Ahora me tiraría a dormir una siesta. Pero hay un perro que está esperando que lo bañe», dice Maximiliano Continente. Se oye un ladrido de fondo. Un animal lo apura, lo reclama. Continente quiere descansar. Ya se entrenó por su cuenta. Durante la mañana también pasó por el gimnasio y el cuerpo le pesa. No paró un segundo. Comió a las apuradas la vianda que preparó la noche anterior. Quiere desplomarse sobre la cama, como lo haría cualquier futbolista. Él, sin embargo, no puede porque el deporte no le alcanza. Hace diez meses abrió Global Pets, un negocio para mascotas, junto a dos amigos de Florida, su barrio. Ahí, en ese local, trabaja 48 horas a la semana. De lunes a sábado. El domingo, por ahora, lo reserva para lo suyo: jugar al fútbol. 

Su carrera empezó en Platense a los 12 años. También pasó por Colegiales, donde debutó en Primera. «Tuve la posibilidad de estar en planteles profesionales en la B Metropolitana y en la B Nacional», cuenta el central de 27 años que hoy, después de un largo periplo por distintos clubes, defiende los colores de Atlético Riestra en la Liga de 25 de Mayo, una competencia clasificatoria para el Argentino C. Al club va sólo un día: cada domingo conduce 500 kilómetros para mantenerse en forma y llevarse unos mangos por cada partido jugado. Su rutina es tan frenética como en el resto de la semana: se levanta a las ocho de la mañana y regresa a su casa, con un partido y un viaje de cinco horas sobre el lomo, cerca de las nueve de la noche. «Sin exagerar, los domingos termino muerto», dice. Y cuenta su rutina los días de partido. «Llegamos al mediodía. Si jugamos de local, comemos en un restorán con el resto del plantel. Si nos toca de visitante, morfamos un sanguche arriba del micro», detalla sobre su vida de jornalero de fútbol. «Antes de quedarme sin nada, preferí volver a la liga porque genera una plata por partido y además sigo en forma», explica. 

A mediados del año pasado estuvo a un paso de fichar en Barracas Central. Llegó a practicar en el club pero no pudo firmar. Este verano tampoco tuvo suerte. Bernardo Negro Luqui, el entrenador de Deportivo Merlo, lo llamó para que se sumara al equipo. El 2 de enero comenzó la pretemporada. Un día después hizo otra de sus andanzas: por la mañana se entrenó en el Charro y al mediodía se fugó a 25 de Mayo. Atlético Riestra disputaba la final de la liga. Y Continente tenía que estar: «Si no iba, me mataban. Esa mañana había corrido como loco en la práctica, pero había jugado con ellos todo el torneo.» Su incorporación a Merlo se truncó. La escapada nada tuvo que ver: iba a remplazar a Javier Páez –ex Independiente, Atlético Tucumán y Olimpo, entre otros– pero a último momento Satanás decidió quedarse en el Charro. Y a Continente se le esfumó la chance de dedicarse por tiempo completo al fútbol, su pasión. 

«Hay días que levanto 200 de kilos de alimento para perros al hombro. A veces duermo sólo seis horas. En el negocio, atiendo a la gente, entrego pedidos, baño y peino a los animales», dice acerca de sus jornadas interminables. «Son muchos sacrificios, como los que también hace un tipo que labura en una fábrica», compara. El primero de mayo, Continente seguirá su rutina: arrancará temprano para jugar en Atlético Riestra, levantará a sus compañeros por la General Paz y volverá a su casa por la noche. «No hay descanso ni feriado», resume. Su día, el del laburante, lo pasará adentro de una cancha.