Primera y meter goles», dice ahora Nakache, 21 años, desde las infantiles en Atlanta, al que llegó a probarse a los 11 años, cuando jugaba con BarKojba el torneo de la Federación de Centros Comunitarios Macabeos (FACCMA). La última vez que un jugador de Atlanta había hecho dos goles en un partido de la Copa Argentina había sido el 17 de julio de 1969, cuando derrotó 2-1 a Rosario Central, con Jorge Fernández como goleador. Atlanta jugará ante Sport Club Pacífico de Mendoza. Aunque dice que piensa en el Reducido de la B Metropolitana, Nakache estudia las llaves: «Cualquiera le puede ganar a cualquiera. Se están dando muchas sorpresas y los partidos se definen por detalles, así que no es para nada accesible Pacífico. Obviamente, mirás y sabés que si le ganamos te puede tocar Belgrano de Córdoba…». Nakache, que renovó la tradición bohemia, agrega: «En 2014 fui al banco en algunos partidos de Primera y no debuté. Me bajoneé, pero encontré el apoyo en mi familia y mis amigos para no tirar la toalla. La luché». En su segundo partido de titular, metió un doblete en la Copa Argentina.

El preceptor rural que sale a la cancha

Hay dos alumnos de la escuela rural El Ceibo, situada a 20 kilómetros de General Alvear, departamento al sureste de Mendoza, que conviven a diario con uno de sus héroes momentáneos. Desde el lunes, un día después de que Sport Club Pacífico le ganara a Estudiantes por la Copa Argentina, bombardean con preguntas y comentarios a Guillermo Bodnarsky, su preceptor. Bodnarsky, además, es uno de los protagonistas del batacazo: es el capitán y mediocampista de Pacífico, el equipo del torneo Federal B que terminó con la era de Nelson Vivas con la victoria en el Florencio Sola. En la fría ciudad cercana a Neuquén dicen que vivieron el partido como si fuera de un Mundial. Los vecinos se juntaron alrededor del televisor. Lo vieron todos, incluso los que no son de Pacífico. Los alumnos, en cambio, decidieron seguir de cerca a su preceptor: recorrieron más de 900 kilómetros para alentar desde la popular. Fue la primera vez en Buenos Aires. «Me hablan todo el tiempo del partido. Me cuentan todo y me muestran las fotos en la cancha», dice Bodnarsky, quien además es profesor de Educación Física. Sus días se reparten entre la secundaria rural, por la mañana, y los entrenamientos en Pacífico, por la tarde. «Quiero trabajar de lo mío, de lo que estudié», dice y explica que en Pacífico sólo juega cuatro meses al año, el tiempo que dura el Federal B. «La Copa Argentina nos ilusiona. Le damos mucho valor», señala. Y celebra el entusiasmo de los alumnos, de sus fanáticos: «Van a lograr que otros compañeros se hagan hinchas». 

Defensores de Villa Ramallo no se achica contra nadie

«La Copa del Ascenso», dice Leonardo Mignaco apenas empieza a describir a la actual edición de la Copa Argentina. Mignaco es el capitán de Defensores de Villa Ramallo, otro equipo humilde que noqueó a un histórico de Primera como Gimnasia La Plata. Su frase refleja el espacio que ocupan los del Ascenso en los dieciseisavos de final: siete de los hasta ahora 24 clasificados juegan en las categorías de abajo. Sin embargo, el pronóstico a largo plazo de Mignaco -defensor, 35 años, nacido en Ramallo, con pasos por Platense y Flandria- no es tan optimista: considera que los de la A sacan ventaja en el largo aliento. Las fichas de Defensores las colocan en la posibilidad de abandonar el Federal A y desembarcar en la B Nacional, una chance todavía abierta. La Copa Argentina se convierte en el escenario para la fantasía. La versión criolla es más igualitaria que la Copa Italia, la que conoce por haber jugado en el Virtus Casarano, equipo del sur de Italia con el que disputó una fase regional del campeonato. «Allá es casi imposible jugar con un grande porque el camino es mucho más largo y complicado», compara. «Es un premio al esfuerzo», sintetiza Mignaco sobre el andar de Defensores, en cuyo escudo predomina un elefante. Hay muchas historias sobre su origen. La real, cuentan, ocurrió en 1950 cuando un ex jugador de Lanús donó camisetas granates -actual color- y regaló un elefante blanco de cerámica para representar la pureza y la grandeza. Para atraer la suerte, la que Mignaco dice que estuvo de su lado contra Gimnasia.

Riestra, el equipo del Señor Speed

Deportivo Riestra fue el primer golpe de esta Copa Argentina repleta de sorpresas: en mayo, superó a Tigre por penales y avanzó a los dieciseisavos de final. Para los que siguen de cerca el Ascenso, sin embargo, no hubo asombro. Desde 2012, Riestra pasó de ser un humilde club del Bajo Flores a ser el equipo de Víctor Stinfale, uno de los abogados más mediáticos de la Argentina: defendió a nombres de peso que van desde Diego Maradona hasta la familia de Pablo Escobar y el traficante de armas Monzer Al Kassar. Es, también, un hombre de la noche: es el dueño de Speed, la bebida energizante más conocida del país. Estuvo preso por la causa Time Warp. Stinfale también quiso mostrar su poder en el fútbol. Cinco años después del desembarco en el Bajo Flores, Riestra pasó de la D a ser protagonista en la B Metropolitana, gracias a un esquema de poder y millones construido por el abogado. Se lo suele mencionar como el Señor Speed. Aunque nadie se anima a decirlo en un grabador, es el Jefe de la C y la D. Así se lo conoce, así lo llaman: el Jefe. Además de los jugadores de su equipo, que cobran tres veces más que los demás de la categoría, tiene una escudería de unos 50 futbolistas que juegan en otros clubes para hacerle más fuerza a los que compiten contra Riestra. Stinfale le reconoció a un miembro de un cuerpo técnico rival que por el ascenso a la C gastó 8 millones de pesos más de lo que pensaba. El sueño de la Copa Argentina aún es posible. Al parecer, le sobran estímulos para lograrla.